Época: revolución teórica
Inicio: Año 400 A. C.
Fin: Año 375 D.C.

Siguientes:
La búsqueda del realismo

(C) Miguel Angel Elvira



Comentario

La batalla de Egospótamos constituye el final del acto tercero y último de la Guerra del Peloponeso, y marca la derrota definitiva de la flota ática. Las palabras de Jenofonte suenan como la evocación de un coro de tragedia: "En Atenas se anunció dé noche la desgracia, cuando llegó la (nave) Páralos, y un gemido se extendió desde El Pireo a la capital a través de los Muros Largos al comunicarlo unos a otros, de modo que nadie se acostó aquella noche, pues no lloraban sólo a los desaparecidos, sino mucho más aún por sí mismos..." (II, 2, 3; trad. de O. Guntiñas). Ya toda defensa sería inútil: unos meses después, en abril del año 404 a. C., la asamblea ateniense decidió capitular ante Esparta, aceptando todas sus condiciones.
Este acontecimiento tiene un significado de enorme alcance y profundidad. Marca, en efecto, todo un hito en la marcha política y económica de Grecia, con un cambio completo de equilibrios de poder, pues rompe con la preeminencia ática, abre un período de terrible posguerra y, por encima de todo, supone un cambio de rumbo radical en la mentalidad y la cultura de los griegos, una diferencia de enfoque sin posible vuelta atrás.

En efecto, la gran víctima del conflicto, la vencida, era Atenas, lugar de cita durante generaciones de cuantos pensadores, literatos y artistas habían nacido en toda Grecia; por tanto, la desgracia ateniense, trascendida al plano mental y teórico, se convertía en desgracia de toda la Hélade, incluso de los vencedores y de los Estados neutrales: lo que sintieron los atenienses asediados y derrotados había de ser, en unos años, lo que sintiesen en cada ciudad las élites cultivadas y sus círculos, incluidos los artistas que para ellos trabajaban.

La guerra, la miseria y los fracasos habían supuesto en el Atica el fin de la creencia en muchos principios y valores adquiridos. Podía extenderse a toda una generación lo que Tucídides atribuye puntualmente a quienes vivieron la peste del 429 a. C.: "Empezaron a sentir menosprecio tanto por la religión como por la piedad... La peste introdujo en Atenas una mayor falta de respeto por las leyes... Pues cualquiera se atrevía con suma facilidad a entregarse a placeres que con anterioridad ocultaba... De suerte que buscaban el pronto disfrute de las cosas y lo agradable... Y nadie estaba dispuesto a sacrificarse por lo que se consideraba un noble ideal (II, 52-53; trad. de A. Guzmán). Efectivamente, se habían venido abajo todos los ideales que sustentaron el brillante siglo de Pericles, o que se vieron sustentados por sus éxitos: la confianza en los grandes dioses patrios y panhelénicos, el culto a la democracia y a las leyes, el ensalzamiento supremo de todo lo que perteneciese a la propia ciudad (héroes, soldados, naves, riquezas, poder...). ¿Cómo mantener la veneración al nacionalismo de la pólis después de comprobar en la propia carne sus devastadoras consecuencias? ¿Cómo no dudar de unos dioses que han recibido sacrificios, ante cada batalla, por parte de ambos ejércitos contendientes, y que han decidido la victoria a su capricho? Incluso a niveles más cotidianos hubo de alcanzar la rotura de los confortables valores del pasado: ¿cómo volver a convencer a las mujeres de que su sitio se halla en el gineceo doméstico, cuando -como en todas las guerras- muchas de ellas han tenido que asumir responsabilidades imprevistas?

La puesta en duda de los principios consagrados alcanza a todos los campos, y entre ellos, claro está, al del arte y el pensamiento. Algunas mentes avanzadas venían, ya desde mediados del siglo va. C., minando los fundamentos del clasicismo. Al principio, fueron artistas, literatos o filósofos aislados, que se enfrascaban en problemas concretos de su propia especialidad; pero, con el paso del tiempo, y sobre todo a medida que se desarrollaba la Guerra del Peloponeso con sus grandes trastornos, se fue viendo crecer una cierta sensibilidad común en los distintos campos de la cultura, y esta sensibilidad, aun tachada a menudo de decadentista o de disolvente por quienes se empeñaban en el esfuerzo bélico, al concluir éste romperá todos los diques.

Si hubiésemos de definir de un modo sencillo esta nueva mentalidad, diríamos que consistió en la búsqueda de lo inmediato.

Frente a los grandes ideales, a las teorías estructuradas por la tradición, a los principios religiosos y divinos, a todo lo que se impone, en fin, por la lejanía de su prestigio y lo indiscutible de su altura, y que ya se ve como fuente de fanatismos y causa de infinitos desastres, los escritores, filósofos y artistas valoran ahora lo que se aprehende más directamente a través de los sentidos, sin ningún prejuicio intermedio, o lo que se siente con mayor intimidad, sin consulta previa alguna. Quizá los dos conceptos clave -verdaderas bases de lo más creativo del arte griego a partir de este momento- son los siguientes: percepción y representación de lo que se ve, y análisis de los sentimientos y de las pasiones.