Comentario
Los estudios arqueológicos correspondientes muestran que la crisis de 1200 a.C. no significó la destrucción de los palacios, sino el inicio convulsivo de un proceso de cambio que, inicialmente, puede considerarse de decadencia, dentro de la pervivencia de los rasgos característicos de la civilización micénica, el Micénico Tardío III C. Los rasgos principales permiten una interpretación compleja del problema. Por una parte, se detecta la presencia de grupos extraños, posiblemente pastores, de asentamientos poco estables, que a veces parecen aprovechar y, posteriormente, remodelar las zonas marginales de los antiguos asentamientos, en proceso de crisis. No parecen estas poblaciones las responsables de ningún tipo de destrucción. En efecto, por otra parte, la crisis interna se manifiesta en una reducción cuantitativa de la población y en una reducción cualitativa correspondiente a las tumbas de las clases dominantes. La decadencia se prolonga durante todo el siglo XII y hasta el siglo XI, en el período conocido como submicénico en la terminología cerámica. La población continúa disminuyendo y algunos lugares resultan ya abandonados.
Los síntomas de recuperación sólo empezarán a notarse a partir del siglo X. De todos modos, el proceso se revela extremadamente variable, con épocas vacías alternativamente en regiones diferentes, síntoma de que durante todo el período aquí tratado continuaron las convulsiones, con movimientos de pueblos y conflictos sociales indicativos de la configuración de una nueva sociedad.
Las nuevas formas de asentamiento son, sin embargo, demasiado inestables para dejar huellas arqueológicas, pues las nuevas implantaciones territoriales se van haciendo de acuerdo con formas de organización tribal que no se sirven de lugares fijos desde los que controlar centralizadamente la producción, como ocurría en el mundo micénico de los palacios. Con todo, del uso de determinadas armas de bronce puede deducirse que los pueblos asentados en la Grecia del noroeste mantenían previamente contactos con los micénicos y que, en la época de transición, habían llevado a cabo determinadas modificaciones propias para adaptarlas a formas de guerra más móviles que estarían presentes en el Peloponeso de la época oscura para extenderse luego a las islas del Egeo meridional. Hiller encuentra en estos datos, junto con los lingüísticos, los fundamentos reales que pueden apoyar la creencia en las narraciones tradicionales acerca de las invasiones, explicables por movimientos tribales propios de una época de crisis.
En lo que a la cerámica se refiere, el período se caracteriza por la pervivencia de los aspectos más vulgares de los estilos micénicos dispersos en las cerámicas regionales. La recuperación viene representada por el estilo protogeométrico, cuyos orígenes se sitúan en el Ática. A partir de aquí se difunde por todos los centros de la nueva cultura, empezando por la Argólide, que se convierte a su vez en centro de difusión de formas originales. El estilo geométrico es el síntoma más claro del desarrollo cultural de la época, tanto en los aspectos técnicos, reveladores del dominio de la rueda y del compás, como en el temático, indicativo de nuevas formas de control del mundo imaginario, con la representación de hombres y animales sometidos a la rígida lógica de la razón geométrica. Las nuevas agrupaciones tienden a crear estilos propios, sobre todo en las zonas de mayor vitalidad, Creta y Corinto, donde muy pronto se inclina hacia formas orientalizantes. Hay zonas que permanecen, sin embargo, al margen de las innovaciones o bien para seguir ancladas a estilos antiguos o porque han sufrido una larga despoblación, como Laconia, Acaya y Mesenia. Nada indica que el carácter dorio de las comunidades signifique la adopción de determinados comportamientos, ni en la difusión de formas cerámicas, ni en las nuevas formas de enterramiento con incineración en cista de piedra, ni en la extensión del uso del hierro, fenómenos culturales ajenos a cualquier consideración de tipo étnico.