Comentario
La escultura de grande y pequeño formato no agota la producción artística de los artesanos hititas. Porque también los estucadores, los alfareros, los orfebres y los maestros de la talla de piedras duras dejaron el rastro no desdeñable de su obra.
De la actividad de los primeros apenas sí ha quedado confirmación alguna. Pero ciertos fragmentos de mortero mural, hallados en la colina de la ciudadela de Hattusa, sugieren que gran parte de los muros del palacio pudieron estar finamente revocados y pintados. De hecho, K. Bittel piensa incluso que los relieves adosados en las cerámicas de Bitik u otros lugares permitirían imaginar la existencia de pinturas figurativas de gran formato -sin descartar desde luego los relieves estucados-, como un arte de difusión restringida.
Durante el primer Estado hitita y, sobre todo, a lo largo del expansivo periodo imperial, los alfareros continuaron produciendo una cerámica monocroma que se inscribía en la tradición de Anatolia. Su brillante aspecto exterior, bien pulimentado, la calidad de su pasta y sus formas denotan su pertenencia a un tronco cultural muy definido. Pero, naturalmente, dejando a un lado la masa de este tipo de cerámica que, pese a su belleza, podemos llamar común, y descartando la más barata sin tratamiento alguno o la de cocina, es necesario destacar dos líneas de productos muy definidos y peculiares de los alfareros hititas: los recipientes policromados con adorno de relieves adosados y los vasos teriomorfos.
Los vasos con figuras humanas o animales en relieve parecen haber constituido un conjunto artístico muy limitado. Se trataba de grandes recipientes -por lo común, una especie de grandes ánforas ahusadas y jarrones con asas-, en los que bien libremente o bien en frisos enmarcados por bandas de decoración geométrica, se aplicaban figuraciones de objetos, edificios, animales o personas en actitudes muy distintas, como en la caza, formando procesiones o cumplimentando ritos. Conseguido el volumen, el artista redondeaba su obra aplicando un policromado cuidadoso. Lo lamentable es que esta cerámica sólo sea conocida, en su mayor parte, por fragmentos relativamente grandes y hallados en diferentes localidades como Bitik, Inandik, Alisar y Hattusa. La capital, en concreto, sólo ha proporcionado muestras de pequeño tamaño publicadas por R. M. Boehmer no hace mucho tiempo.
El ejemplar más célebre es sin duda el fragmento de Bitik -conservado en el museo de Ankara-, que E. Akurgal data en tomo al 1400 a. C. La reconstrucción de su forma, debida a T. Özgüc, permite la lectura de una ceremonia religiosa peculiar, distribuida en tres frisos limitados por dos cenefas de decoración rayada. En la banda inferior -de cuyas figuras sólo se conserva la cabeza de dos contendientes y sus armas en alto- vendría a representar, en opinión de K. Bittel, una escena de gimnasio o combate ritual. La cenefa intermedia presenta una fila de portadores de ofrenda dirigiéndose hacia la derecha de la composición, calzados con la típica bota anatólica y vestidos con breves túnicas. Y por encima de todo, la banda principal. A la derecha, parte de una figura perdida de gran tamaño -con mucha verosimilitud, una divinidad-, cubierta con un largo vestido y calzada con el zapato hitita de punteras curvadas hacia el empeine. A la izquierda, dentro de una especie de vestíbulo señalado por una arquitectura, dos personas sentadas. Una figura femenina (?), cubierta con un manto desde la cabeza a los pies, recibe de manos de un varón (?) sentado enfrente, una especie de bandejita, platillo o recipiente. Según W. Orthmann, éstas serían las figuras principales de todo el programa iconográfico del vaso. Dentro del mismo estilo, en su obra sobre las cerámicas de relieves adosados encontradas en Hattusa, R. M. Boehmer destaca algunos fragmentos con relieves de ciervos unos, de cabras en posición heráldica otros, que sitúa en los siglos XV y XIV. La escena de los ciervos recordaría al rython de la colección N. Schimmel -notablemente más perfecto- de cronología aproximada. La gran vasija de forma ahusada -de una altura calculada en 1,40 m.-, decorada con una composición de cabras heráldicas, me recuerda a temas bien conocidos de la iconografía glíptica del II milenio en la Siria septentrional.
La vieja tradición del vaso teriomorfo, madura ya en la época de Kanis, se afirmó y alcanzó durante los últimos siglos de la cultura hitita el nivel más óptimo. Por fuerza hay que destacar el recipiente, bien conocido, de un pato bicéfalo datado en el siglo XV. Famosos también son los toros de Inandik, probablemente de igual fecha. Su cuidada manufactura, con curiosos detalles anatómicos, sus distintos orificios y su lugar de hallazgo -una fosa ritual (?) en Büyükkale-, sugieren su utilización en ciertas libaciones que, tal vez, podrían no ser religiosas como se pensaba en un principio.
Los talleres de orfebrería produjeron ingentes cantidades de colgantes de oro, amuletos y, con certeza, joyas que no han llegado hasta nosotros. Pero de la calidad y perfección de su trabajo nos hablan las piezas de la colección N. Schimmel, cuyos rytha teriomorfos en plata y estatuillas divinas en oro carecen todavía de paralelo y se sitúan, muy confortablemente, a la altura de la mejor orfebrería de su época en otras culturas.
Como en el mundo actual, más cerca de la orfebrería que de la talla en piedra se encontraría también entonces la glíptica. Los artesanos grabadores de piedras duras, valiosas normalmente, de pequeño tamaño y utilizados como sellos sobre documentos de arcilla, crearon un estilo muy diferente al perceptible en el arte glíptico del resto de Oriente. Prácticamente desde los comienzos, los hititas prefirieron el sello de estampilla, de impronta circular, decorado con amplias cenefas de inscripción cuneiforme como marco de muy parcos temas iconográficos que, no sólo en los sellos reales, suele recordar imágenes de adoradores y protectores divinos ya conocidos en los relieves, precisados también en la glíptica por las correspondientes inscripciones jeroglíficas.
Sin dejar de poseer un alto interés, la glíptica hitita supone un discreto apartado en la historia del arte oriental. Sólo en los Estados sirios conquistados por Suppiluliuma, los hititas aceptaron el sello cilíndrico -aunque no fuese rara la solución bilingüe-, incorporando los temas mucho más ricos y complicados de la iconografía de la región.