Época: Edad Oscura
Inicio: Año 1100 A. C.
Fin: Año 900 D.C.

Antecedente:
La Edad Oscura y el Periodo Geométrico

(C) Jacobo Storch de Gracia



Comentario

La Edad Oscura supuso una prácticamente total desaparición de la escultura. Salvo algunas figurillas modeladas en terracota, casi exclusivamente en forma de animales y aparecidas en los santuarios o en las tumbas, puede decirse que la escultura no existe en los dos primeros siglos del I milenio. Una excepción sobresaliente es el conocido centauro de Lefkandi (Eubea), que introduce, por vez primera en el arte griego, la representación de este ser mítico, mitad hombre y mitad caballo, someramente modelado.
En algunas tumbas infantiles del Cerámico se han encontrado juguetes articulados, en forma de ciervos y caballos con ruedas unidas a sus patas mediante ejes que permiten su movimiento al ser arrastrados. Algo posteriores, ya del Geométrico Medio, son ciertas formas cerámicas rematadas en asas plásticas, con siluetas de animales como caballos, cervatillos o aves. En todas estas estatuillas se percibe un espíritu diferente al que alienta detrás de la cerámica geométrica. Muchas de las piezas de esta cerámica poseen un carácter escultórico casi monumental, mientras que la escultura de formato reducido constituye una prolongación del arte anterior, enraizado en el Submicénico.

Pero a partir del siglo VIII, con la utilización del bronce para esculturas pequeñas, fabricadas mediante la técnica de la cera perdida (modelo de cera que, una vez dentro del molde, es derretido y sustituido por el bronce fundido), las figuras ofrecen ya unas trazas claramente geométricas. De esta manera se modelan un sinfín de figuras de animales (caballos en su mayoría, junto a ciervos y otros animales) y humanas (dioses, hombres, centauros, bien aislados o bien en grupos), procedentes en su mayor parte de santuarios. Aquí fueron depositados como exvotos; entre los santuarios sobresale Olimpia, donde fueron enterrados por millares en el interior del recinto sagrado o témenos. Los exvotos son regalos u ofrendas a los dioses (agálmata); por ello poseen carácter sacro. Cuando el santuario se satura de exvotos y el cambio de gustos artísticos hace despreciar los objetos antiguos, éstos son enterrados en el lugar, ya que no pueden ser abandonados o reutilizados. De esta forma han sobrevivido numerosos objetos artísticos del arcaísmo, pues ya a partir del período clásico se olvidó su existencia y se libraron de la rapiña de épocas tardías.

Las esculturas geométricas comparten las características que definen las representaciones en la cerámica. El cuerpo, tanto de animales como humanos, se reduce a lo imprescindible; el artista concentra todo su interés en señalar las articulaciones y resaltar la fuerza de piernas, torsos y músculos, prescindiendo de los detalles inútiles. De este modo, las figuras geométricas poseen un extraordinario vigor y una enorme dosis de abstracción. Las piernas son largas; el torso, triangular, arranca de una fina cintura; el vientre se reduce a la mínima expresión, como parte débil del cuerpo y sin interés para el artista; los brazos son robustos y la cabeza, por lo regular, pequeña; en ella se bosquejan apenas sus elementos constitutivos: una apuntada barbilla junto a una boca, nariz y ojos someramente indicados.

Muchas figuras representan guerreros provistos de cascos y armas, otras a personajes en acción variada (portadores de carneros o crióforos, escenas de lucha, aurigas subidos a carros, tocadores de doble flauta, etc). Las exageradas proporciones de la mayor parte de las figuras, exaltando piernas y torsos, siempre desnudos y provistos de un cinturón, indican su condición de dioses o héroes. Uno de los grupos más interesantes de la plástica geométrica en bronce, por citar algún ejemplo, es la famosa lucha entre un centauro un héroe (¿Herakles y Neso, quizá?) procedente de Olimpia y datado a mediados del siglo VIII. En ambas figuras, el vigor de la acción se expresa mediante unos músculos prominentes y tensos, reducido el resto del cuerpo a simples formas tubulares.

A esta época de apogeo del estilo geométrico corresponden varias figurillas de marfil, entre las que destaca la Dama del Dípylon, por haberse encontrado en esta necrópolis. Se trata de una figura femenina desnuda, tocada con un polos decorado con un meandro, y con un cuerpo de articulaciones muy marcadas, con sus diferentes miembros modelados con cierta dureza. Con el inicio de la navegación a través del Egeo, las actividades comerciales con Oriente hacen posible la llegada de nuevos materiales como el marfil, desconocido hasta entonces desde época micénica.

A lo largo de los últimos años del Geométrico Reciente, a fines del siglo VIII, las figuras comienzan a aumentar el volumen de su musculatura y a cobrar cierta vida; además se difunden ciertos motivos decorativos nuevos, procedentes de Oriente, tales como elementos vegetales (palmetas, rosetas, etc.) o figurativos (animales y monstruos como grifos, esfinges o sirenas), con lo que se inicia el estilo arcaico orientalizante.