Comentario
Tras recordar pocas líneas arriba la distribución de los productos más caracterizados de la toréutica, no sorprenderá que el tesoro más rico en joyas de oro se haya encontrado en Aliseda, Cáceres, como parte del ajuar de una tumba principal casualmente destruida. Su desusada riqueza queda patente con sólo comprobar que el juego ritual del jarro y la pátera son aquí, el primero, un caro y raro jarrito de vidrio tallado, con decoración grabada de signos jeroglíficos y cartuchos egipcios, en uno de los cuales se lee el nombre de la diosa Isis; la segunda, es un braserillo de plata. Las joyas de oro constituyen un precioso conjunto, finamente decorado con filigrana y granulado. Además de sellos de escarabeo, numerosos colgantes y piezas de collar, con formas muy propias de la joyería de producción fenicia, destacan en el conjunto la diadema, las arracadas, los brazaletes y el cinturón.
La diadema responde a un prototipo que hará fortuna en la España antigua; consiste en una cinta ancha, de plaquitas articuladas, con un fleco por debajo de cadenillas terminadas en esférulas, y rematada en ambos extremos por dos placas de forma triangular. Las plaquitas del cuerpo central tienen su principal efecto ornamental en la combinación de rosetas, formadas por alambres enrollados a la manera de un muelle y embellecidos con gránulos, que llevan en el centro, y en los huecos que dejan entre ellas, cápsulas para cobijar piedras preciosas de color (se conserva una turquesa). Las arracadas son de extrema suntuosidad, grandes y tan pesadas que hubo que dotarlas de una cadenilla supletoria para pasarla por encima de la oreja; se configuran como pendientes del tipo normal entre los fenicios, amorcillado o en forma de sanguijuela, ribeteados por una exuberante cresta de flores estilizadas, pobladas de pájaros.
Los brazaletes, de aro abierto, consisten en placas caladas sobre las que se han soldado alambres en forma de espirales enlazadas, con el remate de dos grandes y hermosas palmetas, que brillan sobre el fondo granulado. El cinturón es una pieza magnífica; la cinta, ancha según el uso frecuente, ofrece una banda lisa en el centro, flanqueada por escenas yuxtapuestas que representan la escena del hombre en lucha a cuerpo con un león y grifos pasantes, realizadas ambas mediante troquelado sobre fondo cubierto de gránulos; en la hebilla se repiten los mismos temas, junto a combinaciones de palmetas de cuenco.
El tesoro de Aliseda responde a modelos propios del mundo fenicio, sirio o chipriota, y ha de ser producto, como tantos otros hallados en contextos tartésicos orientalizantes, de artesanos semitas occidentales, quizá gadeiritas. Su fecha de fabricación debe situarse en el último cuarto del siglo VII a. C., o los comienzos del siglo VI. Conviene, por último, reparar en un hecho: como parte de un ajuar funerario, no extrañará que sus temas decorativos más significativos, desde el punto de vista simbólico, sean una expresión de vida -como las palmetas y los temas florales y animalísticos en general- o de triunfo sobre la muerte -representado con singular propiedad por el héroe del león, equivalente, en nombres propios de la mitología, a Gilgamés o a Herakles-. Es una combinación temática repetida, punto por punto, en otras joyas funerarias, como en el pectoral de la tumba Regolini Galassi, de la ciudad etrusca de Cerveteri, por lo que no es aventurado pensar que las joyas de Aliseda fueran realizadas con destino exclusivamente funerario, para simbolizar el deseo de inmortalidad de que fue objeto la persona principal que con ellas fue adornada para su viaje al más allá.