Comentario
En el extremo occidental del Mediterráneo encontramos los casos del sureste de la Península Ibérica o la fachada sur de la costa atlántica portuguesa, donde Chapman ha propuesto una colonización agrícola a lo largo del tercer milenio. En la segunda mitad del tercer milenio encontramos en ambas zonas poblados fuertemente amurallados como Los Millares, Almizareque, Cabezo del Plomo, el Malagón o el Cerro de la Virgen, para el sudeste, o Vilanova de San Pedro, Zambujal, Monte da Tumba, Pedra do Ouro o Rotura, para el territorio portugués. Los tamaños son muy similares entre unos y otros, si exceptuamos el caso de Los Millares que alcanzaría las 5 hectáreas o el de El Malagón (Granada), con una información insuficiente para una valoración adecuada de su extensión real.
En cuanto a los habitantes, se ha calculado que existe una gran diferencia entre los más pequeños, que no llegarían a los 100 habitantes, o las aglomeraciones como Los Millares, con más de 1.000 habitantes, mientras que en Portugal ninguno alcanzaría estas cifras, si exceptuamos un caso anormal, el de Ferreira do Alentejo, que presenta una superficie ocupada de más de 50 hectáreas, con una insuficiente documentación de difícil valoración, siendo lo normal aquellos asentamientos con superficies ocupadas de menos de 0,1 hectárea y menos de 100 habitantes, y los que ocupando entre 1 y 5 podrían llegar a tener entre 150 y 300 habitantes. Estos parámetros han servido para plantear, junto a la aparición de murallas o ciertas especializaciones artesanales, una jerarquización de los asentamientos de estas zonas.
Un fenómeno similar puede seguirse en el sur de Francia, donde los hábitats algo más densos de finales del cuarto milenio del grupo Chassey dan paso a una expansión poblacional a lo largo del tercer milenio, alcanzándose el "plateau des pasteurs", donde se documentan poblados fortificados en Le Lebous o B. Boussargues, en un proceso de jerarquización entre asentamientos parecidos al del sudeste o Portugal, que va acompañado por la presencia de los primeros objetos metálicos y otros signos de un intercambio activo.
Por último, la península italiana revela una acusada diferenciación entre la zona norte, más unida al continente, donde no se observa dato alguno que pueda permitir plantear una jerarquización de asentamientos, mientras que en el centro y sur existen algunos asentamientos fortificados como Tufariello, con una necrópolis que refleja diferencias en los niveles de riqueza de sus ajuares, pero una auténtica jerarquización entre asentamientos no se establecerá hasta etapas muy posteriores.
Durante el II milenio, en las costas mediterráneas occidentales, el proceso iniciado en el sur de Francia con la colonización agrícola de las tierras interiores y el surgimiento de poblados amurallados, similares a los del sureste de la Península Ibérica, indicaban un comienzo de jerarquización que queda interrumpido durante el segundo milenio, según Chapman, según la documentación que se posee. Algo parecido ocurre con el norte y centro de la península italiana, aunque aquí la presencia de poblados fortificados anteriores al segundo milenio estaba mal atestiguada. Por el contrario, en el sur es durante la segunda mitad del milenio cuando se documentan poblados fortificados, lo que se ha puesto en relación con la presencia de importaciones de objetos micénicos, que a través del comercio impulsarían una complejidad social y una jerarquización visible en el surgimiento de estos poblados amurallados, como mantiene Smith. Recientes e intensas prospecciones han documentado signos territoriales de concentración demográfica y aparición de estratificación social en Etruria, ya a finales del segundo y principios del primer milenio, que Chapman ha relacionado con el registro suministrado por las necrópolis del grupo vilanoviano.
No hay ninguna duda de que la zona donde el proceso iniciado con anterioridad alcanza su mayor grado de complejidad es en el sureste de la Península Ibérica. El área de El Argar se solapa con el territorio donde se desarrolló el grupo de Los Millares. El espacio ocupado por El Argar se ha estimado en unos 45.000 kilómetros cuadrados, según Chapman, con poblados de una extensión comprendida entre las 3,5 hectáreas de la Bastida de Totana (Murcia) y 0,13 del Picacho de Oria, con una superficie media ocupada de 1,5 hectáreas por asentamiento de los 21 computados. Esto equivale a una estimación de habitantes que se sitúa entre 40 y 1.200, lo que arrojaría densidades medias de población de 3,13 hab./km2, en estimación de Chapman. Estas estimaciones son sólo una aproximación, ya que faltan por computar muchos asentamientos detectados en recientes prospecciones superficiales o excavaciones recientes, no suficientemente publicadas. Es visible una diferencia apreciable entre los tamaños de estos poblados, que queda más evidente cuando se hace referencia a la estructuración de algunos de ellos, con áreas centrales o acrópolis amuralladas y evidencias de una centralización del control de productos subsistenciales o críticos en graneros, cisternas para agua, y edificios de funciones consideradas especiales. A ello hay que unir los niveles de riqueza muy diferenciados de las sepulturas de las acrópolis, con relación a los del resto del poblado, circunstancia evidenciada en Fuente Álamo (Almería) o Cerro de la Encina (Monachil, Granada), entre otros poblados. También puede destacarse, aunque con un elevado grado de inseguridad, un crecimiento demográfico, afirmación apoyada en la mayor densidad de habitantes por poblado, lo que ha hecho afirmar a Lull que existe una expansión del poblamiento argárico a zonas no ocupadas con anterioridad, afirmaciones no concordantes con el nivel de registro actual, aunque sí pueden observarse cambios en los sistemas de ocupación del territorio entre el tercer y segundo milenios, constatado por Mathers, por lo que los cambios se orientan más a causas derivadas de la organización social y los subsiguientes sistemas de explotación que hacia otras razones, como la presión demográfica.
En zonas próximas al Sureste, campiñas jienenses del Alto Guadalquivir, se ha propuesto un modelo de ocupación territorial con una estructura que ha permitido a Nocete leer este registro como la expresión territorial de una organización política estatal. En él encontramos desde grandes centros amurallados, que ocupan un lugar destacado y centralizan diferentes tipos de asentamientos más pequeños, unos establecidos en lugares estratégicos amurallados, considerados como especializados en la coerción, y otros como poblados de distintos tamaños, situados en las zonas llanas, no amurallados y dedicados a la producción agrícola. Este territorio queda delimitado por un sistema de organización espacial que incluye una auténtica frontera. Esa estructura territorial se interpreta, desde la teoría materialista histórica, como un territorio político de corte estatal, interpretación que creemos ha de ser considerada hipotética a falta de una mejor contrastación del registro arqueológico. El desarrollo de este sistema se considera la culminación, a comienzos del segundo milenio, de un proceso social iniciado ya en el cuarto milenio.
En otras zonas de la Península Ibérica, La Mancha y el País Valenciano, se conoce un número importante de asentamientos que han permitido establecer los sistemas de ocupación de esas zonas. En La Mancha, el poblamiento se estructura en dos tipos diferentes de asentamientos, las motillas o poblados situados en el llano, constituido por una fortificación turriforme central, en torno a la que se dispone el poblado, y asentamientos de altura, situados en las elevaciones internas o rebordes de La Mancha, también amurallados. Resulta difícil establecer una jerarquización entre estos asentamientos, dado el nivel de excavaciones y las estimaciones de superficies de ocupación todavía tan aproximativa, como señala Chapman. Lo que sí ha sido comprobado es una cierta especialización espacial relacionada con la transformación, la producción y el almacenamiento, ya que en el área central amurallada se efectúan actividades de producción cerámica y metalúrgica y almacenamiento de ganado y cereales, además de un pozo para agua potable, documentado en la Motilla del Azuer (Ciudad Real), datos aportados por Nájera. El contraste con los asentamientos de altura, sin que por ahora se haya constatado producción o almacenamiento centralizados en éstos, estriba en los distintos niveles de riqueza, expresada en la mayor presencia de metalurgia en los ajuares funerarios de las sepulturas de los poblados de altura, y en general una mayor presencia de objetos metálicos en el registro de estos poblados sobre los del llano. Se ha querido establecer una jerarquización entre asentamientos a escala regional, a lo largo del segundo milenio, sin que parezcan existir suficientes elementos para esta suposición.
En el área levantina, los poblados conocidos como propios del Bronce Valenciano se sitúan en alturas bien destacadas, en muchos casos con fortificaciones centrales, al igual que los poblados argáricos o manchegos, fenómeno que, a lo largo del milenio, se puede encontrar en las islas Eolias, Nuragas y Torres en Cerdeña y Córcega. Así, estos fenómenos han sido considerados por Lewthwaite consecuencia de economías agrícolas en zonas de alto riesgo medioambiental, que han permitido y estimulado procesos de jerarquización que no fueron capaces de generar los niveles de producción que desembocaron y mantuvieron sociedades estatales, propias del Mediterráneo oriental. En contraposición, Renfrew mantiene que las innovaciones tecnológicas son imprescindibles para permitir unos niveles de intensificación tales que permitieran la aparición del Estado. Desde una óptica materialista será la aparición de la explotación y la institucionalización de las desigualdades a través de las clases sociales, con su expresión territorial, la causa de la aparición del Estado.