Comentario
En ocasiones, se podía aplicar a la superficie de la pieza de cerámica, estuviera engobada o no, un tratamiento suplementario; en el caso ibérico el más frecuente es el de la pintura, aunque en ocasiones encontramos asimismo el estampillado, esto es, la aplicación sobre la superficie del vaso, cuando el barro estaba aún fresco, de una matriz en relieve que dejaba una impronta en negativo sobre la superficie del recipiente. Menos frecuentes son la incisión o el acanalado.
La pintura es el procedimiento más característico de decoración de la cerámica ibérica. Se aplicaba antes de la cocción, y para ello se utilizaban pigmentos minerales, probablemente óxido de hierro, que le daban un tono castaño vinoso característico. Los motivos básicos eran geométricos y bastante sencillos: líneas paralelas y perpendiculares, circunferencias y semicircunferencias concéntricas, triángulos, rombos, retículas, líneas onduladas, etc. En un segundo momento se incluyen motivos figurativos, primero de tipo vegetal y, más adelante, animales y humanos.
Para la realización de esta decoración se usaban instrumentos sencillos, pinceles de distinto tipo y grosor, y compás. Un hallazgo importante fue la introducción del compás múltiple, que permitía la realización de las circunferencias y semicircunferencias concéntricas con una mayor rapidez y perfección. Este proceso no fue homogéneo ni contemporáneo en las distintas regiones ibéricas, y se produce siguiendo unas pautas que estudiaremos más adelante.
La cocción de la cerámica ibérica se realiza en hornos bastante desarrollados, que permitían alcanzar unas temperaturas próximas a los 1.000 grados, y de los que se conservan algunos restos. Del tipo de cocción depende en buena medida la calidad y el tipo de cerámica que se obtendrá. Los hornos ibéricos podían desarrollar procesos de cocción oxidante, esto es, con aporte de oxígeno; abriendo el tiro del aire, y reductora, con escasez de aire, cerrándolo. En el primer caso, la cerámica obtenida presenta una coloración castaña o rojiza, en tanto que en el segundo resulta negruzca o grisácea. La mayor parte de la cerámica ibérica es del primer tipo, aunque existen bastantes ejemplos de cerámicas grises, incluso entre las pintadas, en este último caso de cronología tardía. La pasta es por regla general depurada y bien cocida, y presenta un rasgo característico: la llamada pasta en sandwich o con nervio de cocción, es decir, con las zonas de la pasta más próximas a la superficie de color castaño, en tanto que la parte central es más oscura, por regla general grisácea. Es muy posible que en ello podamos ver, o bien dos fases de cocción diferentes, o bien una cocción rápida que hace que la transformación de la pasta por medio de un proceso oxidante no llegue a afectar a toda la cerámica.
Se conservan restos de algunos hornos ibéricos, sobre todo de su parte inferior, donde se encontraba la cámara de distribución del calor, en tanto que la superior, donde se cocían los vasos, ha desaparecido casi por completo; no obstante, en algunos ejemplares se conserva aún parte del pavimento de esta cámara, en el que se distinguen los agujeros que la ponían en comunicación con la inferior. A juzgar por los restos conservados, los hornos ibéricos estaban construidos casi en su totalidad de adobe -de ladrillos de barro secados al sol-, material que, pese a su aparente fragilidad, se adaptaba estupendamente a esta función, ya que el calor del horno llegaba a cocer in situ estos adobes, que adquirían una consistencia y una dureza extraordinarias. No todos los hornos ibéricos eran idénticos, sino que resulta posible distinguir varios tipos: unos pequeños, de tradición griega, consistentes en un recinto pequeño y alargado, de planta ligeramente trapezoidal, con los extremos redondeados, que se dividía en dos partes por un murete central; ejemplo de este tipo de hornos se conserva en las proximidades de la Isleta de Campello, en Alicante. De mayores dimensiones son por regla general los hornos de planta circular, como algunos otros de los conservados en Campello y, sobre todo, el mejor conocido, excavado hace no mucho tiempo en Alcalá del Júcar (Albacete); su planta es casi circular, y en el centro de la cámara de combustión encontramos nuevamente el pilar que, en este caso, es exento, y sirve de apoyo a los arcos que soportan la cámara superior o laboratorium; ésta contaba, como la cámara de combustión, con una entrada independiente.
Se conservan numerosos agujeros (toberas) que comunican ambas cámaras, algunos de los cuales fueron cegados, posiblemente para cerrar algo el tiro del homo, que debió resultar excesivamente rápido. No existe resto alguno de la cubierta, por lo que se duda si pudo cubrirse con una bóveda permanente de adobe o si, por el contrario, no contaba con una cubierta fija, que sería realizada ex profeso en cada ocasión o cuando se deterioraba. Algunos ejemplos en hornos antiguos bien conservados, y en hornos modernos, atestiguan el empleo de una bóveda provisional hecha con barro y fragmentos de cacharros. Otro homo excavado parcialmente, y del cual tenemos una buena información, es el de Itálica, correspondiente a un poblado ibérico inmediatamente anterior a la ciudad fundada por Escipión a finales del siglo III a. C., o de esta misma época. Se trata de un horno similar al de Alcalá del Júcar, de planta circular y con cámara de combustión de pilar central, aunque los elementos que se apoyaban en éste y sostenían el laboratorium no era propiamente arcos, sino piezas rectangulares hechas con barro y paja.
Dado el carácter casi universal del empleo de la cerámica, resulta lógico que ésta presente calidades y características muy diferentes, según sea la época de fabricación, el lugar y la finalidad a la que se la pensaba destinar. En líneas generales, pueden identificarse cerámicas de cocina, de transporte y de almacenamiento industrial, de almacenamiento doméstico y de mesa. No siempre resulta fácil distinguir unos tipos de otros, e incluso dentro de uno mismo pueden existir variantes bien diferenciadas y específicas. Desde el punto de vista de su calidad artística, ésta es nula en la cerámica de cocina, que suele ser, como ya hemos dicho, basta y mal terminada, y otro tanto ocurre con la de transporte y almacenamiento industrial (ánforas, grandes tinajas, etc.), que suele carecer de decoración y cuya forma se procura adecuar a las necesidades del transporte y almacenamiento; así, por ejemplo, las ánforas suelen tener un fondo apuntado o redondeado, que difícilmente podría sostenerlas sobre un suelo duro, pero que en cambio resultaba muy útil para asentarla en suelos arenosos o en la arena de la playa, así como facilitar su transporte, apilándolas una sobre otra. Pero tampoco este tipo de cerámica resulta especialmente valioso desde el punto de vista artístico.
Es lógico suponer que la cerámica de mayor interés artístico fuera la de almacenamiento doméstico y la de mesa. La primera está compuesta por recipientes para guardar provisiones, más pequeños que los industriales -ánforas, tinajas de diverso tipo, etc.-, y pueden presentar decoraciones muy diversas. La segunda se compone de platos, bandejas, cuencos, jarros, ánforas, cráteras, etc., resultando en ocasiones difícil separar una utilidad de otra.
Esta cerámica ibérica es la de mayor calidad y de mejor terminación, y con frecuencia aparece decorada con motivos pintados. Sus formas varían considerablemente según el uso al que estuvieran destinadas y según se trate de productos que imitan modelos importados, principalmente fenicios y griegos, o de productos autóctonos; entre los primeros están las ánforas para el transporte y almacenamiento, que reproducen o adaptan prototipos fenicios (ánforas odriformes, en forma de obús, etc.) y griegas (ánforas de diverso tipo; cráteras para guardar el vino, mezclarlo con agua como hacían los griegos y guardar tal vez también otros líquidos; platos y copas para los servicios de mesa, etc.).
Otras veces, las formas son propiamente ibéricas, y hay que suponer que servían para los mismos fines; son los toneletes, posiblemente destinados al almacenamiento de líquidos; las llamadas urnas de orejetas, que tienen la ventaja de presentar un cierre hasta cierto punto hermético, conseguido porque la pieza se torneó como un todo cerrado, y posteriormente, aunque siempre antes de la cocción, se cortó con un alambre, con lo que se conseguía un encaje perfecto entre recipiente y tapadera; debían ser vasijas de almacenamiento, al igual que otras llamadas pithoi y pithiskoi porque recuerdan formas griegas, aunque sin imitarlas directamente. Ibéricos son también los cálatos, vasos cilíndricos con borde vuelto al exterior, que forma una especie de ala que le ha hecho ganar el sobrenombre de sombrero de copa con el que se le denomina en ocasiones.
El estudio de la cerámica ibérica puede enfocarse desde diversos puntos de vista, aunque cualquiera que sea el modo en que se haga, queda claro que existen varias áreas culturales que presentan una cierta homogeneidad tanto en sus formas como, sobre todo, en su decoración, y que se diferencian más o menos claramente de las inmediatas. Grosso modo podemos identificar, al igual que en la escultura, tres grandes círculos: el andaluz o meridional, el del Sudeste y el Levantino u Oriental.