Comentario
La principal víctima de la nueva situación creada tras la caída de los palacios micénicos es la arquitectura. Con la sola excepción de Atenas, ciudad que no sucumbió ante los dorios, el empuje destructor de éstos (sea como invasores o como sometidos que se sublevaron) fue general. La Acrópolis conservó, durante mucho tiempo, los restos de la muralla micénica con sus nueve puertas (el pelárgikon eneapylon de las fuentes clásicas) y de la que aún hoy día es posible ver un trecho, al lado del templo de Atenea Niké. Del resto de los muros así como del palacio micénico tan sólo han quedado huellas labradas en la roca madre, debajo del Erecteion. En los restantes lugares de Grecia, durante el período Submicénico no se construyó nada, salvo las reparaciones de urgencia requeridas en una reutilización precaria de las ruinas.
En Creta, sin embargo, durante el período Subminoico se levantó un buen número de santuarios que, en la mayor parte de los casos, eran reedificaciones de otros anteriores, abandonados tras la destrucción de los Nuevos Palacios y la llegada de los aqueos a la isla. Estos santuarios se alzaban por toda la campiña cretense y consistían en capillas diminutas que recordaban en su forma a la parte esencial del mégaron, de tamaño reducido. Se trataba de una habitación casi cuadrada o más ancha que profunda, a la que antecedía un vestíbulo formado por unas paredes laterales rematadas en antae; entre las antas podía haber o no columnas, anticipando la forma que los clásicos denominarán templum in antis y que nunca será olvidada en la isla a lo largo de todo el período Geométrico. En el interior del santuario, figuras de terracota con representaciones de la diosa se colocaban en un banco corrido situado a lo largo de la pared trasera. Un magnífico ejemplo de este tipo de santuario, aunque excepcionalmente es de forma circular, lo constituye un modelo en terracota hallado en Arjánes y correspondiente al Subminoico. En esta maqueta, una diosa con los brazos alzados se sienta en el interior de una cabaña circular con una abertura en el tejado, donde están dos personajes masculinos y un animal.
Estos ídolos, junto a los objetos de culto asociados a ellos, nos indican que tanto las divinidades como el ritual eran restos del culto típicamente minoico. Santuarios de este tipo se han conservado en diferentes lugares de Creta, como por ejemplo Karfi, Vrokastro, Olous o Kavusi, entre otros. En la isla cicládica de Keos, el santuario de Hagia Irini es de este tipo y ha proporcionado un gran número de estatuas de culto, desde época micénica hasta el final del período Geométrico.
La forma de templo in antis tiene su culminación en el conocido santuario de Apolo de Dreros, al noreste de la isla de Creta. Tiene una sola nave, de unos 10,80 x 7,20 m, con muros de 70 cm de anchura, de sillares irregulares. En el interior aparecieron las estatuas de culto de Apolo, Latona y Artemis, fabricadas en bronce martilleado y correspondientes al siglo VII, ya en plena época orientalizante.
Las viviendas de Creta y las islas del Egeo son también muy características. Se han excavado en multitud de lugares, tales como Vrokastro, Kavusi, Faistós y el más conocido de todos, el poblado de Karfi. En realidad, constituyen la pervivencia del tipo de casa que se había utilizado en el Egeo desde principios de la Edad de Bronce. Eran casas de planta rectangular o cuadrada, adosadas unas junto a otras y cubiertas de tejados planos o terrazas. Los muros cuentan con un zócalo de hasta 1 m de altura hecho de piedra; por encima, las paredes combinan el adobe con postes de madera. Las formas de las viviendas varían, según sus plantas: la casa cuadrada se combina con la llamada casa ancha, con la entrada en un lado corto y el techo sostenido por un par de postes colocados en el centro de la habitación siguiendo su eje mayor. Todas estas formas pueden contar con fachadas in antis, complicando la tipología de las mismas. Ya se ha dicho que se trata de prototipos isleños, directamente entroncados con las últimas aldeas minoicas, como la de Gurniá o la que rodeaba el palacio de Palaikastro. Aparecen por todo el Egeo; son considerados como los precedentes de las formas clásicas del palacio y de la vivienda.
En el continente, la forma básica de construcción era el mégaron, derivado de los mégara micénicos, muchos de ellos construidos en la época oscura y geométrica. Pero también se conocía la casa absidada desde el Heládico Medio y surgió, de nuevo, a lo largo del Submicénico y Protogeométrico, tanto en su forma alargada como reducida, casi cuadrada.
La técnica de construcción es sumamente pobre en todo el período; hasta inicios del arcaísmo, a fines del siglo VII, en el continente no se utilizará la piedra más que para el zócalo de los muros y, aún así, tan sólo para una hilada o dos, en bloques irregulares unidos con barro y cascajo. Encima de este somero murete se levantan las paredes, hechas mediante un armazón de postes relleno con adobes recubiertos con barro; no hay ni rastro de cualquier tipo de acabado pictórico en este enlucido. El tejado era a dos aguas, a base de ramaje, como es típico en los países centroeuropeos, de clima mucho más lluvioso. La planta de las casas, tanto en su versión alargada como en la reducida, suele presentar su pared posterior más o menos curvada, en forma de ábside, debido precisamente a la disposición del tejado a dos aguas y a su material, ramas y arbustos entrelazados, mucho más fáciles de construir si el remate es curvo, a la manera de las chozas pastoriles o las pallozas galaico-leonesas. Con este tipo de cubierta vegetal, las casas griegas del Geométrico tienen su entrada siempre en el lado corto, el opuesto al ábside, y las habitaciones se disponen unas tras otras, separadas por muros interiores transversales que difícilmente son perpendiculares á los muros largos. El aspecto general es realmente pobre, pues los materiales empleados son perecederos y de estas casas lo único que nos queda son sus mínimos zócalos de piedra y las huellas dejadas por los postes en el suelo, apreciables únicamente en el curso de una meticulosa excavación arqueológica.
Esta forma de la vivienda es un claro trasunto del mégaron micénico, cuyas ruinas son reutilizadas en algunos lugares como edificio de culto. En Tirinto, por ejemplo, la construcción del edificio geométrico se realizó sobre el antiguo mégaron, se ha reducido su anchura y algo de su longitud, pero mantiene la forma y la estructura interna. Evidentemente el prestigio de estos palacios micénicos, como lugares donde residieron los príncipes aqueos, mantuvo viva la forma de su construcción y su función para ceremonias de importancia. La evolución de la casa alargada, desde el mégaron micénico hasta el templo arcaico está bastante bien documentada, aunque durante el período geométrico no resulta totalmente demostrada su función religiosa hasta que no aparezca una estatua de culto, lo cual no sucede hasta el siglo VIII.
El mejor ejemplo de esto se ha podido conocer en un yacimiento marginal, el santuario de Apolo en Thermos (Etolia). Allí existió un mégaron micénico hasta el período Protogeométrico. En el siglo X la planta de un nuevo edificio presenta la conjunción del mégaron con unas interesantes novedades: al remate levemente absidado se une, en el exterior, una serie de basas de piedra que indican un posible apuntalamiento de la construcción. Las basas se disponen paralelamente a las paredes y, en el ábside, la curva de esta línea de soportes es más pronunciada que la del muro del fondo. Se trata del precedente de la perístasis o columnata exterior que rodea al templo griego arcaico y clásico. En el interior, el tejado está sostenido por muros transversales, perpendiculares a unos muros largos también levemente curvos. En conjunto, este edificio mide unos 21,40 m de longitud y 7,30 m de anchura en la fachada, desprovisto de un porche o vestíbulo. Sobre esta interesante construcción de la que tan sólo quedan los escasos restos del zócalo, se edificó el templo arcaico de Apolo, en el siglo VII.
El nuevo templo se hizo conforme a un patrón muy extendido en la Grecia de fines del Geométrico, tal como lo revelan los hallazgos de los Heraia de Samos, Argos y Olimpia, o los templos de Delos, Lefkandi y Eretria (ambos en Eubea), entre otros. En ellos se puede reconocer ya las características de los templos griegos arcaicos, aunque construidos todavía con materiales perecederos, adobe y madera sobre muros bajos de piedra. Los muros largos son paralelos y acaban rematados en antas; con esquinas cuadradas, pierden los trazados curvos o absidados de sus paredes terminales. En el interior, el tejado se sustenta por medio de una hilera central de columnas de madera sobre placas de piedra.
En el yacimiento de Eretria, el templo largo constituye un perfecto ejemplo de esta evolución. Por su longitud es ya un hekatonpédon, un edificio de cien pies de longitud, unos 35 metros, con la columnata central en el interior y todavía con su ábside al final. No tiene aún la columnata exterior o perístasis y la entrada es ya un vestíbulo con antas o pilastras en el remate de los muros.
Fechado en el siglo VIII, cuenta con un altar delante de su fachada, dispuesto más o menos siguiendo el eje del templo. Al lado del hekatonpédon de Eretria, un templo similar, el Dafnephorion, pertenece al mismo período y consiste en una versión, reducida en longitud, del templo mayor. Con dos columnas ante la fachada, es un verdadero templum in antis, como el examinado en Creta, pero con un ábside. Un modelo en terracota, depositado como exvoto en el templo de Hera Akraia de Perajora (Corintia), permite hacernos una buena idea de este tipo de templo. Las columnas de la fachada, dobles en el modelo de terracota, sostienen el porche; sobre él, un amplio hueco formado por el tejado a dos aguas, permite la iluminación del interior así como la salida de humos. Este triángulo es el antecedente del frontón o tímpano del templo arcaico, que será cerrado por una decoración pintada primero y esculpida después. Otro modelo de terracota pintada, hallado en el Heraion de Argos y datado a fines del VIII, es una variante del anterior, un verdadero dístilo in antis de planta rectangular.
En el Heraion de Samos, su primer nivel supone un nuevo paso en la evolución del templo griego. El edificio, de comienzos del siglo VIII, es un hekatonpédon con esquinas en ángulo recto y cuenta con una columnata central y tres columnas entre las antae. Al fondo se ha encontrado la base de la imagen de culto, descentrada para evitar su colocación detrás de las columnas. En el exterior, y a lo largo del siglo VIII, el templo es rodeado por una fila de columnas o perístasis.
En el templo arcaico de Thermos, perteneciente al siglo VII, se aprecian otras novedades. La columnata central y las antas del vestíbulo tienen su correspondencia en tres columnas de una fachada de cinco; las otras dos son las primeras de la perístasis. El sentido de la simetría en el volumen exterior del edificio obligó al arquitecto de este templo a prolongar los muros largos, más allá de su pared postrera, dando lugar a una habitación nueva, el opistódomos, y a una segunda fachada. Surge así la idea del templo anfipróstilo o de doble fachada, lo que proporciona una visión nueva del edificio como un conjunto simétrico, exento (sin ninguna obra adosada a él o tan próxima que dificulte su contemplación) y con un claro predominio de su volumen exterior sobre el espacio interior.
En todo el período geométrico, los templos cuentan con una única serie de columnas en el interior, y será ya a fines del siglo VII, cuando los griegos se decidan a dar el siguiente paso: desdoblar la columnata central en dos y dar lugar a un espacio interior de tres estrechas naves. De esta manera, la entrada y la imagen quedan dispuestas en el centro, de un modo más acorde con la simetría que ha de poseer el edificio.
En el exterior, las columnas de la fachada serán, a partir de estos templos del Geométrico Final, de número par, generalmente de seis columnas (hexástilo). El entablamento, construido en madera, presenta una disposición de sus elementos ya de forma definitiva: las caras terminales de las vigas sobre los arquitrabes darán lugar a los triglifos y los huecos intermedios, de madera pintada primero y terracota después, constituyen los precedentes de las metopas. Con la paulatina sustitución de estos elementos de madera, adobe y terracota por los de piedra, queda totalmente establecido el templo arcaico. El mejor ejemplo de este proceso es el Heraion de Olimpia, algo anterior al año 600. Con el basamento escalonado de piedra, al igual que los muros del templo hasta una altura de 1 metro, el resto del edificio se construyó en madera y adobe. Las columnas de madera fueron sustituidas, a lo largo del tiempo, por otras de piedra, lo que explica sus diferencias de proporciones entre unas y otras.
A partir de estos momentos, ya en la época arcaica, las diferencias entre los templos griegos serán de orden matemático (con sus juegos de proporciones y medidas), material (piedra y mármol) y decorativo, con sus diversos relieves en metopas (orden dórico), frisos (orden jónico) y conjuntos escultóricos de los frontones.
En cuanto a las viviendas, los restos arqueológicos de Grecia continental y Asia Menor revelan una evolución tipológica similar a la que acabamos de ver en el templo. A la casa absidada (tanto alargada como casi cuadrada) conocida desde el Heládico Medio, hay que añadir diversas formas de casas ovales y alguna rectangular, ésta procedente de las islas, principalmente de Creta. Son muy numerosos los ejemplos hallados en los últimos años, debidos a la aplicación de nuevas técnicas de excavación que permiten recuperar los escasos restos, hasta entonces prácticamente imperceptibles, a veces tan sólo huellas de los postes de madera convertidos en simples manchas de color en la tierra. Por lo general, los muros de adobe y madera se asientan sobre un zócalo de piedras irregulares, tal como hemos visto en el caso de los templos. A lo largo del período geométrico; estas formas absidadas irán desapareciendo, al ser sustituidas por el modelo de casa cuadrada o ancha, con o sin columnas en la fachada, según los modelos isleños. La casa cuadrada o ancha acabará por constituir el núcleo de las casas griegas de época arcaica y posterior.
Las aldeas y ciudades del período geométrico apenas han dejado huellas de sus obras de fortificación. Sólo algunos restos de murallas y torres se han documentado en Vroulia (Rodas), Emporio (Quíos) y sobre todo en la primitiva ciudad de Esmirna (Asia Menor).
A lo largo del Geométrico, entre mediados del siglo VIII y fines del VII, las fortificaciones de Esmirna sufrieron cuatro reformas. Encerraban una ciudad de unos 350 x 250 m, con casas alargadas y ovales, además de otras, totalmente circulares, usadas como graneros. La pobreza del material de las casas contrasta con el de las imponentes murallas, hechas de piedra y adobe. En algunas zonas, la anchura de la muralla alcanza los 18 m y su altura los 17 m. El basamento era de piedra hasta los 4 m de altura y su aparejo, poligonal, de grandes bloques bien ajustados. Esta técnica de construcción se atribuyó a los griegos de Asia Menor; ya en pleno período orientalizante, será adoptada por otras ciudades griegas. Las murallas, a partir de entonces, constituyen la salvaguarda de la independencia de las poleis o ciudades, ya en fase de expansión merced a la colonización de nuevas tierras.