Comentario
El siglo ilustrado señala un momento de inflexión fundamental en el terreno de la química. A lo largo de él conseguirá nacer como ciencia independiente, emancipada definitivamente de la alquimia, uno de los saberes más antiguos y que aún conservará su prestigio. Beneficiándose de la preocupación que sienten los gobernantes por la salud de sus súbditos, la investigación química, sensu stricto, se va a ver impulsada y dentro de ella pueden distinguirse varias líneas. Una es ya tradicional, el estudio de la transformación de los sólidos, otras aparecen ahora: la de los gases y la de la combustión.
El punto de vista del químico se mantiene bastante simple hasta los años cincuenta. Su mundo seguía constituido por cuatro elementos -aire, agua, fuego, tierra- y tres principios -sal, azufre, mercurio-; su pensamiento, dominado por la teoría del flogiston, enunciada por el alemán Stahl (1668-1734) nada más empezar el siglo y que suponía la existencia en todos los cuerpos combustibles de un principio inflamable liberado en forma de fuego o llama al quemarse. Principios y teoría no tardarán en conmoverse.
Cruzado el meridiano del siglo ya no son médicos o profesores de medicina quienes monopolizan los estudios químicos, ahora son mayoritarios quienes trabajan en farmacia, tecnología o enseñan la propia materia. En la universidad de Upsala se crean sendas cátedras de Química y Física (1750); en 1778 aparece la primera revista especializada en el tema, y mientras tanto los descubrimientos se suceden. Black encontró el aire fijo, al que Lavoisier denominaría ácido carbónico; Cavendish habló de la existencia de tres aires: inflamable (hidrógeno), fijo y común o atmosférico. Priestley (1733-1804) reconoció siete aires nuevos o gases, de los que el más importante sería el que denominó desflogistizado, por carecer de flogistón, y al que Lavoisier renombró como oxígeno. Poco antes de su hallazgo, había descubierto que la purificación del aire se debe a las plantas, si bien no sospechó la acción del sol en el proceso, puesta de relieve ocho años después por Ingen-Housz (1730-1799). Junto a todos ellos, Rutherford (1749-1819) aisló el aire nocivo (nitrógeno) y Scheele (17421786), además de considerar que aquél compone el aire atmosférico al lado del aire fuego (oxigeno), descubrió el cloro, el glicerol y un gran número de ácidos.
Gran parte de todos estos avances los encontraremos en la base de la obra de Lavoisier (1743-1794), considerado padre de la química moderna. Comenzó por refutar una antigua creencia química gracias a sus preocupaciones por la pureza del agua potable de París. Observó que nunca tal elemento podía convertirse en tierra. La aplicación de un método semejante al estudio del proceso de calcinación le llevó a contradecir la teoría del flogistón en sus principios y explicaciones, pues encontró que los metales calcinados aumentaban de peso en proporción igual a la cantidad de aire con que se combinaban. Tal punto de vista no sería aceptado en mucho tiempo. Se interesó también por la investigación sobre el aire. Siguiendo a Priestley, lo consideró mezcla de dos gases: uno respirable (oxígeno) y otro asfixiante (ácido carbónico), mientras que la continuación de los experimentos de Cavendish con el aire inflamable le llevaron a demostrar su teoría de que el agua era una combinación de aquél con el oxígeno. Por ello le dio el nombre de hidrógeno (formador de agua). Sus estudios sobre gases y combustión le hicieron adentrarse en el terreno de la fisiología, donde su labor fue, como veremos, trascendental. En 1789 aparecerá publicado su Tratado elemental de química, obra básica para el desarrollo posterior de esta ciencia y en la que expresa la ley de la indestructibilidad de la materia, introduce la ecuación química e incluye una lista de 33 elementos.
No pararon aquí las aportaciones de Lavoisier. Como resultado de las investigaciones anteriores el mundo químico se había ampliado para finales de siglo. Los cuatro elementos tradicionales estaban desdoblados en sus componentes; el número de sustancias conocidas, multiplicado hasta el punto de hacer necesaria una denominación exacta. La tarea fue abordada por el sabio francés junto a Guyton, Berthollet y Fourcroy, quienes consideraron como el método más adecuado la designación de la sustancia por sus componentes. Los trabajos quedaron recogidos en el Método de nomenclatura química (1787). Según él, las sustancias se clasifican primero en simples, las que no pueden descomponerse, y compuestas, de gran número y variedad. Dentro de éstas, las hay con dos componentes: ácidos y óxidos, o con tres: sales. Aquéllos se clasifican atendiendo al nombre del segundo cuerpo que los integra; éstas, por el del ácido del que derivan y la sustancia con que se combinan.
También se hicieron experimentos a fin de resolver el problema de la afinidad o atracciones químicas entre sustancias reactivas, buscándose una ley cuantitativa de la fuerza química. En este sentido, Fischer (1754-1831), siguiendo la obra de Richter, elabora una tabla fijando el peso de sustancias químicamente equivalentes.