Comentario
Esta es la escuela ática, la que forja su norma en la novedad, en la evolución y en el ensayo permanente; por eso resulta tan atractiva y decisiva en el desarrollo de la arquitectura, pues sus artífices fueron siempre receptivos a corrientes innovadoras. El interés por lo jónico prueba la firmeza con que pisan el terreno de la monumentalidad revestida de apariencia airosa.
Cuenta Pausanias, que por haber remitido una peste terrible y asoladora en la región de Phigalía, por el año 429, se consagró un templo a Apolo Epikurios a quien se había invocado. El lugar elegido es uno de los paisajes más impresionantes y sobrecogedores que se pueden visitar en el Peloponeso, en plena Arcadia, circundado por cadenas montañosas y bajo un silencio envolvente. Para hacerse cargo de la obra fue llamado Iktinos, que pone en marcha soluciones aún más avanzadas que en el Partenón y en Eleusis. La primera impresión que se tiene ante el templo de Apolo en Bassai es que el arquitecto juega a sorprender. Utiliza la piedra local para el núcleo de la obra y el mármol para los elementos decorativos y recurre a una planta de inspiración arcaica, estrecha y alargada (perístasis de 6 x 15 columnas), que maneja como si fuera un esquema aticizante. Sobre todo la cella nada tiene que ver con la de un templo arcaico, pues, aunque es de nave única, de las paredes salen hileras de contrafuertes, a los que se adosan medias columnas jónicas que rompen la monotonía de los paramentos largos e introducen movilidad de líneas. Todo esto podría parecer una renovación del sistema adoptado para la cella del viejo Heraion de Olimpia, pero Iktinos lo utiliza al modo Partenón, dándole forma de U y añadiendo por primera vez la novedad de un capitel corintio en las columnas del fondo. Estos cambios, que hoy nos parecen tan normales y naturales, fueron revolucionarios y llevaron a la arquitectura clásica por derroteros nuevos, de cuya originalidad se ha beneficiado la arquitectura a lo largo de los siglos.
En la Magna Grecia destacan dos templos construidos en el último cuarto del siglo V, el de la Concordia en Agrigento y el de Segesta, ambos en Sicilia. El templo de la Concordia se fecha hacia 425 y manifiesta con claridad las influencias llegadas desde la metrópoli. El templo de Segesta tiene construida la perístasis, pero carece de cella, dato que unido a numerosos indicios de que las columnas y gradas están tal y como salieron de la cantera, indica que la obra quedó sin terminar. Lógicamente la cella estuvo planificada, pero no se llevó a cabo, posiblemente, por estallar la guerra con Selinunte en el año 416.