Comentario
Las tensiones surgidas a ambos lados del Atlántico obligarían a tomar rápidas decisiones. En Pernambuco, tras el estallido de una rebelión en 1817, surgió una república independiente que fue nuevamente sometida al poder central tras tres meses de dura represión. En Portugal, después de la partida de los franceses, el gobierno recayó en un regente que era sumamente impopular entre el pueblo por sus métodos despóticos. En este clima se produjo, en 1820, una revolución liberal, que convocó a las Cortes y reivindicó el regreso de Juan VI a Lisboa (el otrora regente reinaba con ese nombre tras la muerte, en 1816, de María I). En abril de 1821, y dada la gravedad de los acontecimientos, el rey regresó a Europa, no sin antes nombrar a su hijo y heredero de veinticuatro años, don Pedro, como regente para los asuntos brasileños. El retorno de Juan VI y de sus 3.000 acompañantes a Portugal, llevándose los caudales brasileños, agravó la ya delicada situación de la Hacienda colonial, dado que las arcas del Banco de Brasil fueron literalmente saqueadas. Al igual que en el resto de América Latina, los principales ingresos del Tesoro Público fueron las rentas aduaneras, incrementadas considerablemente a consecuencia de la mayor apertura del Brasil a los mercados internacionales y del aumento de las importaciones de productos europeos.En enero de 1821 se había convocado en Portugal a las Cortes, con el principal objetivo de promulgar una Constitución. Una parte importante de los brasileños se mostró favorable a participar en el proceso constitucionalista por las ventajas que pensaban podría aportarles un texto escrito, aunque muy pronto el desánimo fue la nota dominante, dado que los acontecimientos en la metrópoli siguieron un signo totalmente contrario a sus intereses. Al igual que sus colegas españoles, los diputados liberales portugueses tendieron a reforzar los lazos coloniales en lugar de favorecer un status de mayor autonomía. Los mismos diputados exigían plena obediencia a las directrices metropolitanas y ordenaron el retorno del regente a Portugal. Tras un breve sueño de centralidad, los brasileños despertaron para volver a ser nuevamente colonia; habían dejado de ser parte de la metrópoli para depender de ella de un modo total y absoluto. Ante los intentos portugueses de aumentar la dominación, los brasileños convirtieron al regente en el símbolo de la unidad del país y su figura se transformó en un elemento aglutinador para las oligarquías bahiana, carioca, paulista y mineira, que lo presionaron para que no abandonara el Brasil. El papel jugado por las oligarquías regionales fue determinante a la hora de abortar a los movimientos centrífugos y separatistas y garantizó la continuidad administrativa del país, de modo que al limitarse los enfrentamientos armados se evitó el estallido de una guerra civil, que hubiera tenido un elevado costo para el gobierno brasileño. La ausencia de graves y prolongados enfrentamientos internos fue una de las causas de la prosperidad brasileña en las décadas centrales del siglo XIX. El 7 de septiembre de 1822 se produjo el célebre grito de Ipiranga ("La independencia o la muerte"), que de hecho significaba la independencia del Brasil, y a partir de allí los acontecimientos se aceleraron a una velocidad vertiginosa. El 12 de octubre don Pedro fue proclamado emperador constitucional y el 1 de diciembre fue coronado. Con la ayuda de lord Cochrane, anteriormente al servicio de la armada chilena, se expulsó del país a las guarniciones portuguesas de Bahía, Marañón y Pará, que se oponían a la independencia. A fines de 1823 el proceso emancipador ya estaba consolidado, después de que se expulsara a las últimas tropas acantonadas en Río de Janeiro y tras sofocarse la rebelión de las tropas portuguesas que ocupaban Montevideo.