Época: tartessos
Inicio: Año 1 A. C.
Fin: Año 1 D.C.

Antecedente:
El arte del periodo orientalizante

(C) Lorenzo Abad y Manuel Bendala



Comentario

La inflexión de la trayectoria cultural de Tartessos en la época orientalizante tiene en los cambios cerámicos una inmejorable prueba material. Persisten cierto tiempo algunas de las producciones típicas de la etapa anterior, como las cerámicas bruñidas, aunque rarificándose y perdiendo su antigua lozanía; pero lo más claro es la sustitución de la anterior producción alfarera, por la importada e imitada de los colonos orientales.
Se impone ahora la cerámica a torno rápido y, más genéricamente, la fabricada con las mejoras técnicas que incluyen el empleo de aquél entre sus medios de producción principales. El mejor modelado se complementa con el perfeccionamiento en los procedimientos de acabado y decoración de los vasos -engobes, bruñidos y espatulados, pintados- y en las técnicas de cocción.

Los fenicios aportaban su alta tecnología y una rica gama de vasos, desde ánforas y recipientes grandes para el transporte y el almacenamiento, a las vasijas y platos de mesa y de ceremonia, de gran calidad. Destaca de su producción la cerámica de engobe rojo, bruñido y lustroso, tan hermosa que explica su amplia aceptación entre los tartesios. Además de importarla, hubo alfarerías dedicadas a la producción de cerámicas fenicias en las ciudades tartesias, seguramente regentadas por artesanos semitas emigrados.

Lo más interesante es destacar el sesgo particular que, en función de la demanda tartésica, adoptaba la producción de estas cerámicas de raigambre fenicia. No se fabrican algunas de las formas características en los ámbitos puramente fenicios -de Oriente o de las colonias y factorías de nuestras costas-, por ejemplo, los jarros de boca de seta o cierto tipo de soporte. Se hacen, en cambio, con la nueva tecnología y con engobe rojo, recipientes ajenos a los fenicios pero muy arraigados en la tradición tartésica: sobre todo, carretes de apoyo de la forma característica de diávolo, y vasos caliciformes, llamados a chardon. Son también formas antiguas de origen oriental, pero ausentes en el repertorio fenicio.

La alfarería orientalizante entre los tartesios es mucho más rica, pero si el propósito fuera no ser exhaustivos, sino destacar lo más definitoriamente tartésico, bastaría con referirse a dos tipos cerámicos perfectamente apropiados al caso. Uno de ellos lo constituyen unas anforillas caracterizadas como urnas de tipo Cruz del Negro, por la denominación de una célebre necrópolis orientalizante de las inmediaciones de Carmona. Los vasos adoptan forma esférica, con cuello cilíndrico -a menudo con un baquetón central- y asas circulares y menudas apoyadas en el hombro y unidas al cuello. Se decoran, sobre el fondo claro del vaso, cocido a fuego oxidante, con bandas y otros temas geométricos sencillos, en rojo o en tonos negruzcos. Es una forma rara en Oriente y propia de la alfarería chipriota de los siglos IX y VIII a. C. Presente en Cartago, Motia, Mogador y otros centros semitas del Mediterráneo, aparece en Toscanos o en Frigiliana, en Málaga, pero es especialmente abundante en los yacimientos tartésicos del interior, sobre todo en el entorno del bajo valle del Guadalquivir, desde donde debió difundirse por las comarcas de aguas arriba del río, por el Sudeste y Levante, y llegar hasta Agullana (Gerona) y el sur de Francia. Cronológicamente son propias del siglo VII, y perduran en el VI a. C.

Más interesantes, si cabe, son las cerámicas con decoración figurada, propias casi exclusivamente de yacimientos tartésicos, y valoradas muy recientemente por la investigación arqueológica. Con una rica gama de formas, que incluye vasos grandes, poliansados, de buen modelado, su faceta más rica y característica la constituye la decoración. Preparadas las paredes externas con un engobe de tonos claros -anaranjado o amarillento-, se representan motivos muy característicos del repertorio orientalizante: toros, grifos y otros animales pasantes -a veces de gran tamaño, en un amplio friso corrido-, flores de papiro y de loto y otros temas vegetales y geométricos. A menudo se perfilan pintando el fondo del vaso en color rojizo o acastañado y dejándolo en reserva para la silueta de la figura, contorneada en negro y completada con otros trazos pintados, un procedimiento similar al que emplearán después los decoradores de la cerámica griega de figuras rojas. El uso de pigmentos de diversos tonos dan al vaso un hermoso aspecto polícromo. También se pintan directamente las figuras y los motivos geométricos, fundamentalmente en rojo, sobre el fondo claro.

Esta cerámica orientalizante se ha documentado ya en numerosos yacimientos de la cuenca media y baja del Guadalquivir (Carmona; Cerro Macareno; Mesa de Setefilla y el Castillo, en Lora del Río; Montemolín, en Marchena -en éste y en el anterior se han hallado algunos de los ejemplares más hermosos-; Estepa; Alcolea del Río; la Saetilla, en Palma del Río, Córdoba; Colina de los Quemados; etc.), y más esporádicamente en otras zonas (Cástulo, Jaén; Villaricos, en Almería). Debió de ser la vajilla doméstica de lujo -aparece generalmente en poblados-, inspirada en las técnicas y la iconografía orientalizantes, aunque sea de producción local, no importada. Pueden buscarse paralelos o precedentes en algunas cerámicas orientales, sobre todo chipriotas, pero no sería extraño que el traslado de los motivos, ya que no se conocen cerámicas importadas de tipo similar, se hiciera a través de telas, muebles u otros elementos perecederos, o fuera traído por artesanos inmigrados. Cronológicamente -aunque la cuestión se halla en pleno debate científico- parece bastante probada una producción a lo largo de la segunda mitad del siglo VII y el VI a. C.