Comentario
El primer fenómeno fácilmente observable acerca de las consecuencias que el movimiento emancipador tuvo sobre las economías latinoamericanas es el de la conformación de una nueva realidad nacional y regional, provocada no sólo por la disolución del viejo Imperio colonial español, sino también por el surgimiento de nuevas unidades políticas y administrativas. Este punto merece una aclaración inicial acerca de las grandes diversidades existentes a lo largo y a lo ancho del continente americano, lo que impide muchas veces excesivas generalizaciones. Hay que tener en cuenta, sin embargo, que no se trató de un mecanismo automático, sino de un proceso de larga duración, cuyos límites cronológicos pueden ubicarse entre 1750 y 1850. Tras la emancipación del espacio peruano, para seguir la ya clásica definición de Carlos Sempat Assadourian, que durante el período colonial había albergado a los virreinatos del Perú y el Río de la Plata, sus vastos territorios se desgajaron en varios países: Argentina, Bolivia, Chile, Ecuador, Paraguay, Perú y Uruguay. Rápidamente, tanto la Gran Colombia como América Central se disgregaron en varias partes. De las amplias regiones integradas en el espacio mexicano se separaron miles de kilómetros cuadrados que terminaron incorporándose a los Estados Unidos. En poco tiempo, el es fuerzo unificador y centralizador de la monarquía española que se había mantenido incólume durante varios siglos saltó por los aires. En base a esta realidad, una cierta historiografía latinoamericana, bastante maniquea por cierto, influida por algunas tendencias nacionalistas (casi podrían ser calificadas de nacionalistoides) y dependentistas, nos habla de un proceso de balcanización o satelización en América Latina. Curiosamente en este punto suelen coincidir los historiadores nacionalistas de izquierda con los de derecha, y pese a sus vanas pretensiones de autenticidad y pureza ideológica, ambos suelen estar igualmente "contaminados" por alguna forma de pensamiento proveniente de los países centrales (Europa o los Estados Unidos). De acuerdo con esas teorías, a este proceso se habría llegado por la maldad intrínseca del imperialismo británico, que deseoso de medrar con la explotación de los nuevos países latinoamericanos, impuso la pérfida teoría del divide y vencerás. La siguiente frase, que inclusive aborda algún punto que desarrollaremos más adelante, no fue escrita, aunque parezca asombroso, por ningún representante del marxismo latinoamericano, sino todo lo contrario: "La América española, durante y después de la guerra de su independencia, tiene que organizar su riqueza de acuerdo con los dictados que le impone Inglaterra. Desaparece la incipiente industria hispanoamericana y pasan estos países a ser productores de materias primas para la gran máquina industrial inglesa, que, además, impone su calidad y sus precios". Su autor, el argentino Dardo Pérez Guilhou, es famoso por sus posiciones ultras e integristas. Pero conceptos similares manejaba el más izquierdista historiador uruguayo Vivian Trías, al señalar que "la independencia de España dio lugar a la satelización de las... Provincias Unidas del Río de la Plata por el Imperio inglés". En este punto pueden resultar adecuadas algunas preguntas sobre el problema de la balcanización, aunque más no sea para contrastar los planteamientos coloniales de la mayor potencia industrial de la época, Gran Bretaña, con los existentes en la metrópoli española. ¿Por qué en el Brasil, donde gracias a la alianza con Portugal la presencia británica era mayor que en el resto de los países americanos después de su emancipación, no se produjo tal balcanización, pese a las evidentes tendencias centrifugas existentes, claramente expresadas, por ejemplo, en la postura secesionista de Río Grande do Sul? ¿Acaso no tuvo que ver en este proceso la existencia de alguna diferencia entre los planteamientos coloniales de los ilustrados portugueses y españoles, plasmados, por ejemplo, en la fundación de intendencias en la América española, para muchos base de las futuras nacionalidades? ¿Qué fuerza política tenía Gran Bretaña, tanto su gobierno como sus comerciantes y banqueros, en la primera mitad del siglo XIX para controlar a los gobiernos y a las oligarquías latinoamericanos? ¿Tenían las autoridades británicas algún proyecto político, alguna teoría colonial, que pudiera ser caracterizada de estratégica, para aplicar en el conjunto del continente americano, o se movían en respuesta a las presiones de los comerciantes e inversores británicos con intereses en la región? ¿No prefería acaso Gran Bretaña, o mejor dicho los comerciantes británicos, contar con un único y extenso mercado con el que comerciar, negociando con un solo gobierno, en vez de tener que luchar con un conglomerado de ellos? Si bien se ha señalado que una de las consecuencias de la emancipación fue la reorganización nacional y regional, hay que aclarar que no se trató de un proceso ocurrido de forma automática e instantánea, sino que se podría hablar de un fenómeno de larga duración inscrito, como ya se ha dicho, en la centuria que va de 1750 a 1850 y que recién terminó de definirse en la segunda mitad del siglo XIX, cuando la mayor parte de los países latinoamericanos habían adquirido totalmente su perfil exportador. Este proceso también dependió, a la hora de su resolución, de la coexistencia de múltiples procesos nacionales, impulsados por distintos grupos sociales con una base territorial diferenciada, que terminaron decantándose en cada uno de los países a favor de uno de los proyectos en cuestión. El trazado de los límites de los nuevos estados y la construcción de las nuevas naciones estaban directamente vinculados al tema de la identidad. En el momento de la independencia eran varias las identidades en pugna y por lo tanto varios los proyectos nacionales en juego, apoyados por distintos grupos oligárquicos, con intereses políticos y económicos claramente diferenciados. Por un lado nos encontramos con aquellos, como Bolívar, que partiendo de la identidad americana defendían la creación de una gran confederación, u otra forma asociativa, de ámbito continental. Junto con ellos había proyectos de alcance menor, impulsados por las distintas oligarquías regionales. Mientras algunos de ellos terminaron con la formación de un nuevo Estado, como en el caso de Uruguay, otras no tuvieron tanto éxito y tuvieron que conformarse integrando estructuras políticas más amplias, tal como ocurrió con la oligarquía arequipeña. Buena parte de las guerras civiles que siguieron a las luchas de la independencia estaban directamente vinculadas a los es fuerzos de unos y otros de imponer su propio proyecto nacional a los demás.Qué duda cabe de que las nuevas unidades políticas, el trazado de nuevas fronteras y el control del territorio por ellas delimitado, la creación de nuevos patrones monetarios y metrológicos y la introducción de nuevos sistemas legislativos que modificaban las viejas usanzas indianas en materia de propiedad y contratación y las reglas de juego hasta entonces aceptadas, crearon ciertas condiciones que tendían a dificultar los intercambios entre los diversos países. Pero prácticamente desde siempre el contrabando ha demostrado que es imposible poner puertas al campo y que si existe la necesidad de negociar, los flujos comerciales se van a mantener. Por ello, y más allá de la indudable realidad que suponían los factores recién enumerados (y que están esperando la realización de más de una monografía que valore realmente su incidencia en este proceso), está claro que hay otros hechos que inciden en cuanto aquí se está diciendo.En primer lugar, el abandono de los planteamientos mercantilistas y los cambios que se estaban gestando en la economía mundial, la industrialización de algunos países de Europa occidental y las nuevas concepciones coloniales tendían a reducir la importancia de los centros productores de metales preciosos en beneficio de otras actividades vinculadas a la explotación de la agricultura tropical. La importancia creciente en las exportaciones de productos como el azúcar, café, cacao, tabaco, índigo, algodón, grana o cochinilla, e inclusive los cueros, nos hablan no sólo de la dimensión del fenómeno sino también de la puesta en valor de áreas hasta entonces marginales dentro del Imperio español. Sin embargo, en muchos casos habrá que esperar a la segunda mitad del siglo XIX para que las mejoras en las comunicaciones permitan hacer realidad lo que hasta entonces habían sido puras expectativas. Estos hechos incidieron en la realidad colonial, y entre tantos otros fenómenos que condujeron a las llamadas reformas borbónicas, llevaron a la creación de las intendencias, que tuvieron una decidida participación en la reorganización de las regiones americanas, e inclusive en la creación de las nuevas nacionalidades. Y si esto fue así no se debió tanto a la voluntad manifiesta del legislador, sino al hecho de que las intendencias, y su trazado, respondían adecuadamente a las transformaciones que se habían producido en América después de dos siglos y medio de presencia española. Las guerras de independencia provocarían algunos cambios sociales que repercutirían sobre esta realidad. Uno de los cambios producidos afectó a la significación misma de la esclavitud. Los nuevos estados no pretendieron abolirla y la mejor prueba es su dilatada subsistencia, prolongada en muchos países hasta la segunda mitad del siglo XIX. Sin embargo, se llegó a soluciones de compromiso, como la prohibición de la trata o la libertad para los hijos de esclavos, aunque al movilizar a los esclavos (tanto en las guerras de independencia como en las luchas civiles), los gobiernos de turno tuvieron que conceder manumisiones muy amplias. Los esclavos domésticos prácticamente desaparecieron y la esclavitud únicamente se mantuvo con cierta fuerza en aquellas zonas donde se practicaba la agricultura de plantación. Pero el resquebrajamiento de la disciplina provocó una disminución de la productividad, tal como ocurrió con el cacao en Venezuela o en las haciendas azucareras de la costa norte del Perú. Esta situación, unida al alto precio de los esclavos y las dificultades crecientes para su abastecimiento regular, hicieron que en casi toda América del Sur la esclavitud quedara prácticamente abolida hacia mediados del siglo XIX. La independencia también afectó a las masas indígenas, aunque las prerrogativas de las comunidades se mantuvieron durante bastante tiempo, especialmente en aquellos países que tenían importantes grupos indígenas, como México, Guatemala, Perú, Bolivia y Ecuador.