Comentario
Tras la desmembración del imperio Gupta, toda India se fracciona en principados autónomos que, con mayor o menor éxito, van a hacer florecer su tradición local, por lo que comienza una época renacentista, en la que cada capital de un principado se convierte en un taller artístico y en un centro de irradiación cultural.
La revolución socio-religiosa que había germinado con los Gupta triunfa definitivamente en una sociedad que trata a sus príncipes como dioses y a sus dioses como príncipes. Después de tantos siglos de abolición en la India Budista, ahora renacen las castas: los nobles devuelven su primacía a los sacerdotes respetando sus consejos y patrocinando la construcción de templos hindúes; a su vez, los sacerdotes legitiman en el poder a los nobles como descendientes de los míticos héroes del "Mahabharata" o rajput (literalmente hijo de rey). Ambas castas hacen suya toda la tradición popular y los cultos locales, otorgándoles una importancia de religión mayor, por lo que el pueblo indio apoya, paradójicamente, esta sociedad otra vez jerarquizada en castas: brahmanes o sacerdotes, kchatryas o nobles, vaichyas o comerciantes, sudras o agricultores y parias o impuros-intocables.
Este panorama rico por la multiplicidad de estilos, sólido por la profundidad de su tradición y complejo debido a la vivencia politeísta de unos dioses que, sin embargo, no pueden trasgredir la doctrina monoteísta del neobrahmanismo, ocupará la Península del Indostán desde los siglos VII al XVIII. Todos los principados hindúes compiten en la construcción de templos y en los riquísimos tesoros que guardan los mismos; el templo llega a ser un símbolo del poder de cada dinastía, por lo que artísticamente nos encontramos ante un período de gran esplendor.
Desgraciadamente, la India del norte sufrirá el azote islámico desde el siglo X y, tres siglos más tarde, la casi total destrucción de su cultura a manos de este nuevo invasor. Pero el sur, protegido de esta embestida por las áridas mesetas del Dekkan, seguirá viviendo continuadamente en el hinduismo hasta la actualidad.
Esta nueva cultura hindú afecta directamente al arte porque, a pesar de que teóricamente el hinduismo sigue siendo monoteísta, el triunfo popular logra que desde el punto de vista práctico surja una riquísima mitología que se desarrolla en un panorama politeísta, innovando la iconografía y la arquitectura indias.
Quizá sea necesario para una mejor comprensión de este fenómeno remontarnos, aunque muy resumidamente, a los orígenes del hinduismo. En India cualquier forma de pensamiento hay que remontarlo al vedismo, que se desarrolló aproximadamente desde el año 1500 al 600 a. C., en base a unos textos sagrados, los "Vedas", que acabaron dando lugar a una sociedad jerarquizada en castas: el brahmanismo; esta sociedad brahmánica tuvo vigencia desde el año 600 al 300 a. C., cuando por primera vez India se unifica política y espiritualmente bajo el imperio Maurya, que acepta la confesionalidad budista.
En la posterior India Budista continúa habiendo brahmanes e incluso dinastías y reinos brahmánicos, pero tienen muy poca fuerza y un casi nulo interés artístico. A partir del imperio Gupta, las creencias y prácticas brahmánicas logran recuperar cierto vigor, que se fertiliza con las devociones (bhakti) populares y localistas, hasta renacer con esplendor pero con un nuevo y contradictorio rostro politeísta: el hinduismo.
Porque el vedismo, brahmanismo e hinduismo es radicalmente monoteísta: todo es Brahma, el Atman o alma universal, la última realidad metafísica; de El dimana todo y al El todo retorna. Desde la forma más primitiva de existencia cualquier ser sufrirá un proceso de purificación, Karma, a través del sistema de las reencarnaciones, Samsara, para volver a absorberse en Brahma.
Brahma se manifiesta como creador, preservador y destructor, tres facetas de la cíclica purificación kármika igual de necesarias y positivas. En el hinduismo su acción preservadora se personifica en Vishnu y su acción destructora en Siva. Ambos dioses lo comprenden todo y se pueden manifestar de infinitas formas: masculina, femenina, andrógina, en terrenalizaciones (avatares), zoomórfica, simbólica, etc. Lentamente va surgiendo un mundo mitológico que el pueblo vive politeístamente, a pesar de los esfuerzos de algunos filósofos como Ramanuja (1050-1137), que intentan canalizar el fervor popular hacia el monoteísmo, aboliendo incluso las imágenes de culto.
Pero la mitología hindú triunfa y el arte se desborda con una legión de dioses, diosas, hijos, avatares, advocaciones, personificaciones de fuerzas de la naturaleza como el sol, la luna, el fuego, y una caterva de sirvientes y soldados que facilitan las actuaciones de los dioses. Todos viven en el Monte Meru, el Olimpo hindú, aunque los dioses importantes habitan en su propio pico dentro del Meru: Vishnu en el Vaikunta y Siva en el Kailasa. A veces, una dinastía reinante o toda una región elevan a su divinidad tutelar por encima de cualquier otra manifestación de Brahma, llegando a absorber su protagonismo al conceder a su dios la omnipotencia y la omnisciencia de un Maha-Deva o Gran-Dios.
Por supuesto, los "Silpa-Sastras" o manuales sagrados de iconografía se multiplican y un sinfín de silpin (sacerdote-escultor-pintor) interpretará religiosamente toda una miscelánea de elementos y símbolos iconográficos que sirven para distinguir a esta etnia suprahumana.
La arquitectura también se adapta a este nuevo universo mitológico y el hombre construye en la tierra los templos, intentando imitar la morada de los dioses en el paraíso; así, el templo emula el aspecto montañoso y estratificado del Monte Meru y su simbolismo cosmológico, respetando cualquier aspecto que se relacione con el culto particular a un dios concreto.
Para regular esta compleja normativa se codifican en la India Hindú la mayoría de los Vastu-Sastras o manuales sagrados de arquitectura. Los sthapati (sacerdote-arquitecto) habían transmitido oralmente desde los tiempos védicos la vastu-vidya o doctrina de la arquitectura; con el esplendor del hinduismo fue necesario manuscribir esta ciencia sagrada dada la complejidad de los preceptos y proporciones arquitectónicas que debía respetar un templo. Pero todavía los "Vastu-Sastras" son objetos rituales y su consulta y estudio está vedado, por lo que quizá tardemos mucho en comprender los métodos determinantes de las plantas y alzados de la arquitectura hindú.
Uno de los métodos constructivos más importantes y generalizados en los "Vastu-Sastras" es el Vastu-Purusha, o primer orden cósmico ejecutado por Brahma; cuando un sthapati construye, lo que intenta es organizar el ser arquitectónico o urbanístico de acuerdo con el orden omnipresente y evitar de esta forma cualquier alteración que haga peligrar el orden cósmico. Por lo tanto, construir un templo equivale a realizar un ritual o cumplimentar un sacrificio a la divinidad. La aplicación práctica a la construcción de un templo de esta teoría espiritual supera el racionalismo occidental y la mentalidad de un profano, pues cualquier elemento arquitectónico carece de una función utilitaria o estética.
"Según los Vastu-Sastras, el Vastu-Purusha puede dibujarse de treinta y dos maneras distintas; la más sencilla consiste en un cuadrado y las demás surgen de la división de este cuadrado en 4, 9, 16, 25, 36, 49, 64, 81...1024 partes cuadradas o padas. Las dimensiones del dibujo nada tienen que ver con su eficacia. En una amplia superficie, el dibujo organiza la distribución de las masas; en la base de un templo, armoniza la ordenación de los elementos constructivos o el grosor de las paredes, en consonancia con el espacio interior" (Andreas Volwahsen: India. Barcelona, 1971. Garriga/Arquitectura Universal. p. 44).