Comentario
De todas maneras, la crisis política no tardaría en llegar. Aunque las elecciones de agosto de 1846 volvieron a dar una mayoría más que confortable al Gobierno, las críticas se hicieron generalizadas desde finales de ese mismo año. A la inquietud en los medios obreros, en los que empezaban a penetrar las propagandas socialistas, se unieron las denuncias específicas contra la corrupción reinante, en las que jugó un papel importante el periódico La Presse, del radical E. de Girardin. La actuación de algún político, como fue el caso del ex-ministro Teste, sirvió para concretar ese ambiente de crisis moral.Por otra parte una crisis agraria, iniciada con la plaga de la patata en 1845 y la de los cereales en los dos años siguientes, creó ansiedad sobre el abastecimiento y terminó por colapsar la actividad económica.En ese contexto, la campaña política de quienes pretendían una reforma electoral y parlamentaria fue llevada a la calle desde el verano de 1847. Los reformistas pretendían un régimen de incompatibilidades, que impidiera el alto porcentaje de funcionarios existente en la Cámara de diputados, que se rebajase la franquicia electoral y que las circunscripciones electorales se adecuasen a los cambios demográficos experimentados por Francia, para que acabase el predominio de las regiones del sur, agrarias y fácilmente manipulables por el Gobierno.La campaña, en la que A. de Lamartine y el republicano Ledru-Rollin llegaron a reclamar el sufragio universal, fue ganando intensidad hasta alcanzar un clima casi revolucionario, que preocupaba a muchos. A finales de año, afirmaba Tocqueville en la Cámara: "El sentimiento de inestabilidad que suele preceder alas revoluciones ha alcanzado un nivel temible en este país".Cuando el Gobierno trató de prohibir el banquete final de la campaña, previsto para el 21 de febrero de 1848, se generó la reacción popular. Los periódicos Le National y La Réforme convocaron para ese día una manifestación que se tradujo en un levantamiento popular. La Guardia Nacional se puso del lado de los sublevados y Luis Felipe tuvo que ceder ante los que le exigían la destitución de Guizot. En aquel momento el monarca era ya un hombre de setenta y cinco años, con escasos ánimos de lucha. "El Rey -había escrito unas semanas antes el príncipe de Joinville en una carta- ha llegado a una edad en la que no se aceptan los consejos, pero en la que faltan las fuerzas para adoptar resoluciones viriles".De hecho, la destitución de Guizot no había servido para calmar los ánimos. Luis Felipe abdicaba al día siguiente (24 de febrero) en su nieto, el conde de París, y abandonaba las Tullerías camino de Londres. Pero las masas parisinas habían ya proclamado la segunda República Francesa.