Comentario
En 1925, el asiriólogo checo B. Hrozny descubrió junto a la aldea y colina de Kültepe, en la Anatolia Central, una antigua ciudad cabeza de un pequeño Estado, Kanis, donde a comienzos del II milenio, gentes de Asiria habían instalado la sede central de una verdadera y amplia red de colonias y delegaciones comerciales que llamaban "karu". Gracias a sus archivos conocemos hoy no poco de la historia y la sociedad anatólica del momento. Por ejemplo, por medio de las cartas del Karum sabemos que la región estaba dividida en múltiples y pequeños Estados, 46 de los cuales aparecen citados con frecuencia. Mas si políticamente no todos eran iguales -los asirios distinguían entre los monarcas indígenas a unos pocos grandes príncipes (ruba'um) y reyes (sarrum)-, en su cultura material y en sus modos de vida eran muy semejantes, dueños también de unas formas artísticas, propias fruto de la herencia y la prosperidad general. Porque nada avala que los comerciantes asirios jugaran papel alguno en el nuevo arte. De hecho y como dice K. Bittel, las gentes de Assur vivían sólo por y para los negocios. Incluso habitaban en casas del país y utilizaban objetos puramente anatolios.
El arte de Kanis y de las otras ciudades-estado de entonces tiene para nosotros un significado: el del instante de la madurez. Desde el comienzo hemos ido siguiendo el hilo continuo demandado por H. Frankfort, una tradición ininterrumpida en mi opinión y que en Kanis, puesto de manifiesto en la cerámica o la arquitectura, anuncia -como sentencia E. Akurgal- el arte de los hititas presentes ya en la misma ciudad. La arquitectura de Kanis -formada por la ciudadela, la ciudad fortificada y la ciudad baja, sede del karum y dotada de murallas también- presenta un plano entre ovalado y circular, con un dédalo intrincado de callejuelas de las que algunas convergerían en la ciudadela, semejante en todo a lo que sabemos de otras ciudades de relieve como Alisar o Acemhöyük. A una ya vieja tradición pertenecían las ciudades, que luego veremos en el mundo hitita o luvio-arameo. Y en un continuum sin ruptura se inscriben las técnicas de construcción de la época, con el empleo de la piedra, el adobe y la madera.
Los resultados de las excavaciones practicadas por B. Hrozny y los arqueólogos turcos encabezados por N. Özgüc, en Kanis atribuyeron a la época del karum cuatro niveles en la colina y otros tantos en la ciudad baja. Todos ellos nos han proporcionado la imagen de una arquitectura que, en lo doméstico, resulta plenamente anatolia incluso en la sede comercial asiria. Pero como en tantas ocasiones, las edificaciones palaciales resultan más orientativas del gran arte. Así, el llamado palacio de Warsama, rey de Kanis en torno a la segunda mitad del siglo XVIII, cuya distribución de salas y patios recuerda, en opinión de K. Bittel, a la posterior arquitectura monumental hitita. Sobre la colina también sería descubierto un curioso edificio de tres salas pavimentadas con losas de piedra, y cuyas cuatro esquinas exteriores estaban formadas por otras tantas torres. Considerado inicialmente como un edificio religioso u oficial, la verdad es que ni su estado ni los hallazgos habidos permiten asegurar su función.
Pero donde el espíritu de la época se hace más perceptible es en el campo mejor conservado de las artes figurativas. En el museo de Ankara, que posee la más rica colección de cerámicas usadas en el Kanis del karum, podemos estudiar las tradicionales cerámicas pintadas, las llamadas capadocias -realizadas a mano, con engobe rojizo pulimentado y decoración pintada geométrica en negro- y las más bellas y finas realizadas a torno y decoradas con un simple y excelente engobe rojo pulimentado, cuyas formas sofisticadas -jarras de pico peculiar, teteras, grandes recipientes con pie y asas múltiples, trípodes- y calidad técnica, las hacen de improbable empleo cotidiano.
Dentro de una tradición ya conocida y como anuncio de lo que sería común en época hitita, debernos situar los bellos "rytha" sobre cabezas de toros, cameros y otros animales, muy populares en la meseta pero cuyos mejores ejemplos se hallarían en Kanis. Son destacables también los recipientes teriomorfos, verdaderas estatuillas huecas de animales echados o afirmados sobre sus cuatro patas, pintados, con las fauces abiertas y la lengua colgante -como los leones del futuro luvio-arameo- y un gollete sobre el lomo. Según E. Akurgal, estos vasos servían para realizar libaciones religiosas, y sus formas son tan cuidadas y peculiares que en el mismo Kanis podría identificarse la obra de un artista.
Entre los habitantes de la ciudad tuvieron gran aceptación unas figuritas de dioses protectores realizadas en plomo fundido con ayuda de moldes. Las pequeñas imágenes son muy sumarias, planas, de pequeño tamaño -entre 4 y 6 cm tan sólo- y acaso sus moldes tallados en piedras duras resultan a veces más atractivos que las figuritas mismas, pues aquellos los suponemos trabajados en los talleres de los primeros artesanos de la glíptica anatolia que en Kanis comenzó a desarrollar un estilo local -estudiado por N. Özgüc-, que suele llenar todo el campo disponible con figuras o símbolos del más variado tipo.
La estatuaria de pequeño tamaño dejó algunas figuritas de marfil, como la célebre diosa de la fecundidad cuya anatomía y postura entronca con la tradición anatolia. Según K. Bittel, los marfiles anatolios son tributarios de modelos sirios y, de hecho, en no pocos resulta evidente, como en los hallados en Acemhöyük y Alaca, por ejemplo. Pero la estatuilla de la diosa de Kanis, con un tocado conocido después en el mundo hitita, se me antoja más dentro del mundo cultural de Anatolia.