Comentario
El Estado se propuso implementar vigorosamente la industria privada como medio de estimular el desarrollo de las manufacturas nacionales.
El desarrollo de la industria del XVII no dependió en exclusiva, sin embargo, de la difusión de la manufactura rural a domicilio. El proteccionismo industrial de los gobiernos representó otro importante factor. La generalización de la política económica mercantilista significó el despliegue de estrategias orientadas a conseguir balanzas comerciales favorables. Para ello resultaba fundamental impedir la importación masiva de manufacturas, al tiempo que fomentar la producción nacional. El fin propuesto pasaba también por obstaculizar las exportaciones y por favorecer las importaciones de materia prima. El éxito de las "new draperies" (telas ligeras) inglesas no dependió sólo del bajo costo del trabajo rural empleado en su fabricación, sino también de la baratura de la lana inglesa e irlandesa, que saturó el mercado al ser prohibida su exportación.
El intervencionismo estatal también tomó otros rumbos. El Estado se implicó directamente en la producción industrial a través de iniciativas oficiales. En el caso de los grandes astilleros y arsenales navales el interés gubernativo derivaba básicamente de las necesidades de equipamiento bélico. Pero, en otros casos, el Estado se propuso implementar vigorosamente la industria privada como medio de estimular el desarrollo de las manufacturas nacionales.
Francia apostó abiertamente por este modelo en tiempos de Colbert, ministro de finanzas de Luis XIV. La preocupación por la manufactura tenía antecedentes en este país, que se remontaban incluso al siglo XVI. En el XVII se promulgaron diversas ordenanzas para restringir mediante derechos proteccionistas la importación de textiles e impulsar de este modo la producción nacional. El propio cardenal Richelieu mostró una gran preocupación por la industria textil francesa.
Sin embargo, correspondió a Colbert el papel de máximo impulsor de iniciativas industriales. Su acción no se limitó solamente a proseguir levantando las barreras proteccionistas clásicas en el mercantilismo de la época (aranceles de 1666; restricciones al comercio del azúcar antillano para favorecer el refinado nacional), sino que tomó también otras direcciones. Una de ellas fue la creación de industrias estatales, cuya explotación y administración puso en manos de mentes oficiales. Otra consistió en favorecer mediante privilegios, exenciones, monopolios y pedidos estatales a un amplio conjunto de empresas correspondientes a la iniciativa privada, a las que se distinguió con el título de manufacturas reales. Las fábricas estatales y las empresas privilegiadas abarcaron diversos campos: fundiciones, arsenales, vidrio, espejos, porcelana, muebles, tapices, encajes, medias, paños y sombreros, principalmente.
En tercer lugar, Colbert se entregó a una incansable actividad ordenancista, con el objetivo de reglamentar y controlar oficialmente calidades y sistemas de fabricación, que tuvo su máximo exponente en la ordenanza de 1673. Finalmente, impulsó la creación de escuelas para adiestrar mano de obra, sobre todo femenina, en técnicas de elaboración de textiles.
El modelo colbertista fue incluso objeto de exportación a otros países. Aunque ya avanzado el siglo XVIII, la política de reales fábricas de la España de Fernando VI lo recuerda notablemente. No obstante, hay que atribuirle un fracaso al menos parcial. Lo único que Colbert aportó a su país con todo esto -sostiene J. de Vries- fue un conjunto de industrias costosas y no competitivas, muchas de las cuales no le sobrevivieron. Con el tiempo, sin embargo, la práctica resultó ser el mejor maestro para la conversión de algunas de estas industrias de invernadero -especialmente la del refinado de azúcar, la fábrica de espejos de Saint Gobain y las fábricas de tapices- en empresas eficientes y rentables.