Época: Barroco
Inicio: Año 1600
Fin: Año 1660

Antecedente:
Arte Barroco



Comentario

A principios del siglo XVII el Barroco italiano conquistó la Europa central a través de las corrientes de intercambio tradicionales entre la Italia del norte y las ricas ciudades alemanas, austriacas y checas, pues no en vano el nuevo arte respondía a los gustos de la aristocracia urbana y a las necesidades de la Contrarreforma. Sin embargo, la guerra de los Treinta Años interrumpirá la propagación del Barroco por tierras imperiales iniciado gracias a los auspicios de jesuitas y capuchinos.
En los Países Bajos, divididos política y religiosamente, la pintura conoció durante el siglo XVII, un esplendor excepcional. Pero la escuela flamenca es, por otra parte, la escuela de Rubens, el pintor que trabajó, paradójicamente, en los Países Bajos, en medio de una sociedad protestante y burguesa. De joven, Pieter Paulus Rubens (1577-1640) frecuentó las Cortes italianas de Mantua, Florencia y Roma y, también, la española de Felipe III. Después de haber estudiado el arte de componer de Rafael y Leonardo, el color de los venecianos, la grandiosidad de Miguel Ángel y el realismo de Caravaggio, volvió a los Países Bajos y allí inició una carrera genial que trató todos los temas: mitológicos, religiosos, profanos e históricos, creando un estilo propio, exento de dramatismo en las expresiones de los rostros, aunque barroco por su sentido del movimiento y por su sentido de la forma abundante, desbordada y dinámica.

Su facilidad para componer y para enseñar sus técnicas en el taller, era notable. Como pintor de temas religiosos es uno de los más representativos del Barroco europeo, pues creó composiciones llenas de efectismo y espectacularidad. Así se advierte en la Adoración de los reyes, el Juicio final, el Descendimiento o los Milagros de san Ignacio. Por otra parte, su interés por el desnudo y su profunda cultura clásica le convierten en el gran intérprete barroco de la fábula pagana. Deudor de Tiziano en esta materia, la mitología es para Rubens una fuente inagotable de motivos. Las Tres Gracias, el Juicio de París y los Sátiros persiguiendo a las ninfas constituyen tres ejemplos de su abundante producción mitológica.

Relacionados con los temas mitológicos Rubens cultivó los históricos. Su obra maestra son en este campo los lienzos dedicados a glorificar a María de Médicis, viuda de Enrique IV de Francia. En la pintura de costumbres y de los paisajes se advierte la sensualidad y la exuberancia flamencas y la huella de Brueghel el Viejo. Por su parte, en la práctica del retrato Rubens revela muchas novedades, entre ellas la ruptura con el tipo de retrato rafaelesco.

De los mejores es preciso recordar el de María de Médicis, el de Ana de Austria y el del Cardenal Infante.

Discípulo de Rubens es Van Dyck (1599-1641). Como Rubens, viaja de joven a Italia y estudia a los grandes maestros. Habiendo recibido la oferta de Carlos I de Inglaterra del puesto de primer pintor de cámara, se traslada a Londres y allí inicia una carrera de éxitos artísticos. Estimado sobre todo como pintor de retratos y de retratos dobles, la elegancia de las proporciones y la distinción de los gestos de sus personajes constituyen sus principales características. Al estilo aristocrático de la pintura de Van Dyck, otro discípulo de Rubens, Jacob Jordaens, contrapone el vigor de sus personajes plebeyos y la trivialidad popular a través de los temas relativos a la vida campestre. No obstante, también pinta cuadros religiosos y de temática mitológica.

Al margen del Barroco permanecieron algunos artistas holandeses, empujados por sus confesiones religiosas y por sus clientelas burguesas, de gustos muy distantes a los aristócratas de las Cortes católicas principescas, a expresar una concepción intimista, sin dramatismo ni exuberancia. Los burgueses holandeses, orgullosos de su fe protestante y de su éxito económico, se interesan por la pintura en la misma medida que ésta les pueda ofrecer la imagen tranquila de su vida cotidiana: paisajes, naturalezas muertas, retratos individuales o colectivos. Pero su marco preferido es la familia: el hogar, la vida material cotidiana, la intimidad de la casa, los espacios y la luz interior. Entre ellos (Frans Hals, Ruysdael, Terborch, Vermeer y Pieter de Hooch) cabe recordar por su genio inclasificable a Harmensz van Rijn, conocido como Rembrandt (1606-1669). Aunque renuncia a viajar a Italia, con lo que establece una seria diferencia con los pintores barrocos de su tiempo, Rembrandt experimenta la influencia de Caravaggio y fundamenta una gran parte de su estilo en la técnica del claroscuro. Establecido muy joven en Amsterdam, en 1632, pintó para la corporación de cirujanos de la ciudad una obra que le daría fama, trabajo y clientela: Lección de anatomía, del doctor Tulp. Desde ese momento le llovieron los encargos, especialmente retratos, sin que faltaran cuadros de temas religiosos. Precisamente, uno de los géneros más y mejor cultivados por Rembrandt es el retrato, en el que la expresión, el color y los intensos efectos de luz son valores de primer orden. Sus personajes son casi siempre rabinos, personas cultas o de estudio, o con gustos y vestuarios orientalizantes; también practicó con abundancia el autorretrato y el retrato de sus dos mujeres, Saskya y Hendrikje. En cambio, sus retratos colectivos acogen a corporaciones de la ciudad. En sus abundantes autorretratos (como el Hombre del casco), en sus retratos colectivos (La ronda nocturna., los Síndicos de los pañeros), en sus paisajes y escenas bíblicas (Los peregrinos de Emaús, David y Saúl), combina la finura del dibujo con un excepcional dominio del color.

Aunque con menos intensidad que en Italia o España, el arte barroco también se difunde por la Francia de la primera mitad del siglo XVII. La rama que experimentó con mayor intensidad la influencia italiana fue la pintura, aunque entre los pintores, algunos, como Nicolas Poussin, se mantuvieran al margen, rechazando las importaciones. Hecha esta excepción, a la que volveremos, en Francia se sintió la influencia de la pintura de Caravaggio, hasta el punto de crear escuela. El mejor exponente de ésta fue Georges de la Tour (1593-1652). Al parecer, viajó a Italia y de allí trajo los colores, las formas y las luces de los temas de Caravaggio. Sin embargo, dio a su pintura una impronta muy personal: a partir del dramatismo de Caravaggio llegó De la Tour a un arte delicado e íntimo, eliminando todo cuanto le parecía superfluo e inútil, es decir, decorados y escenarios, paisajes y perspectivas, y prestando atención exclusiva a los personajes.

Huyendo de la confusión reinante en la sociedad de su tiempo, pues amaba las cosas bien ordenadas, y rechazando todo signo de oscuridad, Nicolas Poussin (1594-1665) es, por su misma declaración, un sólido simpatizante de las formas clásicas renacentistas. Pinta, por ello, cuadros sabiamente construidos y equilibrados, en los que reina por doquier la armonía y la mesura. La mayoría de sus obras son de temática mitológica (entre las que destaca Orfeo y Eurídice), aunque no es raro encontrar paisajes admirables y hermosos, luminosos y tranquilizadores, en clara oposición al espíritu de su tiempo.