Comentario
Khutram-Temti de Shimashki había puesto fin a la III dinastía de Ur al derrotar a su último representante Ibbisin, profundamente debilitado por el acoso de los nómadas occidentales, los martu o amorreos. Es posible que se hubiere operado una infiltración progresiva de estas poblaciones desde mucho tiempo atrás; sin embargo, los preparativos militares de los reyes de Ur III y la información de las tablillas expresan con claridad que su empuje se realizó de forma violenta. Desde el punto de vista onomástico, se observa cómo a comienzos del II Milenio los amorreos constituyen el contingente demográfico predominante en la Alta Mesopotamia y bastante importante en el Sur. Con el término amorreos o amoritas se alude a un grupo humano que identificamos únicamente por sus nombres personales, ya que su lengua no se conserva en textos escritos. Gracias a la onomástica sabemos que se trata de semitas occidentales, pero no podemos afirmar que hablaran una sola lengua o que se tratara de un grupo culturalmente compacto. Se trata, pues, de una denominación cómoda para hacer referencia a los contingentes de nómadas semitas que provocan un cambio profundo en las estructuras demográficas del norte de Siria y Mesopotamia a comienzos del II Milenio.
La debilidad interna de las ciudades mesopotámicas, frente a su potencia militar y cohesión social, les permitió establecer dinastías propias, del mismo modo que lo estaban haciendo en distintas ciudades de Siria. De entre todas ellas, la que más importancia va a tener desde el punto de vista histórico es Babilonia, donde se instala una dinastía amorrea, a la que pertenece Hammurabi, que hará de ella la más importante ciudad de su época. Pero es que desde el punto de vista cultural las repercusiones van a ser también considerables, pues la ocupación del norte provoca un desplazamiento de lo acadio hacia el sur, favorecido por el declive sumerio, cuya lengua desaparece definitivamente.
Los dos siglos que discurren desde la caída de Ur III hasta el advenimiento de Hammurabi están caracterizados por la reanudación de los enfrentamientos interurbanos en el ámbito mesopotámico, pues algunas ciudades pretenden restaurar el sistema imperial con la lógica oposición de las restantes. En principio Ishbi-Erra, el gobernador de Isín durante el reinado de Ibbisin, consigue imponer su hegemonía, empleando para ello el propio aparato burocrático de Ur, aunque algunas ciudades logran una autonomía efectiva. No obstante, su superioridad es reconocida cuando en el año vigésimo segundo de su reinado libera a la propia ciudad de Ur de la guarnición elamita que le había sido impuesta tras el triunfo de Khutram-Temti. El señorío de Isín se prolonga durante seis décadas, en las que reinan cuatro sucesores de Ishbi-Erra, pero hacia 1924 desaparece la dinastía con Lipitishtar, compilador de un afamado código de leyes de corte sumerio.
Importantes territorios habían quedado al margen del predominio de Isín, como Eshnunna, en el valle del Diyala, o Der, en la ruta de Elam. En la Baja Mesopotamia parece que Lagash y Larsa se sustraen también al ensayo de poder centralizado. Precisamente, un amorreo llamado Gungunum se apodera de Larsa, desde donde va arrebatando territorios a Isín. Si el siglo XX es el del predominio de Isín, el XIX va estar caracterizado por la hegemonía de Larsa, donde reinan nueve monarcas tras Gungunum (hasta 1763), sin embargo, muchas ciudades conservan su independencia y, además, la contestación de Isín a la supremacía de Larsa es una realidad indiscutible. En cualquier caso, lo que se deduce de la prolongada rivalidad es que ninguna ciudad tiene la capacidad de restaurar el poder imperial. La potencia interna de cada una no basta para imponerse militarmente, lo que las obliga a utilizar tropas ajenas al ámbito palatino a las que se compensa con la entrega de territorios, bajo la forma de colonias militares. Esto repercute negativamente en las propiedades familiares, que se van debilitando, además, como consecuencia de un nuevo procedimiento de herencia: el reparto de la propiedad entre los hijos varones. Al mismo tiempo se generaliza el arrendamiento de tierras y el empleo de mano de obra asalariada. Todo ello es expresión de una crisis en la estructura familiar amplia, reorganizada ahora bajo la forma de la familia nuclear, que conlleva la disolución de los lazos de solidaridad grupal, dando lugar a la aparición de individuos marginados por no estar integrados en las unidades de producción (las viudas y los huérfanos, como estereotipo en la legislación de la época) y a la institucionalización de la servidumbre por deudas, como rasgos más característicos del conflicto social en el período de Isín y Larsa. Tal es la situación general del mundo mesopotámico en el momento previo al surgimiento del imperio paleobabilónico.