Época: América
Inicio: Año 1945
Fin: Año 2000

Antecedente:
La Revolución Cubana



Comentario

En las filas revolucionarias coexistían diversas tendencias, pero Fidel Castro se hizo con el control del movimiento. Gracias a su impulso, la lucha antidictatorial se transformó en revolución social y dio un giro pro-soviético, fuente de graves conflictos con el vecino norteamericano. Halperín señala que lo novedoso de esta situación no era el autoritarismo sino la marcha hacia la revolución social. La negativa de Castro a la institucionalización de su gobierno y a la convocatoria de elecciones se basaba en su voluntad de no torcer el rumbo revolucionario. La revolución tuvo sus primeros apoyos en algunos grupos de la burguesía y tanto los obreros urbanos y rurales como los empresarios y terratenientes que controlaban el sector azucarero permanecieron al margen de los acontecimientos que acabaron con Batista. En realidad, estamos frente al renacimiento de la vieja Revolución Cubana con sus banderas nacionalistas y moralizadoras.
Castro señaló de forma inmediata que en Cuba sólo se podía ser revolucionario si se era comunista, lo que habla del predominio soviético. En 1959 se ensayaron las primeras reformas, no demasiado revolucionarias y de un tono populista muy marcado, acompañadas de algunas nacionalizaciones, que afectaron especialmente a intereses norteamericanos. Esta moderación le granjeó al gobierno el apoyo de importantes sectores populares hasta entonces al margen de la revolución. En las ciudades se realizó una modesta "reforma urbana" que rebajó y congeló los alquileres. Estas medidas se complementaron con las masivas campañas de alfabetización y la implementación de una red sanitaria que garantizaba atención médica a la mayoría de la población.

La economía pasó a manos de jóvenes tecnócratas, con experiencia en organismos internacionales, partidarios de la industrialización y el desarrollo. El objetivo se lograría fomentando el mercado interno y ampliando la participación estatal en la actividad económica. Tras el triunfo de la revolución, Ernesto Guevara asumió el control del sector industrial y bancario. Guevara era partidario de la rápida implantación del socialismo y para lograrlo, para construir al "hombre nuevo", era necesario desmantelar la economía de mercado y eliminar todo tipo de incentivo material (en dinero o en otras formas) para mejorar la productividad del trabajo. En su lugar se debían introducir los incentivos morales, que fue la opción finalmente aprobada por Castro. El sistema terminó en un rotundo fracaso. En contra del industrialismo de Guevara estaba Carlos Rafael Rodríguez, el único alto dirigente comunista incorporado al castrismo antes del triunfo revolucionario. Rodríguez favorecía un mayor gradualismo, ante la falta de cuadros con los que impulsar la política guevarista, pero también por la necesidad de no aumentar el número de los contrarrevolucionarios. Su prédica no fue inicialmente escuchada, pero el elevado número de fracasos condujo al abandono de la industrialización y en un nuevo golpe de timón se retornó a la explotación de algunos productos primarios de baja productividad, como el níquel. En 1963, en otro nuevo bandazo, se señaló que los recursos necesarios para el avance revolucionario debían provenir del otrora vilipendiado sector azucarero. Ese año Castro vaticinó que en 1970, el año del esfuerzo decisivo, la economía azucarera estaría a pleno rendimiento y la zafra sería de 10 millones de toneladas (algo nunca visto por la agricultura cubana).

Los ingentes esfuerzos y la tremenda movilización de hombres y recursos no bastaron para alcanzar el objetivo fijado, pese a ser la cosecha de 1970 la mayor de toda la historia. Es posible afirmar que el curso errático de la política económica castrista, con sus marchas y contramarchas, con sus apuestas por la industria o el desarrollo del agro, con las discusiones en torno a los incentivos morales o materiales, llevó a la economía cubana a su situación actual. En realidad, la crisis de la economía cubana es previa a la pérdida de la ayuda económica soviética y del bloque del Este.

Para los Estados Unidos, inmersos en la guerra fría, la revolución seguía un derrotero muy peligroso. En octubre de 1959 se encarceló a Hubert Matos y se eliminó de la escena política a uno de los grandes jefes militares de la revolución. Su oposición a la marcha de los acontecimientos le valió su caída en desgracia. En enero del año siguiente, los dirigentes sindicales también contrarios al giro prosoviético fueron apartados de la dirección del movimiento obrero y reemplazados por antiguos dirigentes del PSP, más leales a la cúpula dirigente. Raúl Castro, hermano de Fidel y que había tenido contactos con el Partido Comunista antes de la revolución, junto con el Che Guevara y Camilo Cienfuegos, lograron el control del aparato militar. En 1959 se formaron las Fuerzas Armadas Revolucionarias tomando como base al Ejército Rebelde, puestas bajo el mando de Raúl Castro. Fidel, por su parte, se dedicó a consolidar el gobierno. Al mes siguiente de instaurado el primer gabinete revolucionario, Castro reemplazó como primer ministro al moderado José Miró Cardona. En julio, tras la renuncia del presidente Manuel Urrutia, otro moderado, nombró a Oswaldo Dorticós, que permaneció en su cargo hasta 1976.

Los tribunales de excepción para juzgar a los criminales de guerra y los pedidos de Castro para cambiar radicalmente el sistema panamericano y las relaciones económicas entre América Latina y los Estados Unidos, distanciaron definitivamente a Cuba de Washington y de América Latina. Desde Washington se comenzó a agitar la amenaza de la supresión de la cuota azucarera, vital para Cuba por el ingreso de divisas y en febrero de 1960 el delegado soviético en La Habana se ofreció a comprar toda el azúcar necesaria para sostener a Castro y desde entonces la Unión Soviética pasó a tutelar de forma clara la revolución cubana. Los exiliados cubanos en Estados Unidos comenzaron a conspirar y en 1961 invadieron la isla con el respaldo de la CIA. El desembarco de Playa Girón (Bahía de Cochinos) terminó con la aniquilación de los invasores. El ataque le permitió a Castro enarbolar la bandera antiimperialista y aumentar su respaldo internacional.