Época: Santa Sofía
Inicio: Año 1 A. C.
Fin: Año 1 D.C.

Antecedente:
La belleza de Santa Sofía

(C) Miguel Cortés Arrese



Comentario

En las provincias del Imperio, lo más corriente será la fusión de las sencillas trazas locales, a veces pobremente construidas, con una espléndida decoración relacionada estrechamente con Constantinopla. La iglesia de la Virgen del Monte Sinaí ofrece un buen ejemplo de ello. Fue construida dentro de un recinto monástico y contenía lo que se suponía era la zarza ardiente descrita en el Exodo y antetipo de la Virgen María, por lo que le fue dedicada la iglesia.
La nave tiene todavía las vigas originales, talladas en relieve y con las inscripciones dedicatorias de Justiniano, Teodora y el gobernador. Como en Constantinopla, los muros están decorados con paneles de mármol, mientras los mosaicos ocupan el arco triunfal y el ábside. Allí se extiende un conjunto relevante, donde brilla especialmente la escena de la Transfiguración.

Sobre un fondo plateado, Cristo se eleva dentro de una mandorla azul entre Moisés y Elías; a sus pies están representados los tres apóstoles, postrados o elevando sus brazos. Treinta medallones con los profetas, apóstoles y evangelistas, junto con los retratos de los fundadores del convento, forman una aureola en torno a la escena mencionada, la principal. Más arriba, dos ángeles sostienen una cruz encerrada en un círculo. Por último, a ambos lados de la ventana, dos paneles recogen episodios de la vida de Moisés relacionados con el emplazamiento del monasterio: Moisés aflojando las tiras de sus sandalias y Moisés recibiendo las Tablas de la Ley. Se trata de un programa iconográfico en proceso de formalización, individualizado, que hace gala de un estilo riguroso y austero que induce a la reverencia ante la proximidad de Dios. Una obra maestra, que contrasta claramente con los capiteles, de modesta ejecución local, o los pilares rechonchos y toscos.

El convento fue concebido como un recinto fortificado para proteger a los monjes de las incursiones de las tribus vecinas; dentro de su núcleo trapezoidal se ubicó la iglesia, de planta basilical y con torres en la fachada occidental. Resulta curioso, que el objeto principal de culto, la zarza ardiente, se dejase crecer tras el ábside de la basílica, sin recibir ningún tipo de encuadre arquitectónico.

El mismo contraste entre construcción local y decoración importada caracteriza a las iglesias construidas o completadas en Rávena e Istria después de la reconquista bizantina el año 540. Teodorico había estado durante diez años en Constantinopla, pero su proyecto más ambicioso, la iglesia palatina de San Apolinar Nuevo, fue construida de acuerdo con el tipo de planta basilical, revestida de mármoles a la manera romana y capiteles presumiblemente importados de Constantinopla. Cabría suponer, que con el advenimiento del dominio directo de Bizancio, se produciría un influjo más directo de los supuestos técnicos y tipológicos característicos de lo bizantino, y hasta cierto punto éste fue el caso, como puede verse en la iglesia de San Vital. Pero si se observan los ejemplos posteriores, San Vital no fue sino una excepción en Rávena, siendo la basílica italiana la norma. San Apolinar in Classe, consagrada el año 549 por el arzobispo Maximiano, lo expresa muy bien. Sin embargo, estas iglesias nos ayudan a comprender, mejor que en ningún otro caso, el carácter de la pintura monumental bizantina en la época de Justiniano.