Época: fin siglo XVII
Inicio: Año 1660
Fin: Año 1789

Antecedente:
Pensamiento religioso y filosofía en el Barroco

(C) Antonio Blanco Freijeiro



Comentario

René Descartes (1596-1650) buscaba en sí mismo los principios de la ciencia, sintió la necesidad de crear la ciencia universal aplicando el razonamiento matemático a los fenómenos de la naturaleza e intentó reconstruir el sistema verdadero del Universo. En efecto, en 1637, Descartes publica el Discours de la méthode pour bien conduire sa raison et chercher la verité dans les sciences, donde declara su deseo de remontarse a los primeros principios de la ciencia nueva y deducir de ésta una ciencia universal. Su método es la ciencia del pensamiento matemático.
Para constituir esa ciencia, Descartes utiliza la duda. Por principio, Descartes duda de todo. Nada existe. Todo es ficción. Las cosas no son más que una sombra debido a un genio que nos encanta y nos engaña. Pero si duda, si niega la existencia de todo, si juzga, si su entendimiento concibe una idea y si su voluntad niega su existencia, es indispensable que él, que piensa, que concibe, que afirma, que rehúsa, que quiere, que rechaza, que imagina y que siente, sea, es decir, que exista. Cogito, ergo sum: pienso, luego existo. No se trata de un silogismo. Yo pienso, yo existo, es una aprehensión inmediata de sí mismo, por la luz natural de la razón. Es una verdad de la que es imposible dudar y esta intuición le asegura el valor de la primera regla del método científico para llegar a la verdad: todas las ideas aprehendidas en sí mismo de golpe por el entendimiento con claridad y en plena luz interior, son verdaderas. Y todo lo que de un modo claro y distintivo es concebido como perteneciente a una cosa, pertenece realmente a ésta: el todo es mayor que cada una de sus partes; dos y dos son cuatro. De esa manera, la ciencia debe ir de dentro a fuera, del espíritu a las cosas.

Así pues, Descartes afirma que el hombre halla ideas en sí mismo. Unas, denominadas adventicias, parecen proceder de la experiencia externa. Otras, llamadas facticias, son las construidas por la mente a partir de otras ideas. Y hay un tercer grupo de ideas, denominadas innatas, que ni son construidas por el hombre, ni son fruto de la experiencia externa, como el movimiento, la extensión, la duración, el pensamiento, la existencia; estas ideas no pueden ser concebidas más que como primitivas, pertenecientes a la revelación interior, a partir de las cuales se ha de construir el edificio de nuestros conocimientos.

Entre las ideas innatas, Descartes halla otras como las de infinito y perfecto, que indudablemente no pueden proceder de un ser finito e imperfecto como el hombre, sino de Dios, pues la causa tiene que equiparase con el efecto. Las ideas de infinito y perfección demuestran, según Descartes, la existencia de Dios. La sola idea de Dios demuestra su existencia. Puesto que Dios tiene todas las perfecciones, tiene la de existir y su existencia está comprendida en su esencia. Y puesto que Dios existe y es infinitamente bueno y veraz no puede permitirse engañar al hombre haciéndole creer que el mundo existe, luego el mundo exterior existe. Dios aparece así, a los ojos de Descartes, como garantía de que a las ideas corresponde una realidad extramental.

La existencia de Dios funda la realidad del mundo exterior, cuyo conocimiento se realiza mediante la física matemática, que pone en evidencia el orden profundo que rige el mundo. Sin embargo, conviene precisar que, según Descartes, Dios sólo garantiza la existencia de un mundo constituido por la extensión y el movimiento, que son cualidades primarias. A partir de esas ideas de extensión y movimiento puede deducirse la física, las leyes generales del movimiento, y Descartes intenta, a partir de postulados mecanicistas, realizar esta deducción.

Con respecto al pensamiento y a la extensión, Descartes afirma que lo que nuestro espíritu reconoce con certeza en los cuerpos es una sustancia extendida en todas sus dimensiones, y todo lo que es corporal es extenso, con longitud, anchura y profundidad, y divisible al infinito. Así pues, el método cartesiano aconseja que, en el análisis de la materia, debe eliminarse todo lo que sea análogo al espíritu, esto es, las cualidades que nuestros sentidos nos ofrecen de la realidad, aunque ésta sea otra. La realidad verdadera consiste en dos ideas mensurables y, por consiguiente, matematizables: la extensión y el movimiento. Así pues, el entendimiento es la cantidad pura y la matemática es la esencia de lo real y la expresión del orden que gobierna el mundo. La existencia de Dios es su mejor prueba.

Con relación a la materia, Descartes establece que todo cuerpo ocupa un lugar dinámico en el espacio, de tal manera que sus movimientos no implican vacío alguno. Así pues, el universo está siempre lleno y ocupado y, por consiguiente, el átomo no existe. Lo que existe son pequeñas partes de extensión y dimensiones desiguales. Entre estas partes y en ellas hay una materia muy sutil y fluida que se extiende, sin interrupción, por todo el universo, llenándolo. Dios le da el movimiento y ese movimiento de la materia sutil es circular y en forma de torbellino. El mundo funciona, así, como una máquina, y los cuerpos de los hombres y de los animales son, por tanto, máquinas. En el caso de la máquina humana, su funcionamiento es independiente de la intervención del alma, que no es necesaria para el movimiento. En el alma, que actúa unida al cuerpo y ocupa especialmente el cerebro, no existen más que nuestros pensamientos.

El pensamiento y el método cartesianos jugaron un papel decisivo en el progreso y en el valor de la ciencia en el siglo XVII. La filosofía cartesiana ofreció al hombre de aquella centuria la esperanza de encontrar la certeza al devolverle la confianza en su razón. Sin embargo, Descartes fue combatido por la Iglesia, pues algunas de sus afirmaciones doctrinales (la reducción de la materia a extensión) se oponían a determinados dogmas, concretamente a la transubstanciación. Además, el Dios de Descartes era un frío geómetra, en su sistema no cabía la persona de Cristo y todo ello conducía al deísmo. Sus teorías fueron prohibidas en la universidad de la Sorbona entre 1671 y 1678.

Aunque no se pueda afirmar que Spinoza fuera discípulo o seguidor de Descartes, lo cierto es que la filosofía cartesiana, interpretada no como un conjunto de doctrinas, sino como un método de razonamiento, dominó e impregnó todo el pensamiento de su época. Spinoza había estudiado profundamente la filosofía de Descartes, pero desde muy pronto había rechazado sus conclusiones y había descubierto incoherencias. Spinoza hizo de la distinción entre entendimiento e imaginación, entre pensamiento lógico puro y confusa asociación de ideas, uno de los basamentos de su sistema; a diferencia del filósofo francés, aplicó con rigor tal distinción de principio a fin. Si, por otra parte, Descartes fue racionalista en el sentido de propugnar la solución de todos los problemas del conocimiento natural, mediante la aplicación del método matemático de razonamiento puro, Spinoza fue, en el mismo sentido, doblemente racionalista, pues ningún filósofo de esa escuela ha insistido más que él en que todos los problemas, sean metafísicos morales o científicos, deben ser formulados y resueltos como si se tratara de problemas o teoremas geométricos. En la Ética Spinoza construye su sistema filosófico de modo rigurosamente matemático. Basta leerla para comprobarlo: está plagada de definiciones, axiomas, corolarios y escolios, según el orden geométrico, con un lenguaje sobrio, sin artificios ni excesos retóricos.

El punto de arranque de su sistema metafísico descansa en la sustancia, causa inmanente de todas las cosas, es decir, aquello que es en sí (o existe por sí mismo) y se concibe por sí (o es conocido por sí mismo). Spinoza interpreta la realidad como un sistema único en que las partes remiten al todo y encuentran en él su justificación y fundamento. Este sistema único y total, esta sustancia única, es denominada por Spinoza como Deus sive Natura (Dios o Naturaleza), de tal manera que no hay sustancias creadas, no hay pluralidad de sustancias. Existe una sustancia única que se identifica con la totalidad de lo real. Esta sustancia infinita es Dios o la Naturaleza. Tal identificación es la prueba del monismo panteísta de Spinoza.