Comentario
El deseo de garantizar la inviolabilidad de las tumbas de los reyes, poniéndolas fuera del alcance de los ladrones, tuvo varias consecuencias: 1ª, la supresión de los signos externos que delatasen la presencia de la tumba, y por tanto, la desaparición de todas las formas monumentales que para ella se habían ideado en el pasado; 2ª, el emplazamiento de la tumba en un lugar remoto, de difícil acceso, o fácil de guardar: el Valle de los Reyes y el Valle de las Reinas en Tebas, etc.; 3ª, la separación de la tumba y del templo funerario, este último distante e independiente de la primera, y susceptible por tanto de mostrar el colosalismo y la monumentalidad de que la tumba se había visto privada. Como estos templos no sólo son de los reyes, sino también de los dioses, su fisonomía no difiere de la de éstos, ni la tipología tampoco, según vamos a ver.
En contraste con el inmovilismo que caracteriza a la religión egipcia, tanto en lo que se refiere al dogma como al ritual, intocables ambos, los edificios de culto, y en primer lugar el más conspicuo de todos ellos, el templo de Amón en Karnak (Tebas), se vieron sometidos a continuas reformas, debidas en primer lugar al afán de los reyes de hacer patentes su munificencia y su piedad. Este prurito, combinado con el poco respeto con que manipulaban las obras de sus predecesores (Ramsés II, que tantos monumentos usurpó, tenía tal miedo a que los suyos corriesen la misma suerte, que hacía grabar la cartela de su nombre en la base oculta de sus obeliscos, donde sabía que nadie podría llegar a menos que los derribase), determinó la desaparición de todos los edificios de Karnak que pudieran remontarse al Imperio Medio -entre ellos, el gracioso quiosco de Sesostris I- y su sustitución por otros mayores, más suntuosos y más actuales para entonces. El proceso comienza con la dinastía XVIII y no se interrumpe hasta 1500 años después, con los últimos Ptolomeos. Ni qué decir tiene que el templo de Karnak responde al tipo más característico de los templos del Imperio Nuevo, el que por su fachada tan singular debe denominarse "templo de pílono".
Como casa de un dios, el templo consta de los elementos propios de una vivienda normal de la clase acomodada, a saber: el patio de entrada, con un vestíbulo al fondo, que los griegos llamarían pronaos; una sala hipóstila o columnada, y el santuario -naos en griego- equivalente a la parte íntima de la casa, con su salón y sus dependencias, éstas no sujetas a un esquema fijo. El incremento de la sensación de intimidad que se experimenta conforme se adentra uno en esta sucesión de ambientes, se halla reforzado por la progresiva subida del nivel de los suelos -a lo que acaso corresponda la expresión de subir al templo de que hacen uso los textos- y por la correspondiente disminución de altura de los techos de una a otra parte. También la luz se amortigua de fuera a dentro: primero, el patio soleado; después la sombra del pronaos; a continuación, la media luz de la sala hipóstila, tamizada por las celosías de sus altos ventanales -luz de iglesia, que predispone al recogimiento-, y por último, la penumbra del santuario, donde la estatua de la divinidad reside en su baldaquino -el naos en sentido estricto- o en su barca, que es también su vehículo procesional.
Por lo regular, un muro de piedra o de adobe rodea todas estas partes presentando como entrada única una fachada conspicua, igual o más ancha que los elementos internos: el pílono, dos torres de planta rectangular alargada que flanquean una puerta. Las paredes de estas torres suelen ser ataludadas, rara vez verticales (sólo en Amarna), y llevar como remate la moldura convexa denominada toro -del latín torus, almohada- y la cornisa cóncava y ancha, con perfil tendente al cuarto de círculo, denominada caveto. La puerta adintelada que estas torres flanquean alcanza menor altura que ellas y suele estar coronada por el disco solar alado y en relieve. Las torres pueden tener escalera interior y uno o varios pisos; sus paramentos suelen estar decorados con bajorrelieves rehundidos, conmemorativos de los triunfos del faraón constructor, sobre los enemigos suyos y del país.
Al mismo tiempo, sirven de telón de fondo a un número plural de estatuas del mismo personaje, colocadas delante, en respuesta a la tendencia egipcia a la repetición de una misma estatua en un contexto arquitectónico. A este afán responden las estatuas de pie adosadas a los pilares de patios y salas en las que el faraón adopta la postura rígida y los atributos de Osiris. No conformes con todo lo anterior, los pílonos llevaban, adosados a sus fachadas y encajados en nichos a propósito, mástiles de madera de cedro que sobresalían por encima de sus cornisas haciendo ondear al viento sus correspondientes banderolas.
El patio descubierto a que el pílono da acceso admite, en uno o en varios de sus lados, pórticos de columnas o de pilares osíricos. A este patio, y sólo a él, tenían entrada los profanos; aquí se hallaba el altar de los sacrificios. Los bajorrelieves, rehundidos, de las paredes se referían al faraón y a sus varios cometidos en la vida civil, militar y religiosa, pero no desvelaban ningún misterio ni hacían comparecer a ninguno de los dioses.
La sala hipóstila es una estancia transversal, dividida en tres o más naves por hileras de columnas. La nave central alcanza a menudo, a partir de la Dinastía XIX, una mayor altura que las laterales, lo que permite abrir, en el resalte producido en la techumbre, ventanas enrejadas, que iluminan preferentemente la nave central como más tarde ocurrirá en las basílicas romanas. También las columnas de la nave central son más altas que sus compañeras y, a diferencia de éstas, coronadas normalmente por capiteles de capullos de papiro, están rematadas por grandes flores de la misma planta, abiertas, de cáliz acampanado (de donde el nombre de capiteles campaniformes). La mayor sacralidad de este recinto con respecto al patio tiene su reflejo en las escenas procesionales y rituales representadas por los bajorrelieves. Como es de rigor en presencia de los dioses, el faraón aparece despojado de sus galas mundanas y vestido sólo con un sencillo faldellín. Las salas hipóstilas pueden ser una o varias, y sus nombres indican sus respectivas funciones: sala de la aparición, sala de la ofrenda, sala de tránsito.