Época: Edad de Hierro
Inicio: Año 800 A. C.
Fin: Año 700 D.C.

Antecedente:
La Edad Antigua de Hierro

(C) Emma Sanchez Montañés



Comentario

En la escala de valores de los metales, el hierro es el menos noble de todos. Ello significa que es más perecedero, por oposición al oro, incorruptible. Mientras que los instrumentos, las armas, los adornos de bronce, al paso de los siglos recobran con facilidad su textura y su pátina, aquellos fabricados en hierro se corroen y desaparecen. Teóricamente podríamos imaginamos a los primeros metalúrgicos del hierro preguntándose si su trabajo realmente merecía la pena. Como consuelo les quedaría la certeza, no obstante, de que sus conocimientos técnicos eran muy considerados. Al menos, en los albores de la metalurgia del hierro, los productos salidos de la forja eran joyas muy estimadas: alfileres, anillos, brazaletes, que se distinguían por su rareza en contrapartida con lo vulgar del bronce. Pero esta situación durará poco.
La Edad de Bronce estaba llamada a su fin desde que la técnica del hierro carbonizado se convirtió en un arte logrado. La experiencia no tardaría en compartirse, y los caminos de difusión en el Viejo Continente estaban abiertos, una vez más, a la expansión de la nueva tecnología.

Las vías de difusión por las que la metalurgia del hierro penetró en Europa sólo pueden trazarse a grandes rasgos. Se da por aceptado que el invento tuvo lugar en Anatolia, aunque se descarte que su salida a Occidente ocurriera tras la caída del Imperio hitita. En Siria, Fenicia, Palestina y el Egeo la nueva era se inaugura en el 1000 a. C. A partir del siglo X a. C. dejan prácticamente de fabricarse armas de bronce en Grecia. En Centroeuropa la introducción del nuevo metal se constata en el 800 a. C., aunque la nueva era no quede definitivamente inaugurada hasta poco antes del 700 a. C.

La difusión de la técnica, hemos de aceptar, se produjo por la ruta de los Balcanes y la cuenca del Danubio, hasta alcanzar la zona de máxima concentración de hallazgos de hierro en época temprana: los Alpes orientales. Desde este núcleo geográfico el paso a Europa occidental estaba asegurado por las tradicionales vías de penetración fluvial: el Rin, el Loira y el Elba.

Si la Edad de Hierro estaba llamada a sobrevivir e imponerse por obra y gracia de la dureza y eficacia de las herramientas y de las armas de hierro, la producción de bronce no se interrumpió en Europa durante mucho tiempo. Es más, las artes de metal siguieron en manos de los broncistas y de los orfebres. Las piezas ceremoniales (hachas, recipientes, cascos, etc.); las de culto (carros votivos, estatuillas de toros); los adornos personales de prestigio (fíbulas o broches); las vasijas ceremoniales (situlae, calderos, etc.) que acabarían depositadas en las tumbas de la Edad de Hierro, son de bronce. El nuevo metal fue, en cambio, más apropiado para las armas (espadas puñales); los atalajes de los caballos (frenos y guarniciones); la armadura de los carruajes (lanzas, ejes de las ruedas, etc.), y, obviamente, las herramientas (algunas de ellas utilizadas en el trabajo del bronce y en muchos casos idénticas en la forma a las ya vetustas y anticuadas de bronce). Muchos metalúrgicos dispuestos a poner en práctica la nueva tecnología hubieron de ser, a su vez, broncistas, o poseer, al menos, las dotes de éstos. Es difícil, de lo contrario, aceptar y defender la existencia de dos clases de artistas del metal radicalmente distintas.

Los prehistoriadores europeos han dedicado mucho tiempo a dilucidar por qué razones el metal de hierro, con tantos inconvenientes, y con una única ventaja virtual, su dureza, terminaría desterrando al bronce a efectos de sus usos prácticos. La primera razón lógica del cambio en la Edad de los Metales es la presumible rareza y dispersión de las fuentes del estaño y del bronce. Como contrapartida, los yacimientos de hierro eran mucho más accesibles y abundantes. La prueba de que el factor de la carestía del bronce estuvo presente en el fenómeno de la aparición de objetos de hierro la proporcionan los muchos y ricos depósitos de objetos y armas de bronce en desuso que, a modo de aprovisionamiento de metal, se han recuperado en el Bronce Final de las zonas atlánticas europeas. Pero esta no pudo ser la causa única o definitiva.

Los recursos de bronce pudieron restringirse, pero no estaban agotados. En las regiones nórdicas europeas se siguieron produciendo armas, recipientes y adornos de ese material durante mucho tiempo después de que el hierro se hubiera establecido como metal de fabricación común. La explicación no es sencilla ni univalente, pero hemos de asumir que unas nuevas condiciones económicas se habían impuesto en Europa que obligaban a una demanda de metal muy superior a la que hubo durante la Edad de Bronce. Una mayor producción agrícola, una intensificación de las comunicaciones rodadas, una sociedad en guerra endémica, etc. hubieron de contribuir al impulso acelerado de la metalurgia del hierro.