Comentario
El 2 de agosto de 1914, Alemania puso en marcha el "Plan Schlieffen modificado". Ese día, sus tropas invadieron Luxemburgo, y el día 4, Bélgica, como parte de una formidable operación -7 ejércitos, 1.500.000 hombres, bajo el mando de prestigiosos generales como Von Kluck, Von Bülow y otros- cuyo objetivo era converger sobre París desde el nordeste. Francia puso de inmediato en funcionamiento su plan de campaña elaborado por el general Joffre en 1913: una ofensiva de cinco de sus ejércitos por Alsacia-Lorena para avanzar hacia Metz y penetrar en territorio alemán. El día 6, los ingleses desembarcaron una Fuerza Expedicionaria de unos 150.000 soldados, mandados por el mariscal sir John French, que se posicionó a la izquierda de las tropas francesas, a lo largo de la frontera belga, entre la costa y Mons.
En el frente oriental, el Ejército ruso -que en total sumaba 30 cuerpos y 2.700.000 hombres- tomó la iniciativa: el 12 de agosto, dos ejércitos, mandados por los generales Rennenkampf y Samsonov, invadieron Prusia oriental (por el este y el sudeste, en una operación de tenaza) para atacar al VIII Ejército alemán -200.000 hombres- colocado en misión de contención entre Koenisberg y el Vístula. Mucho más al Sur, tropas austríacas, mandadas por Conrad von Hotzendorf, avanzaron (10 de agosto) desde Galitzia hacia el Norte, penetrando en territorio ruso. Al tiempo, un tercer ejército ruso, mandado por el general Ivanov, trataba de salirles al encuentro cerca de Lwow (Lemberg). Finalmente, otro ejército austríaco -450.000 hombres- invadió Serbia, el 12 de agosto.
A pesar de que encontraron fuerte resistencia en Bélgica -no tomaron Bruselas hasta el 20 de agosto-, los alemanes estaban antes de un mes a las puertas de París. La contraofensiva francesa por Lorena fue contenida en lo que se llamó "la batalla de las fronteras" (14-25 de agosto), y las tropas francesas, que sufrieron enormes pérdidas, se vieron forzadas a replegarse. La Fuerza Expedicionaria Británica hubo también de retirarse -aunque tras contener y causar graves bajas a sus enemigos- tras entrar en combate con los alemanes en Mons (23 de agosto). El Estado Mayor alemán (Moltke) llegó a pensar que sus tropas habían logrado ya la ventaja decisiva: incluso decidió sacar de allí algunos cuerpos de ejército y enviarlos al frente oriental (lo que resultó un grave error) donde, en principio, los rusos habían arrollado al VIII Ejército alemán.
La ofensiva alemana sobre París, sin embargo, fue contenida. El ejército francés replegado sobre el río Marne (a unos 20 km.s. de la capital francesa) decidió lanzar un contraataque desesperado a partir del 5 de septiembre tras percibir ciertas debilidades posicionales del flanco derecho alemán, formado por los I y II ejércitos de Kluck y Bülow. El contraataque -diseñado por los generales Joffre, Gallieni, Foch y Sarrail- fue un éxito. Las tropas francesas, con el apoyo de la Fuerza Británica, lograron abrir una importante brecha en las filas enemigas. El día 9, los alemanes iniciaron la retirada replegándose (13 de septiembre) al norte del río Aisne, donde, mediante un sistema intrincado y casi inexpugnable de trincheras, alambradas, artillería y ametralladoras, afianzaron la línea. La "batalla del Marne", primera gran operación de la contienda -57 divisiones aliadas contra 53 alemanas- había salvado a Francia y para muchos fue el hecho decisivo de toda la guerra.
A lo largo de septiembre y primeros días de octubre, los aliados intentaron, sin éxito, desalojar a los alemanes de sus nuevas posiciones (mientras éstos completaban la ocupación de Bélgica -donde Amberes había resistido desde el principio- y contraatacaban, también sin éxito, sobre Verdún, en Lorena). A partir del 10 de octubre, comenzó la carrera hacia el mar de los dos ejércitos, un intento por ocupar los principales puertos de la costa franco-belga. Los alemanes ocuparon Ostende pero no pudieron avanzar hacia Calais y Dunquerque porque volvieron a encontrar la tenaz resistencia del pequeño ejército belga, que se hizo fuerte en el río Yser (y que, desbordado, anegó la región abriendo las compuertas de Nieuwport). Los alemanes, entonces, desencadenaron un violentísimo ataque contra la línea aliada por la zona de Ypres (18 de octubre-22 de noviembre) defendida por los británicos que, pese a la intensidad de la ofensiva, mantuvieron la posición (habría, como se irá viendo, hasta cuatro batallas de Ypres, la última en marzo-abril de 1918).
A finales de diciembre (17 al 29), los franceses intentaron a su vez romper la línea alemana, atacando por la comarca de Artois (Arras-Aubers-Neuve Chapelle) pero fracasaron. El frente occidental quedó desde ese momento, últimos días de 1914, estabilizado en una larga y sinuosa línea de unos 700 kms. que iba desde Ostende y Calais hasta Suiza, por el Artois (con el Somme), Picardía, Champaña (con Reims, entre los ríos Marne y Aisne), Lorena (con Verdún) y Alsacia. Y así permaneció, con los dos ejércitos apostados a lo largo de ella en trincheras fortificadas, separados a veces por distancias inferiores a 1 km., hasta la primavera de 1918, pese a las numerosas ofensivas y contraofensivas lanzadas por ambos bandos.
Las expectativas alemanas de una guerra rápida y móvil se desvanecieron. La guerra en el frente occidental fue desde entonces una guerra de posiciones, con los ejércitos prácticamente inmóviles, y los soldados sometidos a la vida tediosa y miserable de trincheras (barro, frío, suciedad) que recogería toda la literatura de la guerra. La caballería perdió toda su efectividad. Los tanques, invención del teniente coronel británico Ernest Swinton, sólo empezaron a ser efectivos a finales de 1917 en la batalla de Cambrai (20 de noviembre). La aviación, no obstante el formidable desarrollo que experimentó, siguió teniendo un papel secundario y, a pesar de que los alemanes usaran dirigibles Zeppelin para bombardear ciudades, su potencia y capacidad como arma de combate eran, todavía en 1918, muy escasas, lo que no impidió que el código caballeresco que imperaba en los enfrentamientos aéreos hiciese de los primeros "ases de la aviación" héroes populares (como el alemán Manfred von Richthofen). La infantería, el número de hombres, fue el elemento decisivo: el número total de movilizados a lo largo de la guerra ascendió a 60 millones. Los bombardeos de la artillería contra las líneas de trincheras y el fuego de las ametralladoras contra los movimientos de la infantería fueron, así, las armas principales.
La guerra en el frente oriental fue muy distinta. La sorpresa inicial rusa -victoria en Gumbinnen, el 20 de agosto de 1914, sobre el VIII Ejército alemán- fue una ilusión. Reforzados por los cuerpos de ejército y divisiones sacadas por Moltke del frente occidental y bajo nuevos mandos -el mariscal Hindenburg y el teniente general Ludendorff-, los alemanes reaccionaron de inmediato y primero destrozaron literalmente al ejército de Samsonov ("batalla de Tannenberg", 26-29 agosto) y luego forzaron la retirada desordenada de Rennenkampf ("batalla de los Lagos Masurianos", 9-14 de septiembre). Los rusos habían perdido unos 250.000 hombres; Prusia había quedado liberada. Al sur, en Galitzia, el ejército ruso rompió las líneas austro-húngaras (que perdieron unos 300.000 hombres), tomó Lemberg y penetró en profundidad por Silesia. En Serbia, los serbios rechazaron por completo (25 de agosto) la invasión austro-húngara.
Pero de nuevo los poderes centrales reinvirtieron la situación. Hindenburg salvó a los austríacos -en cuyas filas, por cierto, formaban soldados de todas las nacionalidades del Imperio- avanzando hacia Varsovia (12 de octubre) y obligando a los rusos a concentrar tropas, trayéndolas incluso de Siberia, para salvar la ciudad, que fue en efecto defendida tras enfrentamientos de particular violencia e intensidad. Los rusos incluso pasaron a la ofensiva y a mediados de octubre, volvieron a invadir Silesia. Pero un nuevo contraataque alemán por la región de Lodz-Varsovia (11-25 de noviembre), perfectamente diseñado por Ludendorff para explotar los numerosos errores de posición y coordinación de los generales rusos (y en especial de Rennenkampf) provocó -de nuevo tras violentísimos combates con continuos ataques y contraataques por ambos bandos- la retirada de los rusos hacia la línea de los ríos Bzura y Rawka.
La situación entre austro-húngaros y rusos en Galitzia (con fuertes combates en el sector Cracovia-Limanowa en noviembre-diciembre) quedó sin decidir. En los Balcanes, los serbios consiguieron repeler (15 de diciembre) nuevas ofensivas del Ejército austríaco a pesar de que éste había conseguido en un momento (2 de diciembre) tomar Belgrado: les infligieron, además, unas 100.000 bajas.
La guerra en el frente oriental era, pues, una guerra de movimiento y brutal, en la que la superioridad en hombres de los rusos fracasó, con un coste de centenares de miles de bajas, ante la eficacia de la artillería, la superioridad táctica y la mejor dotación en munición y alimentos de los alemanes.
Para finales de 1914, la guerra se había extendido a otros escenarios. Desde el comienzo, la marina británica había iniciado el patrullaje de los mares para cortar las líneas alemanas de suministro. A finales de agosto, atacó la base naval alemana de Heligoland causando 1.200 bajas a la marina alemana. Los alemanes, por su parte, minaron el mar del Norte y el 22 de septiembre, un submarino hundió tres cruceros británicos en esa misma zona. La guerra naval, aunque todavía reducida a escaramuzas aisladas, iba escalando. En el mayor encuentro inicial, los barcos ingleses hundieron en las islas Malvinas -8 de diciembre de 1914- la flota alemana de Asia oriental, mandada por el almirante Von Spee, que regresaba hacia mares europeos. Poco después, la marina alemana bombardeó Scarborough y Hartlepool, en la costa noreste de Inglaterra.
Antes, en agosto, dos cruceros alemanes, el "Goeben" y el "Breslau", habían logrado refugiarse en Constantinopla tras eludir una implacable persecución por el Mediterráneo de un escuadrón de la marina británica. Los barcos fueron adquiridos por Turquía, un hecho premonitorio: el 29 de octubre, barcos turcos, incluidos los dos mencionados, bombardearon puertos rusos en el Mar Negro. De inmediato, Rusia, Gran Bretaña y Francia declararon la guerra a Turquía. La entrada de ésta en el conflicto -gran éxito de la diplomacia alemana- tuvo gran trascendencia estratégica: amenazó las principales posiciones imperiales británicas (Egipto, la India), creó problemas gravísimos a Bulgaria, Rumanía y Grecia -que se mantenían neutrales desde el comienzo de las hostilidades- y abrió un nuevo flanco de guerra al sur de Rusia. Los turcos iniciaron en diciembre de 1914 una ofensiva por el Cáucaso hacia la Armenia rusa y Georgia. Gran Bretaña declaró de inmediato el protectorado sobre Egipto y sus estrategas, y en especial Kitchener (ministro de la Guerra desde el 5 de agosto de 1914) y Churchill (ministro de Marina), empezarían ya a perfilar una campaña contra Turquía sobre la base de tres supuestos: una operación anfibia en los Dardanelos, un ataque por Mesopotamia con las tropas estacionadas en la India y una revuelta de las tribus árabes en Oriente Medio.
En 1915, por tanto, la guerra sería ya una verdadera guerra mundial. Los "aliados" tomaron la iniciativa en el frente occidental. A lo largo de ese año, franceses y británicos atacaron por dos veces por la Champaña (16 de febrero a 30 de marzo, y 22 de septiembre a 6 de noviembre) y otras dos por el Artois (9 de mayo a 18 de junio, 25 de septiembre a 15 de octubre), mientras que los alemanes contraatacaron en Ypres (22 de abril-25 de mayo), usando por primera vez "gas mostaza" (fue por eso que Sargent pintó su famoso cuadro Gaseados). Fueron batallas de excepcional dureza que siguieron el modelo ya habitual en aquel frente: terribles bombardeos durante horas y a veces días de la artillería sobre las líneas enemigas y ataques frontales de la infantería, verdaderas avalanchas de hombres, después. A pesar de que en algún punto unos u otros conseguirían abrir brecha, los resultados fueron siempre insuficientes (ganancia, cuando la hubo, de algunos pocos metros) y las bajas abrumadoras: los franceses perdieron en las ofensivas de primavera unos 230.000 hombres, y otros 190.000 en las de otoño (en las que las bajas inglesas se elevaron a 50.000 hombres y las alemanas a 140.000).
En el mar, los alemanes iniciaron el 18 de febrero el "bloqueo submarino" de Gran Bretaña. Los ingleses respondieron decretando a su vez el "bloqueo general" de Alemania, encomendando a su flota el registro de todos los barcos que se pensara pudieran dirigirse hacia puertos alemanes y el secuestro de sus productos. El 28 de marzo, un submarino alemán hundió un barco de pasajeros. El caso se repitió. El 7 de mayo, el U-20 hundió en aguas irlandesas el "Lusitania", que de Nueva York se dirigía a Liverpool, muriendo 1.198 personas, de ellas 139 norteamericanos. El 19 de agosto, otro submarino alemán, el U-24, hundió el "Arabic", donde también murieron pasajeros estadounidenses. Los casos horrorizaron a la opinión pública de los países neutrales y en especial, a la opinión norteamericana. El presidente Woodrow Wilson advirtió a Alemania que consideraría otro incidente de ese tipo como un acto deliberadamente inamistoso y, ante la posibilidad de que Estados Unidos entrase en la guerra, Alemania suspendió la actividad submarina por dos años.
El alto mando alemán -a cuyo frente figuraba desde el 14 de septiembre de 1914, tras el cese de Moltke, el general Erich von Falkenhayn- concentró sus esfuerzos en el Este, con la esperanza de lograr una victoria decisiva sobre los rusos. Tras unos meses de lucha indecisa en Prusia oriental (febrero-marzo de 1915), el 2 de mayo comenzó una gran ofensiva austro-alemana por Galitzia. El éxito fue espectacular y para fines de junio, las tropas austro-húngaras y alemanas habían avanzado unos 130 km. y ocupado toda Galitzia y Bucovina. El 1 de julio, una vez fracasada, como enseguida veremos, la operación de los ingleses en los Dardanelos, los poderes centrales reanudaron su ofensiva, y con el mismo éxito. Por el norte, en el Báltico, los alemanes tomaron Curlandia y Lituania (y su capital Vilna), situándose a las puertas de Riga (Estonia); por el centro, entraron en Varsovia (4-7 de agosto) y avanzaron hasta conquistar Brest-Litovsk; en el sur, los austríacos completaron la conquista de todo el resto de Polonia. Cuando hacia el 20 de septiembre se detuvo la ofensiva, los rusos habían perdido Polonia y Lituania y más de un millón de hombres y alemanes y austríacos estaban sobre Ucrania. La línea de frente había quedado establecida entre Riga y Rumanía, por Pinsk y Czernowitz, en los Cárpatos. Rusia aún no estaba vencida, pero las carencias de sus ejércitos en municiones, ropas, alimentos, artillería y fusiles la convertían en el eslabón más débil de la cadena militar de los aliados.
Éstos, y en especial los ingleses, pusieron gran parte de sus esperanzas -además de en los ataques frontales en el frente occidental- en eliminar a Turquía (porque ello les permitiría, además, restablecer la comunicación con serbios y rusos). Y en efecto, en enero de 1915 se aprobó el plan. Primero, se intentó una operación naval sobre los numerosos fuertes turcos que controlaban el estrecho de los Dardanelos, con la idea de despejar la ruta por mar hacia Constantinopla: los intentos fueron un fracaso, y tras el hundimiento por minas de varios cruceros (18 de marzo), la operación naval fue abandonada.
Se procedió entonces a una gran expedición terrestre sobre la península de Gallípoli, pero optándose esta vez por actuar sobre la costa oeste, en el Egeo, zona comparativamente desguarnecida. El desembarco -cinco divisiones mandadas por el general Ian Hamilton, con un alto contingente de soldados australianos y neozelandeses- comenzó el 25 de abril. La idea era probablemente excelente. Pero se escogieron equivocadamente los dos lugares de desembarco: sendas playas estrechas rodeadas de acantilados. La operación fue un verdadero fracaso. Los turcos, dirigidos por oficiales alemanes, dominando las posiciones altas, batieron reiteradamente las posiciones aliadas. Éstas -reforzadas desde agosto por otras cinco divisiones que establecieron una tercera cabeza de puente en la bahía de Suvla- lucharon denodadamente entre mayo y mediados de octubre atacando en distintas ocasiones desde los enclaves en que se hallaban colocadas, pero siempre sin éxito. El 16 de octubre, Hamilton fue relevado y su sustituto, el general Monro, aconsejó la evacuación, que efectuó brillantemente entre el 28 de diciembre y el 9 de enero de 1916. Los aliados habían terminado por colocar en Gallípoli 450.000 hombres: los muertos se elevaron a 145.000 (Churchill dimitió y el poder de Kitchener como ministro de la Guerra quedó limitado cuando su gobierno nombró al general William Robertson jefe del alto mando militar imperial).
En cambio, más al este, en Oriente Medio, los ingleses tuvieron inicialmente más fortuna. Las tropas del general Townshend tomaron a los turcos las ciudades de Amara y Nasiriya, en Iraq, y ya en septiembre, Kut-el-Hamara, comenzando el avance hacia Bagdad. Pero allí, Townshend fue detenido por los turcos y optó, ya en diciembre de 1915, por replegarse sobre Kut.
Antes de transcurrido un mes del desembarco en Gallípoli y cuando el resultado de éste era todavía incierto, los aliados habían logrado un gran éxito diplomático: la entrada de Italia en la guerra, oficializada el 23 de mayo de aquel año (1915) cuando Italia declaró la guerra a Austria-Hungría. El 26 de abril, Gran Bretaña, Francia, Rusia e Italia habían concluido un "acuerdo secreto de Londres" por el que los aliados prometían a Italia, a cambio de su entrada en la guerra, el Trentino y el Tirol meridional, Trieste e Istria (es decir, la "Italia irredenta" todavía, como se recordará, bajo el dominio de Austria-Hungría), islas en el Adriático y en el Dodecaneso, territorios en Dalmacia y Albania -antiguas posesiones de Venecia- e incluso aumentos en sus colonias en Libia, Somalia y Eritrea.
La operación tenía, desde el punto de vista militar, inmensas posibilidades. Se trataba de abrir un nuevo frente en la retaguardia sur de Austria-Hungría, lo que, con toda lógica, habría de forzar a ésta a detraer fuerzas de Rusia y Serbia. Pero las expectativas no se cumplieron. Las tropas italianas -nueve ejércitos, casi un millón de hombres, mandados por el general Luigi Cadorna- abrieron efectivamente el nuevo frente. Detuvieron el intento austríaco de atacar por los Alpes Dolomitas -entre Cortina d'Ampezzo y el lago de Garda-, y a su vez intentaron penetrar hacia Gorizia y Trieste por el río Isonzo, al nordesde de Venecia. Pero allí terminó todo. La guerra alpina resultó, por el terreno y por el clima, difícil y penosa, y pronto se redujo a pequeñas incursiones y acciones de la artillería de montaña. En el Isonzo, los italianos lanzaron hasta cuatro ofensivas entre junio y diciembre (y un total de doce, hasta octubre de 1917), pero lograron muy poco con un coste humano muy alto.
Además, la entrada de Italia en la guerra fue pronto -octubre de 1915- contrapesada por la de Bulgaria, que lo hizo al lado de los poderes centrales una vez que éstos le prometieron Macedonia y los territorios que los búlgaros reclamaban desde antiguo a Rumanía y Grecia. Los aliados intentaron implicar a esta última en la guerra, pero las diferencias entre el primer ministro pro-occidental Venizelos y el rey Constantino, neutralista, lo impidieron. Con todo, Grecia autorizó el desembarco de un contingente aliado en Salónica, dos divisiones, apenas unos 13.000 hombres bajo el mando del general Sarrail (3-5 octubre de 1915). El 6 de octubre, el ejército austro-alemán, al mando del general Von Mackensen, invadió Serbia; el 14 lo hizo Bulgaria. El éxito de la campaña, una de las mejor planeadas de toda la guerra, fue impresionante. Para principios de diciembre, los austro-alemanes habían ocupado la totalidad de Serbia, Montenegro y Albania (donde, meses antes, los italianos habían desembarcado tropas y proclamado una especie de protectorado). Los búlgaros ocuparon Macedonia, rechazando el intento de Sarrail de detenerlos en el río Vardar. El ejército serbio quedó destrozado. Pero, tras una retirada angustiosa y heroica hacia Albania, unos 150.000 soldados pudieron salvarse y, mediante una operación de evacuación organizada por barcos franceses e italianos con protección británica (ya en enero-febrero de 1916), pasar a la isla de Corfú, entre Albania y Grecia.
Los fracasos en los Dardanelos y en los Balcanes y el escaso éxito logrado en el frente italo-austríaco reforzaron la convicción del alto mando aliado -Joffre y el general Douglas Haig, que había sustituido a sir John French al frente de las tropas británicas- de que la victoria decisiva sólo podría lograrse en el frente occidental (donde a principios de 1916, los franceses tenían 95 divisiones, los ingleses 38 -y desde julio 55- y los belgas 6, frente a 117 divisiones alemanas). Tras numerosas discusiones se acordó que el ataque se realizaría por el río Somme, entre Arrás y Compiègne, y se preparó la ofensiva, que iba a suponer una impresionante escalada en el uso de material de guerra, para las primeras fechas del verano de 1916.
Los alemanes se les adelantaron. Falkenhayn, también convencido de que la victoria decisiva se obtendría en el frente occidental, optó por una "guerra de desgaste" contra el ejército francés y escogió para ello atacar Verdún, en Lorena, sobre el río Mosa, frente a Las Ardenas y Luxemburgo, una vieja plaza-fortaleza rodeada de un anillo de fuertes -y por eso aparentemente de fácil defensa- pero donde los franceses no habían colocado ni siquiera una segunda línea de trincheras. El 31 de febrero de 1916, comenzó el ataque, un bombardeo de la artillería de escala e intensidad no conocidos previamente. El gobierno francés, presidido desde el 30 de octubre del año anterior por Briand, hizo de la defensa de Verdún -encomendada al comandante Philippe Pétain- una cuestión patriótica irrenunciable. Y en efecto, Verdún fue defendida a toda costa y la batalla, que se prolongó hasta el 11 de julio -cuando Falkenhayn ordenó a sus comandantes que se limitasen a defender sus posiciones que estaban a unos cinco kilómetros de la plaza- se convirtió en uno de los episodios más sangrientos, y también cruciales de la guerra. Los ataques y bombardeos alemanes fueron constantes a lo largo de aquellos cinco meses. La defensa francesa -bajo el emotivo lema del "¡No pasarán!" acuñado por Pétain-, por las condiciones de extrema dureza que soportó, transformó Verdún de inmediato en uno de los grandes mitos del heroísmo épico de la contienda. Falkenhayn había querido "desangrar" lentamente al ejército francés (que llegó a emplazar en Verdún a 259 de sus 330 regimientos de infantería), y efectivamente, los franceses tuvieron 550.000 bajas. Pero los alemanes perdieron 450.000 hombres, y lo que fue peor para ellos: la "leyenda de Verdún" constituyó una gran victoria francesa en la guerra psicológica y de propaganda que libraban ambos bandos.
Los británicos no habían tenido tiempo para ultimar sus preparativos para la ofensiva del Somme, operación que sin duda habría aliviado la presión sobre Verdún. Los italianos atacaron (febrero-marzo) en el Isonzo pero sin lograr ventajas efectivas. Además, tuvieron que detener una nueva ofensiva austríaca en el Trentino (15 de mayo-3 de junio), que les produjo unas 150.000 bajas. Peor aún, en Mesopotamia los ingleses sufrieron un grave y humillante revés: el 29 de abril, Townshend capituló con sus 10.000 hombres ante los turcos en Kut-el-Hamara (capitulación apenas compensada por el inicio de la rebelión árabe contra Turquía que los ingleses habían estado fomentando desde octubre de 1914, y que estalló el 5 de junio de 1916 en el Hijaz, acaudillada por el emir de La Meca, Hussein).
El alivio a Verdún vino de donde menos esperaban los alemanes: de Rusia. El 4 de junio, el general Brusilov, comandante del frente meridional, desencadenó una gran ofensiva lanzando cuatro ejércitos, con 40 divisiones, sobre las posiciones austro-húngaras en un frente de unos 100 kilómetros, entre las marismas de Pripiat y los Cárpatos. "La ofensiva de Brusilov" duró hasta el 10 de agosto, única operación de la guerra que llevaría el nombre de un general, fue un gran éxito. Los rusos rompieron la línea austro-húngara, tomaron poblaciones importantes (Lutsk, Chernovtsky), avanzaron entre 25 y 125 km. según los puntos, e hicieron unos 500.000 prisioneros. La ofensiva obligó, además, a los austríacos a retirar tropas del Trentino, y a los alemanes de Verdún (unas 7 divisiones): Brusilov creyó que había salvado a los aliados. Pero la ofensiva no pudo sostenerse. La reacción alemana, la falta de municiones, las dificultades en las comunicaciones -punto capital de toda la acción militar de los rusos- y por tanto los problemas de suministro y en el traslado de las reservas, dieron al traste con ella. Los alemanes contraatacaron; los rusos sufrieron un millón de bajas y sus ejércitos, agotados y desmoralizados, comenzaron a perder el espíritu de lucha y la fe en la victoria.
A corto plazo, la ofensiva tuvo otro resultado que en principio pareció muy favorable a los aliados: Rumanía, cuyos derechos sobre la Bucovina, Transilvania y el Banato le fueron reconocidos, entró en la guerra el 27 de agosto, e invadió Transilvania (en Hungría) con vistas a confluir con las tropas de Brusilov. Pero la decisión acabó siendo contraproducente. Los alemanes, que habían tomado todo el peso de la guerra en los frentes teóricamente austríacos de los Cárpatos y los Balcanes, contraatacaron también en aquella región a partir de los últimos días de septiembre (cuando Falkenhayn se hizo cargo del frente, tras ser sustituido como jefe supremo militar por Hindenburg), mientras tropas germano-búlgaras mandadas por Mackensen atacaban a los rumanos en la Dobrudja. Rumanía quedó atrapada por la tenaza alemana: Bucarest cayó el 6 de diciembre.
Los aliados, por tanto, volvieron a su tesis inicial, a la idea de la victoria en el frente occidental. El 1 de julio de 1916 comenzó "la batalla del Somme" cuando, tras cinco días de feroces bombardeos de la artillería, divisiones de la infantería británica y francesa se lanzaron en oleadas sucesivas sobre las líneas alemanas. Los objetivos tácticos de la batalla eran determinadas posiciones alemanas entre Arrás y Peronne. Pero el objetivo estratégico de Haig, responsable último de la operación, era "agotar" las reservas alemanas. Estaba convencido de que la infantería, y no la artillería, decidiría la guerra y confiaba en que continuos y sucesivos ataques frontales terminarían por provocar la ruptura, el colapso de las filas enemigas. Sólo el primer día, los ingleses, cuyo IV ejército mandado por Rawlinson llevó el peso de la batalla, tuvieron 60.000 bajas (de ellos 20.000 muertos). Pero Haig se obstinó en su táctica. Los ataques de la infantería se sucedieron durante seis meses, hasta el 19 de noviembre (hubo también algún ataque de la caballería, y los ingleses usaron por primera vez tanques, pero sin ningún éxito pues quedaron atrapados en el barro). Los ingleses tuvieron unas 400.000 bajas, y los franceses 200.000; los alemanes, 450.000. Los aliados habían avanzado unos 2,5 km.. y no habían tomado ni Arrás ni Peronne. Pero el Somme, al menos, distrajo a los alemanes de Verdún (ya quedó dicho que el ataque contra la fortaleza se detuvo en julio). En el otoño, los franceses, bajo el mando de los generales Nivelle y Maugin, pasaron al contraataque en ese frente y recuperaron, con nuevas y cuantiosas bajas, algunos de los fuertes que los alemanes habían tomado en primavera.
El equilibrio militar parecía, por tanto, insuperable. Lo mismo ocurría en el mar, aunque sólo fuera porque las dos grandes flotas de la guerra, la inglesa y la alemana, habían procurado eludirse. Pero en 1916, una vez que se vieron forzados a detener la acción submarina, los alemanes, cuya flota era mandada por el almirante Scheer, decidieron probar las fuerzas. El 31 de mayo, enviaron hacia el mar del Norte su flota de cruceros -unos 42 barcos al mando del vicealmirante Hipper-, seguida a cierta distancia por el resto de la flota, otras 66 unidades, entre ellas 16 superacorazados tipo "dreadnought", con la idea de atraer a una trampa a la flota británica de cruceros del vicealmirante Beatty (51 barcos) haciéndole creer que sólo tenía enfrente a su homóloga alemana. Pero el cálculo alemán falló y el resultado fue el enfrentamiento frente al banco de Jutlandia, en aguas cercanas a Noruega y Dinamarca, entre las dos grandes flotas (Jellicoe, el almirante británico, movilizó, además de la escuadra de Beatty, 98 buques de guerra, entre ellos 24 "dreadnoughts"), la mayor batalla naval de la historia. El resultado fue incierto. En los dos días que duró el enfrentamiento, ambas partes perdieron parecido número de barcos, unos 25 en total, con unos 10.000 marineros muertos. Dada la superioridad británica, ello pudo ser interpretado por los alemanes como una victoria propia, pues además los barcos ingleses hundidos eran de más calidad y tonelaje que los alemanes. Pero al mismo tiempo, "la batalla de Jutlandia" mostró a los alemanes la imposibilidad de romper en superficie la hegemonía británica: en 1917, volverían a la lucha submarina (y ello terminaría por decidir la entrada de Estados Unidos en la guerra).