Época: Mausoleo
Inicio: Año 362 A. C.
Fin: Año 340 D.C.

Antecedente:
En torno al Mausoleo de Halicarnaso

(C) Miguel Angel Elvira



Comentario

El mayor de los congregados en la remodelación del templo de Asclepio en Epidauro era Timoteo. Ya anciano, al final de su carrera, este escultor, que debió de nacer en Epidauro o sus alrededores, podía simbolizar el recuerdo de los epígonos de Fidias y Policleto. Discípulo de los discípulos de estos maestros, era el único escultor que, aún a mediados del siglo IV, mantenía, con entusiasmo extemporáneo, el culto a los pliegues mojados del arte postfidíaco; para él, los puntos de referencia seguían siendo las refinadas tallas de Paionio y Calímaco.
Timoteo había vivido, unos veinte años antes, la remodelación del que sería el santuario más activo y rico del siglo IV a. C., el de Asclepio en Epidauro. En las obras de su templo principal había convivido con hombres de su misma generación y mentalidad.

Allí, por ejemplo, hubo de tratar ampliamente a un arquitecto llamado Teodoto, que parece ser el Teodoro de Focea (o de Fócide) que nos citan otras fuentes. Este hombre llegó a Epidauro después de realizar en Delfos la primera, y una de las más bellas construcciones del siglo: la thólos (390-380 a. C.), obra circular de uso desconocido, con veinte columnas dóricas en el exterior y diez finísimas columnas corintias sobre un banco corrido en el interior. A primera vista, era un edificio lleno de novedades, empezando por su misma planta circular, que no se usaba, al parecer, desde la época arcaica, y que tendría gran éxito en la generación siguiente y aun en siglos venideros. Para exponer sus hallazgos en esta obra, Teodoto escribió incluso un libro, según nos relata Vitruvio. Pero todo ello no obsta para afirmar que, en realidad, nos hallamos en la línea de las investigaciones que se realizaban a fines del siglo anterior: las columnas internas encajadas en el muro, el simple uso del orden corintio (aunque con capiteles muy esbeltos y novedosos), el manejo de piedras de distintos colores, todo nos traslada de forma sistemática a obras como el Erecteo o el templo de Apolo en Basas. Acaso Teodoto, en su juventud, hubiese trabajado con Ictino en esta última obra.

Llegado a Epidauro, Teodoto mantendría sus mismos principios al realizar los planos del templo a Asclepio (380-370 a. C.). Dórico, pequeño y sencillo, carente incluso de columnas interiores, era un simple cofre para contener la estatua del dios, elaborada por Trasimedes de Paros en oro y marfil. Pero, gracias a que han llegado hasta nosotros las cuentas de sus obras, podemos saber muchos detalles acerca de su edificación. Así, parece que Teodoto no se limitó a dirigir la obra arquitectónica -por lo que recibió una dracma al día durante cuatro años y ocho meses-, sino que probablemente ejecutó como escultor (la inscripción deja dudas) las acróteras del frontón oriental, recibiendo por ello 2.340 dracmas. Es por tanto el primer arquitecto-escultor del siglo IV a. C., un género de artista que, como vamos a ver, prolifera en dicha centuria. Y también en su labor de tallista denota una formación propia del estilo florido, pues se inspira, para su Iris de la acrótera central, en la Níke de Peonio.

Por ello, debía de congeniar por completo con Hectóridas, escultor que se encargó de la Toma de Troya que adornaba el frontón oriental; también se entendería con el anónimo autor que ejecutó la Amazonomaquia del frontón occidental; y, sobre todo, con Timoteo. Este último corrió, posiblemente, con el control general de toda la obra escultórica del templo -incluso se piensa que hizo los bocetos o maquetas, si interpretamos así la palabra "týpoi" que aparece en las cuentas- y, personalmente, se dedicó a la ejecución de las magníficas acróteras del frontón occidental: una volátil Níke que se eleva en el aire llevando en su brazo un ave y convirtiéndose en un remolino de telas agitadas, y unas Auras a caballo para las esquinas. El conjunto resultante, unitario pese a diferencias de matiz, llena hoy una de las salas más admiradas del Museo Nacional de Atenas.

Timoteo, disfrutando del prestigio que esta obra hubo de proporcionarle, prosiguió su carrera en Epidauro y, posiblemente, también en Atenas. Así, parece ser suya sin discusión una bellísima Higía, también hallada entre los restos de Epidauro, cuya inclinación y pliegues recuerdan, sin lugar a dudas, el famoso relieve de la Níke desatándose la sandalia de la Acrópolis. Y esta Higía nos certifica como obra segura de su mano, y sin duda la más famosa de cuantas creó, la conocida Leda con el cisne, conservada en múltiples copias, entre ellas una en el Prado.

La Leda de Timoteo, que muestra a la heroína intentando proteger a Zeus, transformado en cisne, del águila que la ataca, es una obra de enorme interés: no sólo se trata de una composición abierta -el águila no aparece, pero es necesaria para entender la acción-, sino que intenta resaltar en una postura retórica, y jugando lumínicamente con el fondo neutro del manto, la fina túnica y el cuerpo femenino. Inmediatamente anterior, según parece, a la Afrodita Cnidia de Praxíteles, la anuncia en su tratamiento anatómico.

Cuando Timoteo partió para Halicarnaso dejaba atrás, en Epidauro, una fase nueva de las obras. Había ocupado ya el puesto de arquitecto en el santuario un joven llamado Policleto -uno más, sin duda, de la famosa familia de artistas argivos-, y estaba ocupado en construir su fastuosa "thólos o thyméle" (360-350 a. C.). Tomando como punto de partida la que su antecesor hiciera en Delfos, pero enriqueciendo el modelo con decoraciones, colores variados y marcada plasticidad, dejó exentas las bellas columnas corintias del interior y usó ampliamente del carnoso roleo, elemento vegetal que por entonces comenzaba la que sería su dilatadísima andadura. Con esta obra, Policleto abría a la arquitectura griega unos caminos barroquizantes hasta entonces no explorados por nadie.

Ante tales planteamientos estéticos, resulta cuanto menos chocante que Pausanias (II, 24, 5) atribuya a este mismo arquitecto ese dechado de limpieza geométrica, simple juego de compás trasladado al paisaje, que fue el teatro de Epidauro, el más antiguo y perfecto entre los llegados hasta nosotros. El sabría las razones de su aserto.

Timoteo, sin embargo, no llegó probablemente nunca a ver esta obra ni siquiera en proyecto, pues se tiende a fecharla casi treinta años después de la thólos; era ya demasiado mayor cuando emprendió el viaje hacia Halicarnaso.