Comentario
Hacía tiempo que gentes procedentes de Libia se habían asentado en Egipto, formando colonias. Estos contingentes eran utilizados como tropas mercenarias, pero mantenían un liderazgo interno, de manera que sus caudillos lograron una posición destacada en la estructura política, como jefes de los Ma y entre ellos, Sheshonq había sido distinguido con el cargo de consejero de Psusenes. El poder militar del fundador de la Dinastía XXII evitó cualquier síntoma de oposición; ni siquiera Tebas ofreció seria resistencia, lo que no deja de producir cierta perplejidad. Es más, designa a su propio hijo como gran sacerdote de Amón, recomponiendo así la doble línea emparentada. Tras haber logrado su consolidación en el interior, organizó una campaña contra Israel, aprovechando la división del reino que se produce a la muerte de Salomón. De este modo, el instaurador de la dinastía libia tomaba como política propia la de la agresividad contra los vecinos asiáticos. Por el contrario, las relaciones con los fenicios se mantuvieron pacíficas, lo que permitió incrementar el volumen de los intercambios. De esta manera se constata una ligera recuperación económica que se traduce en donaciones especiales a los templos. A su muerte las fuentes documentales se reducen drásticamente. A pesar de ello, atisbamos el deseo de conexión con la dinastía precedente, que se expresa no sólo a través de la onomástica real, sino también por el matrimonio de Osorcón, el heredero, con una hija de Psusenes. Por otra parte, continúan las donaciones regias a los templos y mantiene la política general de su padre. Es bajo su reinado probablemente cuando el nubio Zerah atacó al rey Aza de Judá, quizá por encargo del propio faraón.
A su muerte es sucedido por su hijo Takelot I, del que apenas poseemos noticias. Este dejó el trono en manos de su hijo Osorcón II, con el que comienza una etapa de cierto esplendor. En el exterior participa livianamente en una alianza sirio-palestina destinada a contener la política expansionista de Assurnasirpal II y Salmanasar III, que se enfrenta con las tropas coaligadas en la batalla de Qarqar, de ambiguo resultado, pues si bien aseguró la independencia a los aliados, el rey asirio pudo continuar su política de ataques continuos contra los estados vecinos; pero desde el punto de vista egipcio, lo importante era que se abría una nueva etapa en las relaciones con los estados del corredor sirio-palestino, consistente en el apoyo diplomático, económico e incluso militar necesario para impedir la progresión asiria. En el orden interno, logró, no sin esfuerzo, situar a sus hijos como grandes sacerdotes de los principales dominios divinos y en tales circunstancias de estabilidad pudo afrontar una política constructiva insólita en la época. Y a pesar de la relativa prosperidad, a su muerte las fuentes documentales disminuyen hasta el silencio casi total.
Su hijo Takelot II reinó unos veinticinco años, pero no sabíamos prácticamente nada de él si no fuera por la inscripción que su hijo Osorcón, sacerdote de Amón, hizo grabar en Tebas. Gracias a ella sabemos que en el año décimo primero el faraón y su hijo hubieron de hacer frente a una guerra civil mediante la cual Tebas pretendía evitar el nombramiento de Osorcón. La guerra duró hasta el año 24 de Takelot II, pero un año después Osorcón pierde nuevamente el mando en Tebas y antes de recuperarlo fallece el faraón. La circunstancia es aprovechada por un hermano menor que no respeta el tradicional orden sucesorio y arrebata a Osorcón la herencia anhelada. El nuevo faraón, Sheshonq III, había causado un nuevo conflicto sucesorio.
Tal vez por la escasa habilidad demostrada durante su sacerdocio, Osorcón no obtuvo el apoyo tebano. El clero amonita, enemistado con Osorcón reconoce inmediatamente a Sheshonq III que, a su vez, permite la libre designación del nuevo gran sacerdote. No obstante, Osorcón vuelve a ser, veinte años más tarde, gran sacerdote de Amón. Entretanto se había producido otra escisión en el norte, pues un personaje, del que se ignora incluso si pertenecía a la familia real, llamado Pedubast se proclamó rey en Leontópolis. Pronto fue aceptado en casi todo el país y en Tanis, donde reinaba Sheshonq III, se reconoció la doble monarquía. Así da comienzo la dinastía XXIII de Manetón que discurre en paralelo a la anterior. Pedubast es sucedido por Iuput I y Sheshonq IV, todos ellos contemporáneos de Sheshonq III, que aun controla parcialmente el Delta. Su hijo Pimay hereda el trono, pero comparte el territorio con Osorcón III, sucesor a su vez de Sheshonq IV. Este miembro de la dinastía XXIII logra imponer su autoridad en detrimento de Tanis, donde el nuevo monarca, Sheshonq V, se ve superado por los estallidos independentistas de diferentes jefes de los ma. Osorcón III es, además, reconocido en Tebas, con lo que su poder, favorecido por un largo reinado de más de veinticinco años, adquiere una proyección poco habitual en esta época de anarquía militar. Osorcón III será sucedido por su hijo Takelot III, que había sido previamente gran sacerdote de Amón y gran sacerdote en Heliópolis; con ese bagaje y la herencia militar del padre dispuso de las condiciones óptimas para asegurar su gobierno, que se prolonga mas de veinte años.
Los prolongados reinados de algunos monarcas no deben desdibujar la situación real en la que progresivamente jefes locales, envalentonados por su mando militar, se negaban a aceptar cualquier autoridad. De este modo, el conflicto político, expresado mediante la usurpación de las prerrogativas del poder central y caracterizado por la consolidación de fuerzas centrífugas de origen mercenario, absorbía todos los esfuerzos productivos, de suerte que se habían alterado y destruido los sistemas redistributivos propios del sistema faraónico. El proceso de desestructuración aún no había tocado fondo y en consecuencia, la restauración tardará en llegar.