Comentario
La plata continuó siendo durante todo el siglo XIX el principal mineral explotado en América Latina. Pese al duro golpe que supuso la emancipación, el sector se recuperó más o menos rápidamente a partir de mediados del siglo XIX, gracias a fuertes inversiones de capital, especialmente proveniente del extranjero, que permitieron importar una tecnología extractiva mucho más eficiente y mejorar las comunicaciones (fundamentalmente ferrocarriles), reduciendo el precio de venta del producto en los puertos exportadores. En México y Perú los inversores más importantes fueron los norteamericanos y británicos. Sus inversiones habían comenzado después de la independencia, pero salvo algún caso aislado, como el de la compañía anglo-mexicana Real del Monte, no habían logrado tener éxito durante la primera mitad del siglo. En Bolivia fueron los "patriarcas de la plata", prohombres locales sostenidos por financieros chilenos y británicos los que hicieron posible ese crecimiento.
En los últimos años del siglo, la producción de México, Perú y Bolivia alcanzó los mejores resultados desde la época colonial. Las exportaciones de plata fueron considerables y muy pronto México se convirtió en uno de los mayores productores mundiales. Con 7.500.000 libras esterlinas, la plata significó el 60 por ciento del total de exportaciones mexicanas en 1898. En Bolivia supusieron 1.500.000 libras y el 70 por ciento del total en 1897 y en Perú un millón de libras. Pero muy rápidamente la producción de Bolivia y Perú se estancó, entre otras razones por el avance del patrón oro en casi todo el mundo y el consiguiente abandono de la plata como metal de amonedación.
A lo largo del siglo XX, la extracción de otros metales, como el cobre y el estaño, reemplazarían en América del Sur a la producción de plata como la principal actividad minera. El salitre también jugó un papel importante. En Chile, los yacimientos salitreros habían sido el botín más importante de la guerra librada contra la alianza peruano-boliviana, a partir de 1879 y que permitieron mitigar los efectos de la crisis de 1873. Su principal utilidad era la de ser un excelente fertilizante de gran demanda por la agricultura europea, pero también destacaba por ser un importante insumo en la fabricación de pólvora. La producción salitrera dominó claramente dentro de las exportaciones chilenas hasta la Gran Crisis de los años 30. Sin embargo, la finalización de la Primera Guerra Mundial y el desarrollo de fertilizantes sintéticos en Alemania supondrían el comienzo del declive del sector. Gracias al salitre crecieron ciudades del norte de Chile, como Iquique o Antofagasta de varios miles de habitantes. El abastecimiento de alimentos y otros productos manufacturados a estas zonas mineras permitió un espectacular crecimiento económico en toda la región del Valle Central.
Después de la guerra y del desplome del salitre que afectó básicamente a Chile pero también al Perú, su lugar sería ocupado por el cobre. En Perú, fue la compañía norteamericana Cerro de Pasco Copper Corporation la que controló la explotación a gran escala de los yacimientos del Cerro de Paseo. Allí, a más de 4.000 metros de altura, surgió un complejo minero-industrial dotado de la más moderna tecnología. Una obra maestra de la ingeniería que gracias al ferrocarril pudo unir el centro minero con el puerto de El Callao, salvando enormes accidentes geográficos. En Chile, donde encontramos los yacimientos de cobre a cielo abierto más grandes del mundo, fueron también los capitales norteamericanos quienes controlaron las explotaciones. Gracias a fuertes inversiones y a la incorporación de la más moderna tecnología la producción cuprífera chilena creció de forma acelerada. De las casi 30.000 toneladas anuales de 1905, se pasó a 40.000 en 1910, a más 100.000 durante la Primera Guerra y a casi 200.000 en 1925.
Bolivia había vivido bajo el signo de la expansión de la minería de la plata, en torno a Potosí y Oruro, pero a partir de 1900 el estaño pasó a dominar totalmente la escena, después de que se produjera el desplome de los precios de la plata en los mercados internacionales. La expansión minera se realizó con capital boliviano, procedente en buena parte de los grandes comerciantes y de la aristocracia terrateniente del valle de Cochabamba, uno de los graneros del país. De allí eran Aniceto Arce, presidente de la república entre 1888 y 1892, y Simón Patiño, dos de los mineros más exitosos, aunque de diferente extracción social y uno se dedicara a la plata y el otro al estaño. junto con Arce, Gregorio Pacheco y la familia Aramayo fueron los líderes del crecimiento minero iniciado a partir de la década de 1860. Los mineros alcanzaron un importante poder social y político y se constituyeron en una de las más sólidas oligarquías del país y pronto exigieron un gobierno civil estable, más adecuado para la marcha de sus negocios, y ferrocarriles con los cuales exportar sus productos.
Fue en la década de 1870 cuando comenzó a llegar capital extranjero. Como bien señala Herbert Klein, en la segunda mitad de la década la minería había alcanzado los standards internacionales de capitalización, tecnología y eficiencia. El paso de la plata al estaño provocó cambios en la elite minera y el ascenso de un nuevo grupo empresarial y una invasión de compañías extranjeras. El control del sector recayó en manos bolivianas, como Patiño, Avelino Aramayo o Mauricio Hochschild, un minero extranjero afincado en el país, que terminarían creando grupos empresariales sumamente poderosos.
La minería había alcanzado un avanzado nivel tecnológico, por lo que, tras la crisis de la plata, se pudo transferir al otro metal, el estaño, los recursos y la tecnología disponible. En el período conservador se construyó la infraestructura necesaria para comunicar los yacimientos mineros con el mar, gracias a la existencia de transporte barato, y comenzó la exportación a gran escala del metal. La coyuntura fue favorable, al añadirse el agotamiento de los yacimientos europeos y las nuevas demandas industriales para el estaño. El desarrollo una minería moderna supuso nuevas demandas de fuerza de trabajo y de alimentos, lo que permitió la reactivación de la agricultura comercial y de las haciendas tradicionales. La construcción ferroviaria abrió nuevos mercados, abastecidos por regiones hasta entonces marginales.
La Primera Guerra Mundial fue un duro golpe para los mineros, que vieron como la contienda afectaba al sistema comercial internacional y al flujo de capitales que garantizaba las inversiones en el sector. En la década de los 20 se produjo una importante reactivación de las exportaciones del estaño, pero la crisis de los años 30 sería dura, ya que los precios del estaño cayeron de 917 dólares por tonelada en 1927 a 385 en 1932 y los ingresos aduaneros también sufrieron un proceso semejante. Allí comenzó la decadencia del sector minero y de las grandes haciendas que habían vinculado su producción al anterior.
A partir de los años 20 las explotaciones petrolíferas, que habían estado dispersas por el continente, comenzaron a concentrarse en grandes centros productores. El país que marchaba a la cabeza era México, seguido de Venezuela, Colombia y Perú. En plena revolución mexicana, el petróleo se convirtió en el principal producto de exportación. Las compañías inglesas y norteamericanas lograron mantener en funcionamiento, desde el puerto de Tampico, todo el sistema de transporte y comunicaciones que garantizaba la continuidad de las exportaciones del petróleo mexicano.
En la Venezuela de Juan Vicente Gómez, la costa de Maracaibo se cubrió de torres de perforación y de pozos de explotación, al tiempo que en la vecina Curaçao, la Royal Dutch Shell, una compañía de capital anglo-holandés, instaló refinerías para obtener combustibles a partir del crudo venezolano. Las compañías norteamericanas, entre las que destacaba la Standard Oil, refinaban en los Estados Unidos. En Colombia, Perú y hasta en Argentina (donde una empresa estatal, Yacimientos Petrolíferos Fiscales, tenía un lugar destacado en la explotación), la producción crecía muy lentamente.