Época: Postmodernidad
Inicio: Año 1973
Fin: Año 2000

Antecedente:
El mundo de la posguerra fría



Comentario

En realidad, no es tan diferente lo sucedido en el terreno de la cultura y de las mentalidades al final de este siglo, pues también en este caso se nos aparece como un tiempo de crisis, evanescente o inaprensible y susceptible, como tal, de interpretaciones contradictorias. La desaparición de las reglas corrientemente admitidas hasta tiempos recientes ha generado un tiempo de inseguridades y peligros que el ensayista francés Alain Minc ha descrito como "una nueva Edad Media". Esta sensación de crisis deriva con frecuencia de los resultados inesperados de acontecimientos cuyo origen conocemos y cuya significación nos parecía clara, pero que al final han experimentado una profunda metamorfosis. Éste es el caso de la revolución de 1968 que, nacida con propósitos libertarios, tuvo el inesperado resultado de promover el individualismo y el liberalismo.
Lo primero que resulta característico del fin de siglo es la desaparición de las interpretaciones omnicomprensivas de la vida humana, los "metarrelatos" o los paradigmas interpretativos de carácter global. Todas ellas tenían en realidad una vocación a la vez salvadora de los seres humanos y totalitaria en su traducción política. El que de forma más evidente ha experimentado este resultado final ha sido el marxismo, pero de un modo más general se puede decir que algo parecido ha sucedido con todo ese género de concepciones del mundo. Pero en definitiva, puesto que el principal de los difuntos ha sido ése, resulta correcto decir que el fin de siglo ha sido también el de la "cultura de la revolución", entendiendo por tal un acto por el que se produce un cambio radical y milagroso que transforma el conjunto de la existencia de quienes lo experimentan.

Esta realidad ha tenido también como consecuencia la desaparición del intelectual como sacerdote e intérprete de esta religión revolucionaria, impelido por el compromiso, y su sustitución por el intelectual como resistente frente al poder político. En definitiva, se trata de la victoria de Camus sobre Sartre. Cuando en 1983 murió el filósofo francés Raymond Aron, tras haber conocido el éxito de sus Memorias, ya era patente el triunfo del liberalismo democrático sobre el marxismo. Desde fines de los años setenta, después de la aparición de Archipiélago Gulag, de Solzhenitsin, habían surgido en el panorama literario francés jóvenes escritores como Glucksmann y Lévy, que condenaron el totalitarismo comunista. Así, si la vuelta a él desde el punto de vista político resulta impensable, más aún lo es en el terreno de las ideas.

Eso ha producido una cierta "nostalgia del sentido" o melancolía por el tiempo en que existía este género de seguridades, pero también un sentimiento de limitación del ser humano o, lo que es lo mismo, de su capacidad de entender y de hacer. En el terreno de la política, esta afirmación tiene mucho que ver con la interpretación de Popper, de acuerdo con la cual, lejos de los grandes principios, la democracia es tan sólo un régimen en el que periódicamente pueden ser sustituidos quienes gobiernan. En el terreno de la cultura, el sentido de la limitación tiene que ver con el llamado "pensamiento débil", concepto que fue lanzado por el filósofo italiano Gianni Vattimo, en 1983.

Se dijo de él que se trataba de una mera operación editorial, pero lo esencial en esta interpretación consistió en que supieron deshacer la mitología de lo fuerte. Vattimo resumió su propuesta con estas palabras: "Frente a una lógica férrea y unívoca, necesidad de dar libre curso a la interpretación; frente a una política monolítica y vertical del partido, necesidad de apoyar a los movimientos sociales trasversales; frente a la soberbia de la vanguardia artística, recuperación de un arte popular y plural; frente a una Europa etnocéntrica, una visión mundial de las culturas". Como se ve, Vattimo trasladaba su defensa de la "debilidad" a los más heterogéneos aspectos de la vida actual.

En política, lo característico del fin de siglo sería "la tercera vía", todas las terceras vías en las que se desdibuja el fondo de una ideología nítida del pasado. El voto motivado por la clase social se ha visto reducido a la mínima expresión y las fronteras de fidelidad, por cualquier otra razón, son también imprecisas. De ahí que los grupos políticos intenten, sobre todo, proponer fórmulas aceptables por todos y que se basan en un fondo común; estas propuestas se fundamentan en la novedad. La "tercera vía socialdemócrata", definida por Anthony Giddens, se caracteriza, por ejemplo, por la plena aceptación de la globalización y el repudio de instrumentos habituales de la política socialdemocrática, como las nacionalizaciones.

Este cese de crispación e imagen de "deslizamiento" en lo político resulta también generalizada en el fin de siglo. En él, si ha desaparecido prácticamente la violencia revolucionaria -más aún desde el punto de vista de su justificación racional- surge la violencia gratuita provocada por la marginalidad. La sociedad del fin de siglo se caracteriza por ser "humorística" y buena prueba de ello es uno de sus símbolos fundamentales, el director y actor norteamericano Woody Allen. En ella ha desaparecido el humor grotesco y crítico y ha sido sustituido por el humor irónico y distante que no se toma por completo en serio a sí mismo. Incluso en arte, es perceptible esta realidad: la época posmoderna en arte viene a ser una crítica desencantada de la modernidad, incluso de las innovaciones aportadas por la vanguardia.

Muy característico del fin de siglo es que en él se ha hecho ya patente "una segunda revolución individualista". Esta actitud generalizada tiene mucho que ver con la evolución experimentada en los Estados Unidos a partir de mediados de los setenta y comienzos de los ochenta. Supone cosas diferentes que, en ocasiones, pueden incluso ser parcialmente contradictorias: un repudio, por ejemplo, de todas las soluciones políticas en general, pero también una posible movilización para actuar en otros campos o una diversificación incomparable de los modos de vida, pero también una defensa beligerante de esos modos de vida como derechos de la persona.

El individualismo viene, en efecto, acompañado por una cierta nostalgia de la solidaridad o del sentido de comunidad. En su último libro, el influyente Fukuyama ha podido reivindicar el "capital social" de algunas sociedades orientales del que las occidentales carecen. Pero en la propia vida cotidiana, es también posible percibir la actitud descrita. Tocqueville decía que en los siglos democráticos los hombres se sacrifican raramente los unos por los otros pero que, en cambio, muestran una compasión general hacia todos los miembros de la especie humana. En el mundo actual, se presencia una emergencia del voluntariado de masas que parece chocar con el individualismo.

Este supone "la vuelta de Dios", pero también un Dios mucho más interpretable al gusto del consumidor, por así decirlo. Después de una época marcada por la contramoral contestataria, por el rechazo a las normas represivas y el hedonismo, no se ha producido un retorno de la moral en el sentido de la reaparición de la religión tradicional del deber. Lo actual es más bien "la moral del camaleón", basada en la adaptación a las circunstancias y, sobre todo, al criterio propio. Uno de cada dos católicos, por ejemplo, considera que la actitud de la Iglesia sobre los anticonceptivos es errada.

En el caso concreto del resurgimiento de la familia y de los valores identificados con ella, también es perceptible esta actitud. Las actitudes contrarias al divorcio han quedado reducidas a la mínima expresión y, en cambio, se ha impuesto como solución la familia "a la carta". Se ha pasado, en fin, de la moral del trabajo al descubrimiento de la realización personal a través de él: ocho de cada diez francesas consideran que no pueden vivir y realizarse sin un trabajo. Y, en fin, por mencionar un último campo de la moral, da la sensación que la del fin de siglo es una ciudadanía fatigada no sólo por el general desinterés ante la política sino por el mínimo porcentaje de personas dispuestas a sacrificar la vida por la patria o los grandes principios. A fin de cuentas, el individualismo también juega un papel en una "política personalizada" que se ha convertido en un campo en donde "lo espectacular" juega un papel decisivo.

Esta sociedad finisecular también puede ser caracterizada por la peculiar y ambigua relación que mantiene con los medios puestos a su disposición. En el mundo occidental, se permite un consumo que ha digerido la crítica a la opulencia y que da la sensación de superar los valores materialistas hacia otros radicalmente nuevos que parecen estar más allá de esa civilización. Pero, al mismo tiempo, los medios materiales a veces parecen haber dejado de serlo para apoderarse de los humanos. Para algunos, el acto de "telever" está cambiando la naturaleza del hombre, con el manifiesto inconveniente del empobrecimiento de la capacidad de entender. La televisión no globalizaría el mundo sino que lo "aldeanizaría": convertiría en emotiva la política, de la misma manera que los sondeos inventarían opiniones que no existen. En esto, también los nuevos tiempos parecen esencialmente paradójicos.