Comentario
La renovación ideológica que iluminada por la Ilustración se produjo en América no tuvo necesariamente un contenido proburgués y revolucionario. No hay que olvidar los componentes católicos y de defensa del orden estamental que tenía la Ilustración española, con sus repetidas muestras de fidelidad a la Corona. La crítica de los defectos de la sociedad colonial o la discusión sobre las reformas económicas necesarias para modernizar al país se mantenían dentro de los límites del sistema vigente y no cuestionaban a la Corona ni a la existencia misma del Imperio. Es cierto que a partir de la independencia de los Estados Unidos y su experiencia republicana y especialmente después de la Revolución Francesa hubo voces que se levantaron condenando la explotación en las colonias españolas y defendiendo la emancipación. Pero se trataba de casos aislados, que generalmente pagaban con el destierro su osadía, siendo el de Francisco de Miranda, exiliado durante varios años en Gran Bretaña, uno de los ejemplos más notables. La influencia de ambos procesos históricos en las colonias, bien a través de la lectura de las publicaciones que trataban esos temas o bien a través del contacto directo, se limitó a grupos ilustrados de tamaño reducido y a veces marginales en el seno de las elites. Sólo quienes podían leer o estaban en condiciones de viajar podían acceder a comprender lo que ocurría en Estados Unidos o en Francia. Sin embargo, se fue creando un estado de opinión que si bien en sí mismo fue insuficiente para explicar las transformaciones ocurridas, sí favoreció la velocidad vertiginosa con que se produjeron los cambios y permitió justificar el estallido de las guerras independentistas con las ideas de la Revolución Norteamericana y la Revolución Francesa. El liberalismo fue una ideología que caló hondo en muchos líderes de la independencia, que también se vieron influidos por el pensamiento utilitarista de Jeremy Bentham, pero su incidencia aumentó una vez iniciados los procesos de emancipación. Con todo, el liberalismo carecía de todas las respuestas y José de San Martín y Simón Bolívar, dos de los más distinguidos libertadores, tenían ciertas reticencias frente a la noción de soberanía popular. Mientras San Martín no creyó nunca en la república (he ahí sus intentos de recrear la monarquía en el Perú), Bolívar era un firme defensor del republicanismo, pero con un componente autoritario muy desarrollado. Con respecto a los movimientos sociales que a lo largo del siglo XVIII estallaron en América, en muchos de los cuales se ha pretendido encontrar algunos precedentes de la emancipación, hay que señalar su gran heterogeneidad y que muchos de ellos respondían más a motivaciones antifiscales que a verdaderos deseos de emancipación. En este caso es importante diferenciar las revueltas de los indios de las de los esclavos. En la revuelta de Tupac Amaru, por ejemplo, los indios se levantaron al grito de "viva el buen Rey y abajo el mal gobierno". Sin embargo, la potencialidad del movimiento indígena en las zonas donde su presencia era mayoritaria (México, Perú, Guatemala, etc.) hizo que la Corona fuera vista por las clases más adineradas como un dique que garantizaba sus privilegios. La peligrosidad potencial de los sectores indígenas fue realzada por el levantamiento de esclavos negros y mestizos en el Haití francés y las matanzas de los plantadores y terratenientes blancos y mulatos. El temor al negro se hizo evidente en aquellas colonias con un gran predominio de la economía de plantación, como Cuba y Venezuela, que ya habían conocido en el pasado algunas sublevaciones de los esclavos.