Época: Mundo fin XX
Inicio: Año 1973
Fin: Año 2000

Antecedente:
La sociedad postindustrial

(C) Isabel Cervera



Comentario

Para Dahrendorf, que se había referido en profundidad al conflicto social en su ya clásico ensayo "Las clases sociales y su conflicto en la sociedad industrial", de lo que ahora se trata es de comprender y explicar el conflicto después de las clases, una vez que se situó en los espacios de Occidente la estanflación -la plaga de los años setenta-, cuyo saldo y recuperación no ha logrado en los ochenta dar solución al fenómeno más desconcertante del desempleo: "El elevado porcentaje de paro en pleno crecimiento económico plantea cuestiones de desarrollo económico, de historia del trabajo y de ciudadanía (..). Por debajo de los futuros, y de las opciones y de otros elementos del gran juego económico está, por supuesto, la economía real. El crash de una Bolsa no anuncia necesariamente una recesión. Sin embargo, pone de manifiesto que la economía real está muy baja de carburante. La ética hedonista ha alcanzado el summum. Dudas ocultas acompañan a la riqueza recién adquirida de muchos".Ha habido crecimiento económico en los años ochenta, pero se ha hecho poco por el empleo. Es más, el crecimiento, como confirma el propio Dahrendorf, se ha construido sobre el desempleo, precisamente porque no se ha producido más con el mismo número de hombres. Al contrario, se ha producido lo mismo empleando menos manos. Se ha reducido la mano de obra al mínimo indispensable, las empresas pequeñas han producido tanto o más que las grandes, y ha crecido el Producto Interior Bruto en las sociedades avanzadas muy por encima de la cantidad de trabajo per capita.El problema es muy grave, precisamente porque las profecías o las soluciones esperadas de un desarrollo tecnológico que terminaría convirtiendo en superfluo el trabajo humano no parece hoy probado y ha generado, por el contrario y con vistas al más inmediato futuro, un dilema de muy complicada solución: "En la actualidad -sigue argumentando Dahrendorf-, el trabajo ya no es la solución obvia a los problemas sociales, sino parte del problema mismo".¿Vivimos, acaso, en una sociedad trabajadora? Porque de hecho las sociedades modernas, basadas en el trabajo y en la ética de la ocupación y productividad crecientes, han logrado generar un mundo que incrementa la producción en función de los mercados pero cada vez con menos trabajo. Y sin embargo los empleos, como sigue señalando Dahrendorf, "son los billetes de entrada que permiten acceder al mundo de las provisiones", determinando así, conforme a los ingresos de la gente, su posición social, su autoestima y la manera de organizar sus propias vidas individuales y familiares.Cuando la sociedad es trabajadora, la vida de la gente se ordena en función del trabajo: la preparación para el mismo en la primera fase de la vida mediante el aprendizaje de un oficio; la organización de los descansos, diario, semanal y anual, como descansos del trabajo y para el trabajo, y la fase crepuscular de la vida, la jubilación, siempre corta porque la media vital era más baja, que se consideraba como una recompensa a una vida de trabajo.Ahora, sin embargo, se impone por una parte el tiempo libre, el tiempo de ocio, con todos sus efectos económicos, sociales, políticos, y tanto la primera fase, dominada por la educación como lema y esperanza, como la jubilación, que se alarga por veinte o más años, reducen las posibilidades y las cargas sociales a los cada vez menos empleados que soportan cargas por encima de sus posibilidades y sin esperanzas de recompensa ajenas a su capacidad de ahorro añadido: "De hecho, el trabajo se ha convertido en un privilegio, en lugar de en una carga. Pocos describirían hoy a los grupos de estatus más elevado como una clase ociosa; al contrario, constituyen una clase de "adictos al trabajo". Una buena parte de sus miembros se está siempre quejando de no conocer la diferencia entre los días laborables y los festivos, y de no haberse tomado unas vacaciones en varios años; pero, de hecho, tales quejas son otra forma de consumo manifiesto, de mostrar la nueva riqueza del trabajo" (R. Dahrendorf, El conflicto social moderno, página 173).Los economistas coinciden en líneas generales en que los países desarrollados, y más concretamente los de la OCDE, entre 1870 y 1970 han multiplicado por diez la productividad total, en tanto el porcentaje de horas trabajadas por año y persona se ha reducido a la mitad.El hecho de producir más con menos trabajo o menor esfuerzo significa también que el trabajo ha llegado a ser escaso, y consiguientemente muchos pueden quedar fuera de este mercado sin que su desempleo afecte a las funciones fundamentales de la economía.Se logró hace mucho tiempo mantener una alta productividad en la agricultura con un bajo nivel de ocupación; se ha realizado recientemente en la industria la misma tendencia y resultados a la par que la renta industrial continúa aumentando, y se ha incrementado un sector terciario de actividades y servicios, todavía capaz de aumentar en tanto queden sin satisfacer gustos nuevos y demandas diferentes.Pero se ha renunciado definitivamente al pleno empleo, y se considera natural una tasa de paro en torno al 10 por 100. Para reducir el paro, o para luchar por el pleno empleo, hay, en estos países ricos, que recurrir a crear, o seguir creando, puestos de trabajo "periféricos o superfluos"; sin que nadie pueda en definitiva llegar a definir hasta qué punto un trabajo es o deja de ser necesario. Porque, cuando se reducen las ocupaciones en el servicio personal, esto es, el servicio doméstico, aparecen los mismos empleos en forma de empresas de servicios organizados, bien sean empresas de limpieza, comidas preparadas y servidas a domicilio, etcétera.Lo más grave, sin embargo, hoy es el problema irresoluble que viene planteando en estas sociedades avanzadas el "desempleo duradero y resistente", y la "subclase social" que de esta manera se recrea y desarrolla: "Desde el momento en que el acceso a los mercados y, por tanto, a las provisiones, depende del empleo, el desempleo significa que se niega el acceso a los mismos, y esto es cierto incluso en el caso de que la gente pueda vivir del subsidio de paro" (R. Dahrendorf, Ibídem, página 178).Finalmente, lo que ha sucedido en estas naciones avanzadas es que la sociedad de la información ha generado más información de la que nadie puede utilizar pese a su creciente especialización. Puestos de trabajo superfluos en los servicios públicos, empresas de consultoría y gestión, etcétera, según sigue comentando el sociólogo alemán, "añaden mucho a la gestión y mucho menos a la producción".Y ésta es la razón por la que en épocas de "vacas gordas" contribuyen a la prosperidad de los que disfrutan estos puestos de trabajo. Pero cuando llegan los momentos bajos, las "vacas flacas", cuando la competitividad se halla afectada, son los primeros en suprimirse sin menoscabo alguno de la productividad y de los objetivos a realizar.El resultado de esta ya larga descripción crece en pesimismo, y lo más grave, cuando se mira inevitablemente al futuro, es ese coste mayor, que se produce en términos de oportunidades vitales y de progreso hacia una sociedad civil mundial: "Las sociedades humanas ganan en calidad gracias a la capacidad que tienen de conseguir más oportunidades vitales para más seres humanos. El camino que tenemos por delante requiere una nueva definición, al mismo tiempo que una afirmación, de la ciudadanía, las oportunidades vitales y la libertad".