Época: Trajano
Inicio: Año 98
Fin: Año 117

Antecedente:
El foro de Trajano

(C) Antonio Blanco Freijeiro



Comentario

¿El propio Trajano o Apolodoro de Damasco? No sabemos a quién atribuir la genial idea de levantar esta columna, que si no tuvo antecedentes (y ha sido siempre vano el empeño de buscarlos), tuvo en cambio una secuela de imitaciones que va desde las columnas de Antonino Pío Marco Aurelio (ésta aún en pie hoy día) hasta la de la Place Vendôme en el centro de París. Su inauguración tuvo lugar en el año 113, al mismo tiempo que el Foro de César y el Templo de Venus Genetrix, acabados de restaurar por Trajano, a quien se deben los frisos de los Erotes y de las guirnaldas (el primero en el Palacio de los Conservadores, el segundo en el Foro de César).
El destino de la Columna Trajana era triple: señalar hasta dónde llegaba el monte desplazado por el foro; cobijar las cenizas del emperador (como se hizo en una urna de oro custodiada en la cámara mortuoria del lado norte del basamento) y conmemorar la conquista de la Dacia como victoria de Trajano. Esta última costumbre tenía en Roma una tradición secular: la de situar la estatua del triunfador a una altura superior a la del común de los mortales. Las monedas atestiguan que, en efecto, la columna estuvo coronada en su día por una estatua desnuda de Trajano, tal vez el original del que se deriva la copia en mármol de Itálica. La efigie desapareció en la Edad Media y el pontífice Sixto V la reemplazó por la actual de San Pedro.

Las estrías que asoman en la parte alta de la columna demuestran que la cinta de relieves que rodea al fuste está concebida como una banda enrollada al mismo, y no como los bajorrelieves labrados en los tambores de las columnas egipcias. Era costumbre en la Italia de entonces envolver en bandas las columnas de los templos de los dioses en días de fiesta, pero acaso la sugerencia no viniese de ahí, sino de los rollos de papiro en que se escribían entonces muchos libros, y tal vez también se pintaban relatos gráficos complementarios. Los antecedentes de este género, si los hubo, no se conocen hasta ahora por la naturaleza perecedera de su material. Del modo que sea, la ocurrencia de hacer de una columna el soporte de un relato gráfico era algo que hubiera repugnado a cualquier persona sensible de la Grecia clásica. Las columnae caelatae griegas, como las de Efeso, eran otra cosa.

Sobre el alto basamento decorado con minuciosos relieves de armas y pertrechos bélicos, la columna soporta una cinta helicoidal de 200 metros de longitud, cubierta del relieve más extenso que la Antigüedad llegó a conocer. La mitad inferior narra la primera guerra dácica (años 101-102), que terminó con la creación de un Estado vasallo de Roma, regido por Decébalo; la mitad superior, la segunda guerra (años 106-107), en que, sin motivo conocido, Trajano cambió de parecer y decidió convertir a la Dacia en provincia romana. El relato gráfico no experimenta más interrupción que la ocasionada por la figura de una Victoria, vista de perfil, que graba en su escudo la crónica de las gloriosas empresas de Trajano entre la primera guerra y la segunda. La representación comienza por abajo, donde el gigantesco dios fluvial del Danubio contempla asombrado el paso de las legiones romanas por un puente de barcas, una humillación que el río no había experimentado jamás. Era el anuncio fatídico del puente, también de madera, pero sobre pilas de piedra, que Apolodoro de Damasco construiría poco después junto al Portal de Hierro y que se ve muy bien en el tramo 74 del friso, correspondiente ya a la segunda guerra.

Más de 200 figuras, algunas repetidas, como era licencia aceptada en el relieve y en la pintura histórica (a Trajano se le ve sesenta veces), intervienen en la representación de la guerra y de lo que ésta fue de verdad: nada de combates a la brava, ni turbulencia, ni casi movimiento, sino ingeniería, rutina, marchas, travesías de ríos y de bosques, campamentos, construcción de fosos, de puentes, de fortificaciones, asedios de ciudades y fortines, retiradas de heridos, conducción de cautivos... siempre más miseria que gloria y sin incurrir en las épicas y arrolladoras victorias que en el relieve heroico (el mismo Trajano tiene relieves de este otro género incorporados al Arco de Constantino) dan satisfacción a la vanidad del vencedor.

En la obra resplandecen la unidad y la originalidad. Cualesquiera que fuesen los estudios preparatorios que el artista, como todo creador (y más en una obra de tanto empeño como ésta) hubo de realizar, están perfectamente digeridos y coordinados. Es posible que disponiendo de ilustraciones de libros que nosotros no conocemos y de gráficos como los de las tablas iliacas que narraban la guerra de Troya, el autor del modelo dibujase edificios y en ocasiones paisajes vistos desde el aire; que no se preocupase demasiado de la relación natural de proporciones entre hombres, bestias, edificios, campamentos, paisajes y otros elementos de la escenografía. Es asombrosa su maestría para producir efectos de profundidad en un relieve de tan poco bulto. Es capaz de conseguir que a veces los últimos planos parezcan grabados, como ocurre a menudo en los fondos de paisaje. Los escorzos y las torsiones contribuyen a crear la ilusión de profundidad y hasta de número. Lo que a veces parece una multitud no pasa de una docena de figuras.