Época: Paréntesis
Inicio: Año 1364 A. C.
Fin: Año 1347 D.C.

Antecedente:
El paréntesis de Amarna

(C) Antonio Blanco Freijeiro



Comentario

El lugar elegido para su emplazamiento era un llano desértico de la orilla derecha del Nilo, bordeado de un circo de escarpaduras del desierto oriental, de modo que sólo era accesible por el Nilo y por dos pasos estrechos y próximos al río, uno al norte y otro al sur. Dos pequeñas guarniciones bastarían para cerrar aquellos accesos en caso de amenaza, de modo que con su defensa asegurada, la nueva capital podía prescindir de la muralla y del foso acostumbrados. Toda la margen izquierda del Nilo, de tierra cultivable, se destinaba a la agricultura y la ganadería que habrían de abastecerla. Catorce estelas con relieves del faraón adorando al Disco Solar delimitaban el perímetro de la ciudad y de su territorio.
La planificación se hizo con criterio muy liberal, muy distinto a la de Illahum. Tres calles, aproximadamente paralelas al Nilo, eran las principales arterias en sentido norte-sur, y tres ramblas o wadis, perpendiculares a ellas, dividían la ciudad en tres sectores. Unicamente para el central se impuso un plano ordenador. Los otros dos quedaron a merced de los nuevos pobladores. Había terreno de sobra para disponer de parcelas grandes, de modo que se implantó un módulo de casa individual, más parecida a una casa de campo que a una vivienda urbana. También las calles eran anchas y de aspecto moderno. No estaban pavimentadas, pero sí limpias de arena y de guijarros y orladas de árboles que se habían plantado en hoyos abiertos en el piso del desierto y rellenos de tierra vegetal, que en muchos casos han localizado los excavadores. El área edificada llegó a ser un rectángulo de nueve kilómetros de largo por uno de ancho, de modo que todas las casas podían abastecerse de agua del Nilo, entonces potable, o de pozos abiertos en sus proximidades. A unos cuantos kilómetros al este había un barrio obrero muy diferente, de casas pequeñas, dispuestas según un plano ortogonal, y rodeadas de una cerca común.

El sector central de la ciudad estaba cuidadosamente planificado y ocupado en su mayor parte por los templos y los edificios oficiales. En el meridional vivía una mayoría de gente rica, pero también artesanos y gente modesta, como los escultores. Las parcelas de los primeros disponían de un amplio jardín con piscina en su lado norte, y de un área de servicio en el del sur, donde estaban las habitaciones de los criados, los hornos del pan, las bodegas, los establos y los silos para el grano. La casa del dueño disponía de dos o tres salas de recepción y todas las comodidades de una buena residencia. La prisa con que la ciudad se había construido impuso el adobe como material de construcción y la techumbre aterrazada. Sólo las columnas y los marcos de las puertas eran de caliza, y de yeso las celosías de las ventanas, pequeñas y situadas en lo alto de las paredes.

El nuevo credo religioso requería templos hipetrales, es decir, a cielo descubierto: grandes patios como los de los antiguos templos de Re, al estilo del de Neuserre en Abu Gurab. Ni siquiera el robusto obelisco de antaño era ya necesario. No había, en efecto, ni una imagen divina que custodiar en un naos, ni habitaciones domésticas de residencia de un dios antropomorfo. La costumbre recomendaba, sí, atenerse a una planta rectangular, con simetría bilateral; a un muro de ceñimiento que delimitase el recinto sagrado (témenos): orientar el edificio hacia el este, poniendo la fachada hacia el oeste; ennoblecer su acceso con unos pílonos; disponer de un patio, de matadero de víctimas cruentas, y, sobre todo, de otro patio, provisto de una plataforma o altar, con una o varias escaleras o rampas de acceso. Este último, precedido de un pórtico que miraba a levante, fue el elemento básico de los nuevos templos. En los tres ejemplares de Amarna los altares están flanqueados por mesas de ofrenda; en un caso, 365 mesas a cada lado del eje, una por cada día del año, pues Atón renacía cada mañana y sus patios, hasta seis, con extensiones de cientos de metros, habían de estar literalmente cubiertos de estas mesas.