Comentario
El mismo Malraux, en su ensayo La Tentación de Occidente que publicó en 1926, veía a Europa como "un enorme cementerio donde no duermen sino conquistadores muertos", como un conjunto de "sombras ilustres", como una "raza desesperada". Malraux creía, pues, que Europa estaba agotada. Como revelarían sus novelas Los conquistadores (1928) y La condición humana (1933), la revolución que él quería tendría por escenario Asia.
Y en efecto, la revuelta de Asia se completó en la década de 1920. En Turquía, tras abolir el sultanato y el califato y proclamar la República, Kemal introdujo, bajo un sistema presidencialista que él mismo presidió hasta 1938, el sufragio universal (para varones mayores de 18 años), el sistema parlamentario, aunque con elecciones indirectas y en un régimen que era en la práctica de partido único, del Partido del Pueblo. Kemal, además, secularizó el Estado y occidentalizó la sociedad, imponiendo la emancipación de las mujeres, el vestido occidental -el sombrero pasó a ser símbolo del progreso-, el alfabeto latino, el sistema patronímico occidental y el sistema métrico decimal: en 1933, inició un ambicioso programa dé industrialización bajo control del Estado.
En Persia, Reza Khan (1877-1944), un militar nacionalista, cumplió un papel análogo. Dueño del poder por un golpe de fuerza desde 1921, depuso al Shah (1925) y, ante la oposición a la república del clero Shiita, entronizó su propia dinastía, a la que denominó Pahlévi. Reza hizo de Persia, a la que en 1935 redenominó Irán, un país moderno. Reorganizó el Ejército, la educación y la administración del Estado, introdujo el sistema judicial francés (1927), inició la industrialización y la construcción de infraestructuras modernas (ferrocarriles, carreteras), limitó el poder del clero y renegoció con Gran Bretaña en términos favorables para su país los acuerdos de explotación del petróleo firmados a principios de siglo.
Pero la revolución que la fantasía aventurera de Malraux soñaba, iba a ser muy diferente. Se localizó en China, fue resultado de una historia compleja e imprevisible y tuvo ciertamente el destino a la vez heroico y trágico que Malraux creía consustancial a las revoluciones. Ante todo, la dictadura de Yuan Shikai había hecho imposible que la revolución de 1911 desembocase en un régimen constitucional y liberal. Luego, durante la guerra mundial, Japón había impuesto con las llamadas 21 condiciones ante las que China tuvo que capitular, un especie de protectorado económico -ampliando sus derechos sobre Manchuria, Shandong y Fujian- lo que había generado una intensa reacción nacionalista particularmente notable en las provincias del Sur. En esas circunstancias, que desacreditaron profundamente a la dictadura, la muerte de Yuan Shikai en junio de 1916 abrió una gravísima crisis de Estado que se prolongó durante 12 años, al hilo de la cual se hizo posible primero y se decidió después el destino de la revolución malrauxiana.
La muerte de Yuan provocó la desintegración del poder central y la afirmación de la autoridad territorial autónoma de los jefes militares de las regiones, de los señores de la guerra como se les denominó, a veces simples bandidos, hombres como Yen Hsi-shan, que retuvo su autoridad sobre la provincia de Shanxi hasta 1949, o como Chang Tsung-ch'ang, el gobernador militar de Shandong, o Ma Hung-kuei, señor del noroeste de China, Chang Tsolin, de Manchuria, o Feng Yü-hsiang, el general cristiano que mandaba en otra región del Norte. Un poder nominal chino continuó existiendo en Pekín, donde se sucedieron gobierno tras gobierno (hubo incluso un intento frustrado de restaurar al Emperador Pu-Yi), que en la práctica no ejercían autoridad ni siquiera sobre su entorno territorial. En el Sur, en Wandong (en Cantón), se produjo una secesión de hecho al restablecer Sun Yat-sen, exiliado durante la guerra, con apoyo de los jefes militares de la región, un gobierno republicano que rechazó la autoridad de Pekín y se autoproclamó como el único gobierno legítimo de China. El país estaba literalmente arruinado: guerras interprovinciales, bandidismo, hundimiento del comercio interior, destrucción de las vías de comunicación, hambre, miseria rural, colapso total de las grandes ciudades y puertos destruyeron la economía y todo el orden social y político. Shanghai, carente de todo control, se transformó en el centro mundial del tráfico de opio y de toda clase de drogas bajo el dominio del hampa local.
La reconstrucción de China, al hilo de la cual surgiría la posibilidad de la revolución comunista, fue el resultado de la doble revolución cultural y política que se gestó en los mismos años de caos y confusión que siguieron a la dictadura de Yuan Shikai, como reacción precisamente al proceso de degeneración política y social y a la situación de vacío de poder que se habían creado.
La revolución cultural, el renacimiento chino como lo llamó uno de sus inspiradores, el filósofo y ensayista Hu Shih (1891-1962), fue básicamente una revolución de intelectuales y estudiantes, muchos de ellos, como el propio Hu Shih, educados o en Estados Unidos o en los colegios de las misiones religiosas extranjeras. En términos filosóficos, supuso una reacción contra la influencia del pensamiento y la filosofía confucianos, como responsables de la decadencia nacional y fundamento del orden tradicional chino. En términos lingüísticos y literarios, fue una ruptura con los escritores clásicos y con la lengua clásica, e impulsó la creación de una nueva literatura y el uso literario de la lengua vernácula y cotidiana, con el fin de abordar la verdadera realidad de la sociedad china contemporánea, tal como hizo, por ejemplo, Lu Hsun (1881-1936), el autor de Diario de un loco, el gran escritor chino de su generación.
La revolución cultural tuvo su centro en la Universidad de Pekín, que subsistió precariamente gracias al esfuerzo de su rector, Tsai Yuan-pei, un antiguo ministro de educación que aglutinó a un núcleo de profesores notables, como Hu Shih y Chen Duxin (1879-1942), el decano de la Facultad de Letras, director de La Nueva juventud, revista crítica de toda la cultura tradicional, e impulsor de una Sociedad para el Estudio del Marxismo. Pero se extendió a partir de 1920 a otras universidades y centros del país (en Nankín, Tientsin, Shanghai y otras localidades), muchos de ellos privados y los más, financiados por capital norteamericano. Por debajo de la descomposición política y social, la China de los años 1919-1928 fue un hervidero de incitaciones intelectuales. A modo de ejemplo, en 1919 la Universidad de Pekín invitó al filósofo norteamericano John Dewey, principal exponente del pragmatismo filosófico y de las ideas liberales y democráticas de su país, a pronunciar algunas lecciones: permaneció dos años en China y dio unas 150 conferencias por todo el país.
El renacimiento cultural chino adquirió dimensión política cuando el 4 de mayo de 1919, como protesta por la adjudicación a Japón en el Tratado de Versalles de las antiguas concesiones alemanas en China, profesores y estudiantes de la Universidad de Pekín organizaron grandes manifestaciones de protesta, prolongadas con huelgas y nuevas manifestaciones en Shanghai, Cantón y otras ciudades importantes. El Movimiento del 4 de mayo reveló la profunda conciencia a la vez nacionalista y reformista de la elite intelectual y universitaria. Un hecho, pues, resultaría evidente desde ese momento, como ya observara Dewey: la China caótica y desvertebrada de los señores de la guerra era incompatible con la China del renacimiento intelectual y nacionalista.
La revolución política nacional tuvo su centro en el Sur, en el régimen que Sun Yat-sen había logrado estabilizar en Cantón. Depuesto en 1922 por uno de sus jefes militares, Ch'en Chiu'ng-ming, Sun Yat-sen reorganizó el Guomindang -unos 150.000 afiliados-, buscó por razones tácticas la cooperación con la Internacional Comunista, que desde el congreso de Bakú del verano de 1920 había incluido a China como uno de los objetivos del movimiento de liberación de los pueblos oprimidos, y tras recuperar el poder en Cantón en 1923, fusionó el Guomindang con el minúsculo Partido Comunista Chino, que se había creado en Shanghai en julio de 1921 por iniciativa de intelectuales y jóvenes vinculados al movimiento del 4 de mayo (Chen Duxin, Li Dazhao, el bibliotecario de la Universidad de Pekín, Mao Zedong, su ayudante, Peng Pai u otros).
El objetivo era lograr la unidad nacional, como quedó explicitado en el acuerdo que en enero de 1923 firmaron Sun Yat-sen y el representante de la Internacional Adolf Joffe. Como aspiraciones ideales, se adoptaron aquellos mismos "tres principios del pueblo" -nacionalismo, democracia, bienestar popular- que Sun Yat-sen había desarrollado mucho antes, a principios de siglo. El programa del nuevo Guomindang, redactado por el agente soviético Mijail Borodin, garantizaba las libertades constitucionales esenciales, planteaba una redistribución igualitaria de la tierra y la nacionalización de empresas privadas nacionales y extranjeras de carácter monopolista (bancos, ferrocarriles, marina mercante); prometía también la anulación de todas las concesiones comerciales y portuarias hechas a los países extranjeros. Los asesores soviéticos hicieron del nuevo Guomindang un partido centralizado y disciplinado al estilo del Partido Comunista de la URSS. En mayo de 1924, fundaron la Academia Militar de Whampoa para reorganizar al ejército chino, bajo la dirección de Chiang Kai-shek (o Jiang Jiehi, 1887-1975), un militar nacionalista, ascético y enérgico, con un joven comunista de origen acomodado, Zhou En-lai (1898-1976) como director político del nuevo centro. La URSS envió instructores militares, agentes políticos, armas en abundancia y fondos cuantiosos. Los comunistas implantaron sus organizaciones políticas y sindicales en las principales ciudades y en algunas zonas rurales.
El Ejército del Guomindang, bajo el mando de Chiang Kai-shek, líder del partido a la muerte de Sun en 1925, inició así, en 1926, la reconquista del país, la "campaña del Norte", precedida en muchos puntos por huelgas y manifestaciones desencadenadas por el Partido Comunista. Las columnas del propio Chiang avanzaron por el interior, tomando la provincia de Hunán, y luego, Hankón y Wuchang (octubre de 1926). Las columnas comunistas, dirigidas por Borodin, penetraron por la costa hasta Shanghai y Nankín, que tomaron en marzo de 1927: el posterior avance sobre Pekín fue detenido por las tropas japonesas estacionadas en puertos cercanos.
Inesperadamente, el 12 de abril de 1927, Chiang dio un golpe de Estado contra la izquierda del Guomindang y contra los comunistas, arrestando y ejecutando a varios miles de ellos (a veces, como en Shanghai, con apoyo del hampa). Los consejeros rusos fueron expulsados. La insurrección que los comunistas intentaron organizar en Cantón y otros puntos fue aplastada. La revolución china, la revolución de Malraux, había fracasado. Sólo algunos dirigentes comunistas (Mao Zedong, Zhu De, Zhou En-lai) lograron sobrevivir; se refugiaron en las montañas del interior de la provincia de Hunán y desde allí, organizaron un llamado "ejército rojo" e iniciaron, sobre la base del apoyo campesino, la resistencia guerrillera contra el régimen de Chiang. Este relanzó su ofensiva sobre el Norte, en colaboración incluso con algunos de los antiguos "señores de la guerra". Tras nuevos choques con tropas japonesas, Pekín fue ocupado el 8 de junio de 1928 (aunque Chiang estableció la capital en Nankín).
Parte de Manchuria continuaba bajo ocupación japonesa. Seguía habiendo fuerzas extranjeras en los puertos y localidades que les habían sido concedidos en el pasado. Ni todos los "señores de la guerra" ni el puro bandidismo habían sido o sometidos o exterminado. Pero en apenas tres años, Chiang Kai-shek había conseguido la reunificación de gran parte de China. Militante del Guomindang desde antiguo, Chiang creyó siempre que sólo la fuerza militar podría garantizar la unidad china y la independencia nacional. Dueño de la situación, estableció un régimen presidencialista y militar, que, a veces, en los años treinta, adquirió connotaciones fascistizantes, como cuando creó la organización de Camisas Azules, al estilo de los partidos fascistas europeos, o luego en 1934, cuando se organizó el Movimiento de Nueva Vida para educar a la sociedad en las viejas virtudes -sentido moral, cortesía, austeridad- de la tradición china. Aunque en 1931 se aprobó una Constitución que establecía la división de poderes -los tres clásicos: ejecutivo, legislativo y judicial, más dos inspirados en ideas de Sun Yat-sen: el de control y el de exámenes- fue de hecho Chiang quien, con el apoyo del Ejército, ejerció realmente el poder, asumiendo la jefatura del gobierno y la del Guomindang, único partido autorizado.
Chiang Kai-shek modernizó el aparato administrativo del Estado: los ministerios, los presupuestos, las academias militares, los códigos civiles y comerciales, etcétera. Se introdujo un moderno sistema bancario y financiero: se creó un tipo de papel moneda uniforme para todo el país. Se iniciaron grandes obras públicas: obras hidráulicas, construcción de miles de kilómetros de ferrocarriles y carreteras, teléfonos, telégrafos, líneas aéreas, repoblación forestal. La reforma agraria del programa del Guomindang no fue, por el contrario, ni siquiera abordada. Pero la producción industrial y minera (carbón, hierro, estaño), buena parte de ella de capital extranjero, creció notablemente: el índice de la producción pasó de 100 en 1933 a 110,4 en 1937.
El gobierno, no obstante el control que ejerció sobre la vida intelectual en grave detrimento de la cultura, hizo también un ingente esfuerzo educativo lo mismo en enseñanza primaria y secundaria que en el ámbito universitario. China tenía en 1933 cuarenta universidades y veintinueve escuelas técnicas; la biblioteca nacional de Pekín, construida merced a donaciones norteamericanas, era una de las mejores de Asia.
El régimen de Chiang fue obsesivamente anticomunista, reprimió con dureza extrema a las células clandestinas del Partido y a sus hipotéticos colaboradores y simpatizantes, y lanzó varias ofensivas militares para acabar con la guerrilla comunista. Era dudoso, sin embargo, que los comunistas constituyeran una verdadera amenaza. La represión de 1927 había reducido sus efectivos de unos 60.000 a unos 30.000. En diciembre de 1931, Mao Zedong había fundado una república soviética en la provincia de Jiangxi, en el sur, pero cercados por las tropas gubernamentales, los comunistas debieron emprender (octubre de 1934 a octubre de 1935) una "larga marcha" de unos 10.000 kilómetros, primero hacia el oeste y luego hacia el norte, en la que perdieron unos 100.000 hombres (aunque con lo que restó del "ejército rojo", Mao pudo estabilizarse y reorganizar la resistencia en la provincia de Shaanxi).
Menos aún eran un problema para la nueva China las potencias occidentales. Ya en la Conferencia de Washington de 1922, se había firmado a iniciativa de Estados Unidos -país que de antiguo venía manteniendo una especial actitud hacia China para contener el expansionismo japonés y europeo- un tratado (suscrito por Gran Bretaña, Francia, Italia, Bélgica, Holanda, Portugal, China, Japón y Estados Unidos) por el que se garantizaba la soberanía e integridad territorial de China. En 1924, la Unión Soviética renunció a sus derechos de extraterritorialidad y a las concesiones portuarias que la Rusia zarista había arrancado a China. Estados Unidos entregó ese mismo año al gobierno chino 6 millones de dólares como indemnización por la guerra de los boxers. Inglaterra entregó en 1927 las concesiones en Hanken y Kinkiang (después de que el año anterior hubiera huelgas y manifestaciones de inspiración comunista contra la presencia de barcos ingleses en Shanghai y Cantón); en 1930, devolvió Weihaiwai. Entre 1928 y 1930, China pudo renegociar todos los tratados comerciales y recobrar su plena autonomía aduanera.
El gran problema para China seguía siendo Japón. Chiang, convencido de la superioridad militar japonesa y de que la prioridad militar de su régimen era acabar con la guerrilla comunista, quiso eludir tensiones y prefirió ignorar las presiones irredentistas del nacionalismo chino sobre Manchuria y sobre los restantes enclaves ocupados por los japoneses, si bien en 1928 se decretó un boicot a los productos japoneses para protestar por las intrusiones de Japón durante el avance hacia el Norte de los años 1926-27 (que ya quedaron mencionados). La realidad de la amenaza japonesa se precisó en 1931. Tres años antes, oficiales del Ejército japonés estacionado en Kuantung (sur de Manchuria) habían ya provocado un gravísimo incidente al asesinar el 4 de junio de 1928 al gobernador de la Manchuria china, Chang Tsolin. Ahora, el 18 de septiembre de 1931, con el pretexto de la explosión que se había producido en una línea de ferrocarril en Mukden al paso de tropas japonesas que realizaban ejercicios de maniobras, el mismo Ejército de Kuantung atacó y ocupó varias localidades chinas y poco después, febrero de 1932, completó la ocupación de toda Manchuria. Además, Japón desembarcó en Shanghai un cuerpo expedicionario de 70.000 hombres (28 de enero-4 de marzo de 1932) y obligó a China a establecer un área desmilitarizada en torno a la zona internacional del puerto y a poner fin al boicot iniciado en 1928.
Pese a las condenas internacionales -primero de Estados Unidos, luego de la Sociedad de Naciones-, Japón creó en Manchuria el Estado títere de Manchukuo y colocó a su frente al ex-Emperador chino Pu -Yi, con consejeros y ministros japoneses. Lejos de oír las recomendaciones de la asamblea general de la Sociedad de Naciones (24 de febrero de 1933), que negó el reconocimiento al nuevo Estado y exigió el cese de las acciones militares, Japón ocupó otra provincia, la de Rehe, amenazando Pekín, y trató de forzar a China, tras firmarse un armisticio en mayo de 1933, a transformar las provincias del norte en regiones autónomas desmilitarizadas, o sea, en una suerte de protectorado japonés.
La agresión japonesa provocó una fuerte reacción nacionalista en toda China, que iba a condicionar el futuro del régimen de Chiang y, lo que sería más importante, toda la historia posterior del país y aun de Asia. Los comunistas ofrecieron en agosto de 1935 el cese de la acción guerrillera y la formación de un frente nacional antijaponés, propuesta que por su sentido nacional, encontró favorable acogida en sectores del Ejército, aunque no en Chiang. La presión de la opinión a favor de una nueva guerra contra Japón, expresada a veces ruidosamente, fue haciéndose cada vez mayor. En octubre de 1936, Japón presentó nuevas demandas: incorporación de asesores japoneses al gobierno chino, formación de brigadas militares mixtas, reducción de aranceles, autonomía para cinco provincias del norte y otras. El 12 de diciembre, durante una visita a Xian, Chiang fue secuestrado durante unos días por el general que mandaba la guarnición, el general Chang Siue-Liang, para forzarle a declarar la guerra a Japón, pero fue liberado tras las manifestaciones de lealtad a su persona que se produjeron en toda China, en parte alentadas por los comunistas decididamente volcados a la tesis del Frente Unido nacional. Y en efecto, como consecuencia, Chiang detuvo la acción anticomunista y comenzaron las negociaciones que, poco después, restablecieron el pacto Goumindang-Partido Comunista de los años 1923-24.
En julio de 1937, tras producirse un choque entre tropas japonesas y chinas en los alrededores de Pekín, Japón invadió China, sus tropas ocuparon rápidamente Pekín y Tientsin y, tras operaciones a gran escala, una gran parte de China septentrional. En agosto, nuevos contingentes de tropas japonesas desembarcaron en Shanghai, que tomaron tras dos meses de violentísimos combates: la aviación japonesa bombardeó implacablemente numerosas ciudades chinas. En noviembre, Chiang tuvo que trasladar la capital al interior del país, a Chungkin. Nankín cayó el 13 de diciembre y los japoneses, tras masacrar a unas 200.000 personas, establecieron allí un "Gobierno Reformado de la República China", otro gobierno títere, presidido por Wang Jingwei.
Pese a que las tropas chinas que desde 1940 recibirían ayuda británica y norteamericana desde Birmania obtuvieron algunos éxitos parciales; pese a que la guerrilla comunista al mando de Zhu De mantuvo una acción constante contra los ejércitos japoneses en las zonas ocupadas, Japón acabó por conquistar para 1942 una parte considerable del territorio chino incluido el valioso enclave cantonés, en total, un área de casi 2 millones de kilómetros cuadrados con una población de 170 millones de habitantes. No pudo, en cambio, lograr una decisión militar final y definitiva y la guerra terminó por absorberse en la II Guerra Mundial.