Comentario
Francia era, a finales del siglo XVIII, un país eminentemente agrícola. La agricultura francesa experimentó una lenta progresión debido esencialmente al aumento de la extensión de las tierras roturadas y a la introducción de nuevos cultivos, como el maíz y la patata. Sin embargo, se publicaron muchos tratados a lo largo de la centuria, mediante los que se intentaba difundir nuevas técnicas y modernos procedimientos para aumentar los rendimientos de la tierra. El Estado, incluso, intervino para fomentar la producción y estimular la aplicación de estos cambios. Pero estas innovaciones no tuvieron un gran alcance porque la población rural no estaba preparada para ponerlas en práctica debido a la presión de las rentas señoriales y eclesiásticas que tenía que soportar y también a su ignorancia. Además, existía suficiente suelo agrícola en Francia como para aumentar la producción simplemente mediante el aumento de la superficie cultivada, sin necesidad de modernizar la agricultura.La industria en Francia era todavía muy arcaica a finales del Antiguo Régimen. La producción industrial estaba en manos de los campesinos al menos en un 50 por 100. Fabricaban a escala local para el autoconsumo todo tipo de productos, como el pan, los aperos de labranza, la cestería, etc. En las ciudades, la producción correspondía a los gremios. Pero estas corporaciones constituían un freno para la industria, ya que la rigidez de sus reglamentos impedía que los artesanos más capacitados aumentasen la producción más allá de lo establecido por las ordenanzas, y que la iniciativa de los más inquietos sirviese para introducir nuevas técnicas que redundasen en beneficio de la calidad de los productos.Sin embargo, existía también una industria dispersa que se hallaba controlada por comerciantes-empresarios que utilizaban la mano de obra rural. Los campesinos complementaban así sus escasos ingresos en la agricultura con esta actividad que les permitía aumentar sus recursos sin abandonar su casa. En la industria textil era donde se empleaba con más frecuencia este procedimiento, de tal forma que había regiones enteras, como las de Bretaña y el Languedoc, que tenían una importante producción. En esta época se crearon algunas fábricas de tejidos de algodón, como la de Oberkampf en Jouyen-Josas, pero todavía constituían una excepción.También comenzaron a aparecer algunas fábricas siderúrgicas, como la de Le Creusot, creada en 1785, pero puede decirse que, en su conjunto, la economía francesa era todavía precapitalista y no se había producido una verdadera "revolución industrial".En cuanto al comercio, sí experimentó un crecimiento considerable a lo largo de la centuria, hasta el punto de que se multiplicó por cinco y superó al comercio de Gran Bretaña. Los puertos de Nantes y de Burdeos en el Atlántico alcanzaron un importante desarrollo y se convirtieron en dinamizadores de la economía industrial por cuanto espolearon la fabricación de productos para la exportación y al mismo tiempo facilitaron en sus alrededores la transformación de los productos coloniales que venían del otro lado del océano.Sin embargo, la situación económica de Francia no cesó de empeorar desde los inicios del reinado de Luis XVI. La industria textil se vio afectada negativamente por una disminución de las importaciones de algodón; la tremenda sequía del año 1785, diezmó el ganado lanar y la producción lanera se redujo sensiblemente; la crisis de la producción vitícola, por ultimo, dejó maltrechas las economías de los agricultores de la mitad meridional del país. Pero, sobre todo, tuvo unos efectos muy negativos sobre la economía la disminución del comercio con las Antillas, desde el momento en que la guerra de América había abierto aquellos puertos a otros países neutrales, terminando así con el monopolio que Francia había mantenido con ellos. Esa situación repercutió en los puertos franceses del Atlántico, que vieron disminuir considerablemente las cifras del tráfico marítimo. Se creía, no obstante, que esa disminución del comercio antillano se vería compensada con el incremento del tráfico con los Estados Unidos, con los que se firmó un tratado de comercio mediante el que se reducían recíprocamente las tarifas aduaneras. Pero una vez terminada la guerra, los Estados Unidos dirigieron de nuevo su comercio hacia Inglaterra. A pesar de todo, en 1786, Francia firmó un tratado de comercio con Gran Bretaña, aunque sus resultados no fueron muy productivos. Por el contrario, Francia se vio invadida por productos industriales británicos, sobre todo productos textiles, que hacían la competencia a los franceses, mientras que las exportaciones francesas -la seda, sobre todo- no se vieron muy incrementadas.Así pues, en vísperas de la Revolución, se quebró esa prosperidad industrial y comercial que había tenido una evolución favorable desde comienzos del siglo XVIII. Y lo mismo puede decirse de la situación de la agricultura, pues las condiciones meteorológicas de los años 1787 y 1788 fueron realmente malas y las cosechas lo acusaron. Si a esto se une el hecho de que las medidas tomadas por el gobierno en 1787 para liberar la exportación de granos, dejó vacíos los graneros y produjo una inmediata elevación de los precios, se entenderá el drástico aumento del coste de la vida que afectó, sobre todo, a las clases más desfavorecidas.De esta forma se desencadenó todo el mecanismo típico de las crisis del Antiguo Régimen: la masa, desprovista de medios de subsistencia, deja de comprar productos manufacturados; las industrias, ante la falta de demanda, se ven obligadas a echar a la calle a los trabajadores, que a su vez, no tienen otro recurso que dedicarse a la mendicidad. El número de indigentes en las ciudades se ve incrementado con los campesinos que acuden a los centros urbanos en busca de los establecimientos de caridad, o con la esperanza de poder encontrar unos medios de vida que no les ofrece el campo.