Época: Primera mitad II Mil
Inicio: Año 1787 A. C.
Fin: Año 1570 D.C.

Antecedente:
Reino Medio Egipto



Comentario

Desde la muerte de la reina Neferusobek hacia 1787 y hasta la subida al trono de Ahmosis, hacia 1570, tiene lugar una etapa de irregularidad en la sucesión dinástica, acompañada por la invasión de los extranjeros llamados hicsos. Esta nueva época de alteración generalizada se conoce como Segundo Período Intermedio y abarca desde la dinastía XIII hasta la XVII. La tradición quería que el tránsito del Reino Medio al Imperio hubiera durado casi mil seiscientos años, en los que habrían reinado más de doscientos reyes. Estamos en disposición de afirmar que en realidad entre el final de la XII dinastía y la llegada de la XVIII discurren aproximadamente doscientos veinte anos, pero no por ello disminuye considerablemente el número de soberanos. Por fuentes de distinta procedencia podemos asegurar que hubo probablemente más de ciento cincuenta y es fácil que se hubieran alcanzado los doscientos pretendidos por la tradición. La lógica obliga a aceptar la simultaneidad de algunos monarcas aunque ello contradiga las fuentes egipcias, pero a éstas les interesaba primordialmente demostrar la continuidad del poder central y, en menor medida, transmitir la realidad en su correcta dimensión. Por otra parte, cabe la posibilidad de que el cartucho con el nombre faraónico fuera utilizado por gobernadores locales, que en realidad no tenían autoridad más allá de su propia ciudad.
En principio da la impresión, a pesar de los múltiples problemas que plantean las fuentes, de que hay continuidad entre la dinastía XII y la XIII; los faraones de ésta intentan desde Tebas legitimar su poder usando nombres de las precedentes. Además, la administración corrobora la persistencia del poder centralizado en la totalidad del valle, aunque aparentemente el norte funciona con cierta autonomía -espejismo quizá motivado por la parca información-; por otra parte, algún documento demuestra la presencia de numerosos individuos de origen asiático que trabajan en el Alto Nilo al servicio de funcionarios.

En 1730, bajo el reinado del decimoséptimo faraón de esta dinastía ocurre un acontecimiento insólito, pues en el Delta, donde se daban situaciones de autonomía de hecho en algunos nomos cuyos gobernadores configurarían la oscura dinastía XIV, se produce la conquista de la ciudad de Avaris por gentes procedentes de Asia. Poco a poco los faraones tebanos de la XIII dinastía van perdiendo autoridad en el norte, mientras que los hicsos progresan en sus incursiones -una de las cuales los conduciría hasta las puertas de Tebas- que suponen para el Delta una auténtica segregación del poder central y la desaparición de los reyes locales agrupados en la dinastía XIV. El éxito militar de los invasores culmina con la toma de Menfis hacia mediados del siglo XVII, lo que se traduce en la implantación de una dinastía propia que toma los atributos faraónicos, pero que mantendría la capital en su plaza fuerte de Avaris. Manetón la reconocería como dinastía XV y el Papiro de Turín le atribuye seis monarcas que gobernarían durante algo mas de un siglo.

Los hicsos han constituido uno de los temas de debate clásico en la egiptología. Según la versión de Manetón, se trataría de un pueblo procedente de Asia que habría invadido el país y sin necesidad de combatir se habría apoderado del norte; tras la toma de Menfis, todo Egipto quedaría sometido a tributo. Existe acuerdo en la investigación en negar el carácter de pueblo, como grupo étnico, a los hicsos, cuyo nombre significa reyes pastores según la tradición recogida por Flavio Josefo, autor de época romana que transmite parcialmente la obra de Manetón. Los estudiosos han llegado a la deducción de que la palabra hicsos es una deformación griega de un término egipcio que significaría algo así como jefes de los extranjeros ("heqa khasut", que aparece en documentos del Reino Medio) y que se emplea para designa a cualquier extranjero, sin necesidad de que sea asiático, aunque la aplicación en este momento corresponda a gentes procedentes del corredor sirio-palestino, es decir, semitas occidentales. Pero Egipto había conocido desde mucho tiempo atrás la presencia de estas gentes en su territorio, en busca de trabajo y contratados como soldados. Estos infiltrados por todo el país habrían facilitado, suponen algunos autores, la penetración de sus parientes que llegan en un momento mas reciente pero lo más probable es que su situación laboral en el país ni siquiera les permitiera una acción de tal naturaleza.

Desde el punto de vista arqueológico no se aprecian vestigios de destrucción sistemática coincidiendo con el momento de la hipotética invasión. Sin embargo, si se documenta en el Delta a partir del ultimo tercio del siglo XVIII un incremento de los restos materiales de importación asiática, lo que demuestra la estrecha vinculación cultural del Delta oriental con respecto al mundo cananeo palestino. Pero lo que resulta más interesante es observar el proceso de transformación cultural de la nueva población que asimila ciertos estímulos egipcios, adapta parte de su sistema al egipcio y termina creando una realidad diferente, aunque no en la intensidad suficiente como para impedir a los egipcios la posterior recuperación de sus señas de identidad. El proceso, de cualquier forma, lo percibimos tergiversado porque la mayor parte de los testimonios disponibles transmiten una negativa imagen de los hicsos.

En Avaris, su capital, la divinidad suprema era Baal, dios tutelar asimilado pronto a Seth, junto al cual se encontraba Anat. No obstante, los hicsos adoptaron pronto dioses locales, hasta el punto de que en la titulatura oficial los faraones de las dinastías hicsas (la XV y la XVI) llevan nombre de Re. Más complejidad reviste la correcta interpretación de la identificación de Seth como dios supremo. En efecto, Seth es el dios antagónico de Osiris y, en consecuencia, representa todo aquello vinculado al mal y la violencia. Y desde esta perspectiva no seria osado pensar que había un interés en arrebatar la legitimidad, mediante un procedimiento propagandístico; aunque tal procedimiento podría estar buscado voluntariamente por la corte de Avaris al asociarse al terrorífico Seth, en lugar de hacerlo con alguna otra divinidad más bondadosa. De todas formas, la sorpresa no debe ser extrema, si tenemos en cuenta que faraones del Imperio Nuevo se someterán a la tutela del mismo dios, como los belicosos ramésidas. No obstante, la propaganda faraónica fue siempre contraria a los hicsos y queda bien reflejada en el comienzo del relato manetoniano sobre la presencia asiática: "Ignoro por qué razón nos ha sacudido un golpe divino". Según la tradición, los hicsos habrían sido bárbaros crueles e impíos, que arrasaban ciudades y destruían templos. Pero los monumentos arqueológicos desmienten tales atribuciones, ya que los faraones de las dinastías XV y XVI construyen y restauran santuarios de las divinidades nilóticas y bajo su gobierno se alimenta la creación artística y científica, según ponen de manifiesto documentos como el Papiro Rhind, compendio de alta matemática, o el Papiro Westcar, magistral monumento de la secuencia faraónica.

Por otra parte, la presencia de los hicsos no eliminó la continuidad de los egipcios en los principales puestos burocráticos, como se demuestra en el Papiro de Brooklyn: ciertamente, los egipcios colaboraron sin reticencias con los nuevos gobernantes, que no difieren demasiado del comportamiento de los dinastas cananeos contemporáneos de la región de Palestina, aunque pronto quedaron profundamente integrados desde el punto de vista cultural. Asimismo Egipto se vio afectado por la instalación de los hicsos y no sólo por las novedades que éstos introdujeron, como el carro de combate, el arco doble, la coraza, etc., sino también por la demostración inequívoca de la vulnerabilidad del territorio nilótico, hasta entonces victorioso ante cualquier veleidad conquistadora procedente del extranjero. La ideología dominante quedó profundamente marcada por aquellos acontecimientos.

La primera dinastía hicsa, la XV, parece estar compuesta por seis faraones, de los cuales sólo sus nombres se conservan en los documentos. Entre ellos destaca Apofis (Auserré), cuyas relaciones con los coetáneos faraones tebanos, sometidos a tributo, aparentemente fueron cordiales. No obstante, al final del reinado se tiene noticia de la existencia de problemas con el sur, donde reina el faraón de la XVII dinastía, Sekenenré, bajo el cual comienza el conflicto que había de desembocar en la liberación del norte, precipitando, por ejemplo el levantamiento de las imposiciones tributarias hasta una zona próxima a El Fayum, donde se establece el nuevo limite de predominio hicso. Mientras tanto, una parte del Delta parece gobernada por una línea paralela de dinastas que permitió a Manetón atribuirles el número XVI, conocida como los hicsos menores. Sin embargo, da la impresión de que debieron estar sometidos a la hegemonía de Avaris y que, en consecuencia, no constituirían una auténtica dinastía.