Comentario
Entre el verano de 1943 y el de 1944, muchas cosas cambiaron en el hasta ese momento problemático resultado de la guerra: los que habían sido tan sólo indicios de que su final podía ser favorable a los aliados comenzaron a reafirmarse. Bien entrado el verano de 1944, podía existir la esperanza de que la guerra no tardara en concluir con la derrota del Eje.
En el frente soviético, a partir de la batalla de Kursk, con titubeos iniciales, los rusos acabaron rompiendo con el ritmo estacional de sus ofensivas, comenzándolas ellos mismos en agosto y prosiguiéndolas luego en invierno, la época del año que hasta el momento había presenciado, en exclusividad, sus ofensivas. Como ya habían hecho en la segunda mitad de 1943, los rusos realizaron ataques en grandes frentes con lo que hacían difícil la reacción contraria. El primero de ellos se llevó a cabo en el Sur y consiguió una penetración más profunda, mientras que el sector central fue posterior y supuso un avance menor. El resultado final fue que, a la altura del verano de 1944, la línea de separación de los dos beligerantes coincidía de forma aproximada -a excepción de los Países Bálticos- con la frontera común en el momento de iniciarse la ofensiva alemana en junio de 1941.
El resultado de esta doble ofensiva fue que toda Ucrania quedó en manos soviéticas y que también Crimea fue reconquistada, a pesar de su aparente inexpugnabilidad. Además, la llegada a los Cárpatos del Ejército Rojo tuvo una influencia directa sobre la política balcánica y centroeuropea. Hungría fue ocupada por los alemanes, mientras que Rumania, en angustiosa situación, pensaba en desengancharse de sus aliados del Eje. En el Norte, la línea de combate se alejó de Leningrado. Hacia allí, en dirección al centro mismo de Alemania, se lanzaría la siguiente ofensiva soviética, aprovechando las mejores comunicaciones y la mayor estabilidad anterior del frente.
A lo largo de estos meses, el Ejército alemán volvió a demostrar limitaciones que, sobre todo, fueron visibles en lo que respecta a la forma de dirección impuesta por Hitler. En marzo de 1944, relevó al general Manstein, quizá su alto mando más prestigioso, y la insistencia a ultranza en que se resistiera al adversario tuvo como consecuencia que parte de sus tropas fueran cercadas. El Führer partía de considerar que todavía estaba en condiciones de tomar la iniciativa en la ofensiva, como se prueba por el hecho de que denominara sus agrupaciones de ejércitos con referencia geográfica a una Ucrania que ya había perdido.
Si la confianza en sí mismo del dictador alemán estaba injustificada, en cambio tenía fundamento la que podía sentir Stalin. En el verano de 1944, no sólo disponía de siete millones de soldados frente a los cuatro del Ejército alemán, sino que era ya netamente superior en aviación y algo menos en carros. Confiado en la victoria, Stalin, que fue quien decidió que su ofensiva se llevara a cabo en el sector central del frente, sólo temía la posibilidad de que sus aliados hicieran aquello que él había realizado con asiduidad y carencia de escrúpulos, es decir, cambiar de bando. En contraste con lo sucedido el verano anterior, la prensa soviética denunció supuestas entrevistas de dirigentes alemanes con los aliados, lo que carecía por completo de veracidad e incluso de verosimilitud.
Mientras tanto, en el Extremo Oriente, la situación empeoraba para el Japón, a pesar de que tomó la iniciativa en campos en los que hasta el momento había permanecido un tanto pasivo. En teoría, el Ejército chino tenía más efectivos que cualquier otro del mundo, pero su calidad era baja y su aprovisionamiento dependía de forma exclusiva de la ayuda norteamericana. La ofensiva japonesa a partir de abril de 1944 dio uso por vez primera a tan fuerte acumulación de divisiones como los japoneses tenían en este país y tuvo como consecuencia que Chiang Kai Shek, derrotado, en contra de los deseos norteamericanos no jugara un papel de importancia en la fase final de la guerra. En este sentido, resultó inútil la ofensiva británica en el Norte de Birmania, un poco antes, que había conseguido abrir el paso para la ayuda norteamericana. Japón llevó a cabo en la zona central de esta misma región una ofensiva que, aunque supuso un avance importante de sus líneas, fue demasiado costosa y testimonió que ya era imposible pensar en la posibilidad de que tuviera lugar una sublevación independentista en India. Otro aspecto en que los japoneses pudieron hacer un balance relativamente positivo fue el convenio con la URSS (marzo de 1944) que ratificó la neutralidad de ésta.
Pero la situación que resultó fue mucho menos positiva en lo que respecta al Pacífico. Allí prosiguió el avance norteamericano en la zona central, con la conquista de las Marianas en el mes de junio. La importancia de esta ocupación reside en que desde estas pequeñas islas -Saipán, Guam...- sin mayor relevancia desde el punto de vista económico, era posible alcanzar Japón con el vuelo de los bombarderos propios. Además, la posición alcanzada por los norteamericanos en el Pacífico central dejaba ya en difícil situación, partiéndolo por la mitad, el dominio de este mar. Por si fuera poco, en las operaciones navales y aéreas que acompañaron a esta conquista los norteamericanos ratificaron su neta superioridad sobre el adversario japonés. La batalla del Mar de Filipinas supuso una pérdida de unos 500 aviones japoneses, mientras que los norteamericanos apenas perdieron una décima parte, y, por si fuera poco, también fueron hundidos muchos portaaviones japoneses. En el mes de julio abandonaba el poder político el almirante Tojo, que había sido principal exponente del imperialismo belicista japonés, y con ello se abría el paso a una posible aceptación de la derrota por las armas.
Faltaba aún más de un año en el Pacífico para que esto sucediera, pero lo ocurrido en el frente occidental pudo dar la sensación de que permitiría un desenlace mucho más rápido. La "Operación Overlord" -denominación del desembarco en Normandía- fue extremadamente difícil y pasó por un período en que pudo tener un resultado pésimo para los aliados pero, al mismo tiempo, estuvo a punto de hacer posible una victoria rápida. En efecto, la creación de este segundo frente no resultaba nada fácil. Gran parte de la resistencia británica al desembarco nacía del temor de verse arrojados al mar de nuevo, pues las modestas operaciones intentadas hasta el momento habían concluido de una forma desastrosa, como en el caso de Dieppe. No es para menos: el Ejército alemán seguía siendo el de más calidad en Europa a pesar de sus recientes derrotas y llevaba cuatro años preparándose para un posible desembarco enemigo. Por si fuera poco, en los últimos meses, Hitler había decidido dar prioridad a la derrota del desembarco anglosajón y mantenerse a la defensiva en el Este. Su directiva de guerra número 51 afirmaba, con razón, que una victoria de los aliados una vez realizado el desembarco tendría un resultado irremediable, lo que no sucedería con una victoria enemiga en el frente ruso. De esta manera, Alemania acumuló hasta 58 divisiones, de las que una decena eran blindadas, a la espera del intento aliado. Además, si en otros tiempos la ocupación alemana en Francia había sido grata y poco exigente en la preparación para el combate, con la llegada de Rommel la situación cambió, ante la inminencia de un ataque. Aunque la llamada "Muralla del Atlántico" tenía obvias insuficiencias, en los últimos tiempos el ritmo de la fortificación y el minado se habían perfeccionado mucho. Hitler y el mando alemán estaban convencidos de que el adversario sería derrotado.
Pero no fue así. La causa residió en una combinación de factores, algunos de ellos casuales pero la mayor parte producto de la preparación aliada. En primer lugar, los anglosajones acumularon un impresionante potencial bélico que fue trasladado por 6.500 embarcaciones con el apoyo artillero de 23 cruceros y más de un centenar de destructores. En un plazo corto de tiempo se debía hacer cruzar el Canal a tres millones de combatientes, dotados de medios en ocasiones muy novedosos, como los carros anfibios. El terreno en que resultó más manifiesta la superioridad de los aliados fue en aviación, hasta el punto de que disponían de 12.000 aparatos frente a apenas 300 enemigos.
El intento de reanudar las campañas alemanas de bombardeo sobre Gran Bretaña, a comienzos de 1944, se había saldado con pérdidas muy cuantiosas que habían desequilibrado la balanza en contra de Alemania. El bombardeo táctico, que siempre jugó un papel decisivo en la superioridad aliada, contribuyó a destruir las comunicaciones adversarias y facilitó la información de los atacantes, sin tampoco afectar a la población civil de una manera tal que pusiera en peligro su adhesión a los aliados. Además, los anglosajones habían aprendido de malas experiencias anteriores, como, por ejemplo, el desembarco de Anzio, donde el exceso de impedimenta y de medios de transporte había sido un engorro más que una ayuda. También supieron superar, con imaginación, las dificultades más graves en el momento inmediatamente posterior al desembarco. Siempre se había pensado que para reforzar a los desembarcados sería imprescindible conquistar pronto un puerto pero ahora lo que los anglosajones idearon es traer desde Gran Bretaña puertos artificiales -"mulberries"- destinados a suplir a los que por el momento no podían tener.
Pero la razón del triunfo aliado ha de atribuirse también en los errores del adversario. A este respecto hay que advertir que allí donde no podía existir la sorpresa -porque los alemanes esperaban, como sabemos, el desembarco- los aliados acabaron por crearla. El desembarco hubiera podido ser en Calais, donde la distancia era más corta, pero, como estaba más protegido, los aliados aparentaron la existencia de un ataque de distracción sobre Normandía al que seguiría el desembarco decisivo allí, cuando iba a suceder lo contrario. Lo consiguieron a base de simular comunicaciones entre unidades en realidad inexistentes. Incluso aparentaron intentar otro desembarco en Noruega. En este aspecto concreto hubo siempre una superioridad constante de los aliados: la información, que abarcó la capacidad de descifrar todas las comunicaciones adversarias y un mejor conocimiento de la meteorología, fue siempre mucho mejor. El desembarco se produjo en un paréntesis entre el paso de dos frentes de borrascas, lo que despistó a los alemanes hasta el punto de que muchos de sus mandos -por ejemplo, el propio Rommel- estaban de permiso en la seguridad de que el enemigo no podía desembarcar.
Por si fuera poco, el propio mando alemán causó buena parte de los problemas a su propio Ejército. Existían diferencias tácticas, no sólo sobre el lugar donde se produciría el desembarco sino también acerca de la forma de actuar cuando aconteciera. Rommel hubiera querido atacar inmediatamente cuando el adversario estuviera en las playas, pero el temor a que se tratara de un ataque destinado a engañar al enemigo convirtió la reacción en titubeante y dubitativa. Hitler, que el día del desembarco tardó en ser despertado, actuó a distancia pero dando órdenes perentorias de imposible cumplimiento. Kluge, la máxima autoridad militar alemana en el frente, se convirtió en sospechoso de deslealtad y acabó suicidándose.
El desembarco tuvo lugar en la noche del 5 al 6 de junio de 1944. Seis divisiones ocuparon las playas teniendo dificultades graves en una de ellas -"Omaha"- mientras que otras tres aerotransportadas colaboraban en retaguardia. El éxito inicial encontró, sin embargo, dificultades al poco. La ciudad más cercana al desembarco era Caen y estaba previsto tomarla el mismo día de la operación, pero sólo se consiguió un mes después. Fueron los británicos, en efecto, los que tuvieron que aguantar el peso esencial de la reacción adversaria, incluso con blindados, en el Este, mientras los norteamericanos debían provocar la ruptura del frente hacia el Oeste y el Sur. Lo hicieron, en principio, con más lentitud de la esperada, en gran parte por la dificultad de un terreno muy compartimentado. Cherburgo tardó un mes en ser ocupada. A fines de julio, tuvo lugar la contraofensiva alemana con el grueso de sus fuerzas blindadas en dirección a Falaise. Se produjo en circunstancias políticas pésimas cuando, el 20 de julio, acababa de tener lugar un atentado contra Hitler del que este sobrevivió, pero que descubrió la amplitud del descontento entre el alto mando alemán. Algunos de los conspiradores fueron ejecutados esa misma tarde, pero las sospechas sobre muchos generales, incluido Rommel, nunca llegaron a disiparse.
Aparte de este primer resquebrajamiento de la moral de combate alemana, el propio Hitler puso en peligro la dirección coherente de la batalla al insistir en una ofensiva que corría el peligro de hundirse en el desastre como consecuencia de la propia insistencia. La batalla de Falaise resultó un enfrentamiento entre dos masas blindadas con la peculiaridad de que en este caso, a diferencia del episodio de Kursk, ninguna de las dos estaba a la defensiva. La victoria aliada se logró por un desbordamiento del frente en Avranches debido a la audacia y el ímpetu de Patton, mientras que los carros alemanes eran fijados en una tenaza en torno a esta ciudad. Fue éste un caso muy espectacular de "Guerra relámpago", ahora en contra de quien la había inventado. Las pérdidas alemanas resultaron gravísimas y supusieron una amplia apertura del frente. El 15 de agosto desembarcaron los aliados en el Sur de Francia, operación a la que en vano se había opuesto Churchill. Esto acabó de dislocar el frente alemán y el 24 entraban en París las fuerzas de liberación francesas, con el apoyo de los norteamericanos.