Comentario
A pesar de que China alcanza en el siglo XVIII el momento de máximo esplendor de toda su historia, en los últimos años del mismo comienzan a manifestarse los signos precursores de la crisis. Factores de descomposición interna son el visible grado de corrupción administrativa, la proliferación de sociedades secretas de talante anti-manchú y las numerosas sublevaciones causadas por disconformidad de las minorías étnicas y religiosas. El sistema en su conjunto se debilita progresivamente. Con Ch´ien-Lung, la dinastía Ching alcanzó el cenit de su desarrollo, pero la burocracia, ideológicamente conservadora y basada económicamente en la propiedad territorial, resultó incapaz de hacer frente a las necesidades que la rápida reforma exigía. Las mismas fuerzas que habían garantizado el ascenso de los Ching contribuyeron también a su ocaso.
Después de 1760 la nueva moda por lo antiguo, el éxito de las teorías de Rousseau, completamente opuestas a la fuerte organización social de China en la que el individuo no cuenta para nada, fueron causas de que poco a poco disminuyera la influencia china. A fines del siglo XVIII, China y Europa seguían siendo muy extrañas una para la otra. Pero China, desarmada por la ausencia de, técnicas europeas, sólo debía su independencia y sus éxitos a las divisiones que reinaban entre los europeos y a la dispersión de sus esfuerzos. En el siglo XVIII ha pasado ya la época del gran arte chino. Sólo quedan las artes decorativas. Quizá sean la derrota, la conquista y la intrusión de un nuevo espíritu, pese a los grandes esfuerzos de los manchúes para convertirse en chinos, los responsables de ello.
Cuando Chien-Lung abdicó en 1796 en un sucesor débil y corrupto, el Imperio, pese a todo su brillante potencial, llevaba ya en su seno el germen de la decadencia.