Comentario
En este tema hay que dejar claramente sentado las grandes diferencias existentes entre la fragmentación de los imperios de España y Portugal. Mientras el proceso emancipador brasileño fue pacífico y acordado con su metrópoli, en la América española las cosas tomaron otros derroteros, y las autoridades, tanto las absolutistas como las liberales, se empeñaron en un principio en la reconquista militar y violenta de sus posesiones perdidas. Está claro que estas circunstancias incidieron totalmente sobre el tipo de relaciones que se establecieron, o se restablecieron posteriormente. En España, en un primer momento la estrategia tanto de absolutistas como liberales consistió en intentar la reconquista armada de las antiguas colonias. Esa situación de enconamiento, más el nuevo papel reservado a Cuba y Puerto Rico, no sólo como productoras de café y azúcar sino también como intermediarias de productos coloniales provenientes de otras partes del continente, complicó enormemente las cosas. También dificultó, a partir de 1836, la posibilidad de que los gobiernos liberales españoles pudieran plantearse políticas más flexibles de reconquista de los mercados perdidos. El mantenimiento de Cuba y Puerto Rico le permitió a España continuar con el ensayo que había comenzado exitosamente en el Caribe de modernizar sus estructuras coloniales. Probablemente de no haber ocurrido el fenómeno emancipador, ese era el camino destinado a otras regiones del continente, pero se trata de un contrafactual de difícil solución. Se suele insistir en el hecho de que tras la emancipación las relaciones comerciales entre los españoles y los hispanoamericanos se interrumpieron totalmente, con las excepciones ya mencionadas. Las cifras de Prados parecen concluyentes. Mientras las exportaciones a Hispanoamérica pasaron de constituir el 39,2 por 100 del total en 1792 a tan sólo el 0,1 por 100 en 1827, las importaciones tuvieron un movimiento similar; del 20,7 al 0,1 por 100 entre las mismas fechas. Más allá de que todavía el fin de las guerras estaba muy cercano (recordemos que Ayacucho se produjo en diciembre de 1824), hay que agregar otro hecho destacable, y es que la falta de estudios cuantitativos sobre el tema es pavorosa. Sin embargo, con independencia de estas cifras, hay algunos elementos que nos hacen pensar en una mayor importancia de ese comercio, algunos de los cuales fueron estudiados recientemente por Josep María Fradera. En primer lugar, el mantenimiento de pautas de consumo en ambos términos del intercambio que garantizaban tanto una demanda de productos peninsulares en América (vinos, aceite de oliva, frutos secos, sal, etc.), como de productos coloniales en España (cacao, tinturas, cueros, etc.). En segundo lugar, el incremento del comercio de Cuba y Puerto Rico con la metrópoli, que como recién señalaba no se debió únicamente al aumento de sus propias exportaciones, sino también a la revalorización de su papel de intermediación. Tercero, el papel jugado por un gran número de comerciantes con una larga especialización en el comercio con América, y que no abandonaron o cambiaron instantáneamente sus actividades. Y por último el contrabando, especialmente el que se realizaba a través de un Gibraltar que en estos años ve crecer su importancia. A esto hay que sumar las cifras disponibles para 1872: las exportaciones españolas a América Latina (excluyendo a Cuba y Puerto Rico) fueron el 5,5 y las importaciones el 3,4 por 100 del total, que están hablando de una importante recuperación, que evidentemente no se produjo de un día para otro. Un circuito que sería importante analizar con mayor profundidad es el que vinculaba a Cádiz, el Río de la Plata y Cuba y Puerto Rico a lo largo de buena parte del siglo XIX. Cádiz abastecía de sal a los saladeros de Buenos Aires y Montevideo. Estos cargamentos solían acompañarse de vinos, frutos secos, alpargatas y textiles y retornaban con cueros, aunque había algunos navíos que continuaban al Perú para cargar guano. Sin embargo, la mayoría de las embarcaciones llevaban carne salada para alimentar a los esclavos de las plantaciones de Cuba y Puerto Rico. En las islas cambiaban la carga por azúcar, tabaco y ron y retornaban a Cádiz. A este hecho hay que agregar la importancia que adquirió el tráfico clandestino de esclavos, con relevancia para ciertas regiones españolas como Cataluña y Galicia.