Comentario
El final del siglo XX ha tenido como protagonista fundamental un fenómeno casi por completo inesperado. De toda la historia del comunismo, lo más sorprendente es cómo abandonó el escenario histórico, de un modo prácticamente irreversible y en medio de una auténtica estupefacción entre los observadores del momento. En 1985, no parecía posible una Unión Soviética fragmentada ni con una industria o una agricultura que no estuvieran colectivizadas; en 1991 lo primero era una evidencia ya consolidada y a lo segundo parecía conducir un proceso ya incontenible. Resulta, por tanto, correcto, describir lo sucedido allí como una segunda revolución rusa, de importancia semejante a la primera.
Quien la protagonizó fue una sociedad que se había beneficiado de un cierto cambio en lo que respecta a los niveles de consumo desde la época de Kruschev y también en lo relativo a una evidente difusión de la educación. Sin estas dos realidades, simplemente no puede ser entendida la transformación política de la antigua URSS. Pero, en esta ocasión en la Historia humana, como también en muchas otras, lo sucedido no puede entenderse sin una iniciativa política en la que el factor individual jugó un papel decisivo. Tampoco sin tener en cuenta lo sucedido en la clase dirigente soviética puede llegar a comprenderse la Perestroika y la posterior democratización de la antigua URSS.
Mijail Gorbachov, llegado a la Secretaría general de un PCUS, que había consumido tres personas en ese cargo en el plazo de otros tantos años, pareció desde el primer momento, por edad y por características personales, muy distinto de sus antecesores. Nacido en 1931 en Stavropol, a los diecinueve años ingresó en el Partido. Pertenecía a una generación que no hizo ya la Guerra Mundial y que recibió una educación relativamente elevada. De todos modos, la lectura de sus memorias constituye un buen ejemplo de los sufrimientos del pueblo ruso desde los años treinta a los ochenta.
Su hogar consistía en una sola habitación común, de modo que su padre le hizo abandonarla cuando llegó la hora de tener un nuevo hermano, para que su madre pudiera parir; en ella, había iconos junto a los retratos de Lenin y de Stalin. Uno de sus abuelos fue enviado a Siberia por oponerse a la colectivización y otro, durante la gran purga de los años treinta. El abuelo de su futura mujer fue ejecutado y su familia no recibió el certificado que servía de testimonio de su rehabilitación hasta 1988, es decir en plena Perestroika. Durante la hambruna de los años treinta, varios de sus parientes murieron; en la escuela donde inició sus estudios no había libros impresos y los alumnos tenían que fabricarse la tinta para escribir.
Estudiante en la Universidad de Moscú, vivió con otras veintiuna personas en una única habitación. Allí tuvo como compañero a un futuro disidente checo, Mlynar, indicio de que un mínimo de tolerancia ideológica era ya posible en aquellos medios. Gorbachov ascendió en la carrera política de forma muy rápida: con treinta y cinco, años era el equivalente a alcalde de una gran población. Esto, además, le permitió establecer contactos con la clase dirigente del régimen.
Su región natal, en la que ejerció el poder político, era conocida por sus instalaciones termales y turísticas, lo que contribuye a explicar que conociera a mucha gente importante en un plazo corto de tiempo. Aunque su carrera política no pasó de discreta en cuanto a los resultados efectivos conseguidos, había obtenido ciertos éxitos en la dirección de la política agrícola. En 1980, antes de alcanzar la cincuentena, formaba ya parte de una dirección política del PCUS que tenía, como media, setenta años. Da la sensación de que Andropov preparó su propia sucesión en beneficio de él. En sus memorias, recuerda Gorbachov haber asistido al funeral de Berlinguer, ocasión en la que descubrió una nueva cultura política, incluso entre sus correligionarios italianos; tanto esta ocasión como el anterior momento de estudios universitarios constituyen otros tantos indicios de una apertura hacia otros mundos, que luego su contacto con los líderes mundiales confirmó y aceleró.
Los occidentales que le conocieron en la etapa inicial de su carrera apreciaron en él un estilo por completo distinto del habitual en la dirección de su partido. Aunque inequívocamente ortodoxo, carecía de la dureza y la inaccesibilidad de la generación dirigente anterior. Pero, sin duda, estaba, además, muy bien entrenado para ejercer el mando con toda decisión en el seno de la política de la URSS. Actuó con firmeza y rapidez a la hora de hacerse con el poder tras la muerte de Chernienko y, en tan sólo unos meses, concentró en sus manos todo el poder, desplazando no sólo a posibles rivales de la vieja generación sino también de la propia. Verdad es que todas las circunstancias favorecían un relevo generacional al frente de la URSS.
Con Gorbachov llegó al poder un equipo político nuevo que le ayudó a la conquista del poder aunque luego, con el transcurso del tiempo, se enfrentara con él. Le ayudó especialmente a consolidarlo Ligachov, a quien consideró en un principio como número dos de su equipo. Aunque luego personificaría el sector más conservador, no era en absoluto un estalinista (su suegro había sido ejecutado sumariamente en 1937). Diez años mayor que el secretario general, Ligachov fue en los momentos iniciales quien reclutó los nuevos cuadros directivos al servicio del nuevo dirigente (incluido su posterior adversario, Yeltsin). Shevardnadze, a quien Gorbachov nombró ministro de Asuntos Exteriores, había sido un amigo de épocas anteriores, alto cargo del partido en Georgia como él mismo en Stravropol.
El hecho de que no tuviera experiencia diplomática no fue un obstáculo para su nombramiento sino que primó la relación personal. Además, Gorbachov desde un principio hizo percibir a Gromyko su voluntad de ocuparse personalmente de la política exterior, lo que supuso la jubilación del veterano ministro. Shevardnadze hasta los años cincuenta ni siquiera hablaba bien el ruso; el secretario de Estado Baker descubrió con sorpresa que su mujer, también georgiana, era partidaria de la independencia de su país natal. También su padre había sido purgado en la época estalinista: en su patria natal, una décima parte de la población desapareció como consecuencia de la emigración compulsiva ordenada por Stalin cuando se produjo la invasión alemana. Como se ve, cualquiera de las biografías de los dirigentes sirve para percibir la magnitud de la tragedia vivida por la URSS a lo largo de los años.
Para comprender la figura y la obra de Gorbachov, es esencial considerarle como un reformador decidido, pero un tanto perplejo e incluso confuso en cuanto a los objetivos. Tuvo muy clara la idea de sustitución de lo existente pero nunca llegó a saber bien qué remedios emplear para producir cualquier reforma ni, menos todavía, con qué iba a sustituir definitivamente aquello de lo que tenía conciencia que necesitaba cambiar. "No podemos seguir viviendo de esta manera", aseguró desde un principio, y en sus memorias revela cómo descubrió que un país como la URSS, el primer productor mundial de energía, podía tener problemas de abastecimiento en poco tiempo, debido a la mala organización de la explotación y la distribución.
Pero la impaciencia reformadora no le proporcionó en absoluto claridad respecto al futuro. Como tantos otros dirigentes soviéticos -Kruschev, por ejemplo- descubrió que el mundo occidental no era lo que la propaganda soviética describía. Gorbachov, además, rompió de forma más decidida con el modelo de comportamiento del dirigente soviético, incluso por el mismo protagonismo que a su lado tuvo su esposa. Eso explica sus fulgurantes éxitos de popularidad en este aspecto de su gestión, que generaron en él una manifiesta vanidad y un autoconvencimiento de su capacidad de seducción, tanto en política exterior como en la interior.
Uno de sus colaboradores, Gratchov, ha llegado a escribir que, al final de su etapa de gobierno "había convencido tan bien al mundo de su capacidad para hacer milagros políticos que empezó a creérselo él mismo", de modo que, a base de escucharse a sí mismo, se tomaba por su propio interlocutor y se persuadía a sí mismo sin llegar convencer a los demás. Pero el vértigo de los acontecimientos y la ausencia de un meditado y claro programa de reformas le hizo estar dominado por los acontecimientos en vez de dirigirlos. Otro de sus colaboradores, Guerasimov, asegura que los dirigentes del PCUS estaban, en la época de la Perestroika, tan ocupados por los acontecimientos cotidianos que apenas tenían tiempo de pensar. Eso explica los sucesivos deslizamientos desde la ortodoxia más estricta hacia actitudes que denotaban un progresivo y cada vez más rotundo alejamiento de ella.
El propio Yakovlev, principal colaborador de Gorbachov en materias ideológicas en el período decisivo, había sido un ortodoxo del leninismo, cuyos principios sustituyó por un ideario que no superó un nivel superficial y periodístico. Las críticas de Ligachov a Gorbachov tampoco deben ser desdeñadas, a pesar de la posición ideológica del primero. Impresionable, incapaz de tomar medidas impopulares, atenazado por el temor de ser destituido de forma súbita como Kruschev, reaccionó siempre con lentitud ante los acontecimientos y al final acabó dominado por los mismos.
En definitiva, Gorbachov nunca decidió claramente si quería ser Lutero o el papa del sistema en el que ejerció su responsabilidad política. Probablemente, quiso ser lo segundo, pero a muchos les pareció lo primero y finalmente presidió, hasta la misma recta final, el derrumbamiento del sistema que presidía. El caso de China demuestra de forma clara que era posible realizar una transformación gradual pero efectiva, aunque en última instancia se plantearan también en este país idénticos problemas de perdurabilidad del comunismo que en la URSS.
De cuanto hasta el momento se ha apuntado, se deduce que para entender lo sucedido en la Rusia de Gorbachov resulta imprescindible partir de la comprensión del ritmo de los acontecimientos, porque éstos tuvieron como consecuencia la radical modificación de los programas de reforma. En 1985, el propósito del nuevo dirigente soviético se inscribió en una línea que, en definitiva, resultaba muy tradicional en el sistema soviético. No se trataba de cambiar el sistema político sino de multiplicar su eficacia económica a partir de la constatación de que estaba acosado por los graves problemas que hemos podido apreciar anteriormente. Luego, a partir de 1988, se produjo un deslizamiento hacia el predominio de lo político, planteado como una exigencia previa y fundamental. La reforma económica se esfumó del horizonte ante esta urgencia y ello agravó una situación ya de por sí complicada. Cualquiera de los observadores de la URSS en proceso de cambio -soviéticos o extranjeros- pudo constatar que en un primer momento no había ningún programa económico; cuando los hubo resultaron demasiado divergentes y sólo engendraron polémica política interna. Pero casi nada se llevó a la práctica, con el resultado de que, a comienzos de la década de los noventa, la antigua URSS se despeñaba en el abismo de la catástrofe económica.