Época: Mundo fin XX
Inicio: Año 1973
Fin: Año 2000

Antecedente:
El mundo de finales del siglo XX
Siguientes:
Mujer y mercado laboral
Países del Este y Tercer Mundo
Nuevo órden económico internacional

(C) Isabel Cervera



Comentario

Las posguerras son natalistas. Terminada la Segunda Guerra Mundial, en distintos países occidentales soplan vientos en favor de que las mujeres se consagren únicamente a su puesto en la familia: se trata de favorecer el aumento de la natalidad tras la pérdida de tantas vidas en el periodo bélico, pero también de que cedan a los varones que regresan de los campos de batalla los puestos de trabajo que ellas han ocupado en esos años y que han permitido el funcionamiento de sus respectivos países. Como en otras ocasiones, la cuestión para las mujeres no será tanto la de trabajar o no trabajar -la mayoría necesitan trabajar siempre-, sino la de en qué condiciones hacerlo: en qué puestos, con qué cualificación, con derechos o sin ellos, con la ley de su parte o de forma vergonzante, con qué salarios.Las revistas, los medios de comunicación cada vez más abundantes, difunden un modelo de mujer que se dedica exclusivamente a atender a su marido y a sus hijos, a la realización de las tareas domésticas, y que deja de preocuparse por lo que sucede fuera de su hogar por considerar poco "femenina" esta preocupación; esta forma de vida se enaltece como el ideal más deseable para las mujeres. En la sociedad norteamericana, donde los medios económicos permiten que se extienda esta práctica en ámbitos de clase media y acomodada, esas mujeres parecen haber olvidado los deseos de aquéllas que en anteriores generaciones habían luchado por abrirse paso en espacios educativos o profesionales que se les cerraban alegando su condición femenina. Betty Friedan detectó el malestar existente entre esas mujeres que habían adaptado sus vidas a lo que llamó la mística de la feminidad, título del libro publicado en 1963 y que alcanzó una enorme difusión. Agudamente compara los mensajes que las revistas femeninas difundían en la década de los cincuenta, a los que se ha aludido más arriba, con los de unos años antes: "En 1939, las heroínas de las novelas que publicaban las revistas femeninas... eran mujeres nuevas, que creaban con un espíritu alegre y decidido una nueva realidad para las mujeres: una vida propia". Estaban animadas por una aureola de superación, de deseo de encaminarse hacia un futuro que iba a ser distinto del pasado.La historia no es lineal. El problema que no tiene nombre, como Betty Friedan llamó a ese malestar, no es nuevo. Por ejemplo, en España, ya en 1883, Concepción Arenal había afirmado que la mujer de su casa corresponde a un ideal erróneo referido al mundo contemporáneo.Por supuesto, lo que se entiende por trabajo doméstico varía mucho según las épocas, los países y las situaciones sociales y étnicas. En la película La sal de la tierra (1953), de H. Bibermann vemos que en un poblado minero de Nuevo México, las mujeres mexicanas cortan leña cinco veces al día para calentar el agua, puesto que las viviendas carecen de agua corriente y de instalaciones sanitarias, comodidades de las que sí disfrutaban las viviendas ocupadas por las familias anglosajonas.En Europa, la inmediata posguerra constituye una época dura, en la que es necesario hacer frente a los estragos producidos por la guerra. Y ello es así, a pesar de la ayuda americana recibida por diversos países de Europa occidental a través del Plan Marshall, desde 1948. Por ejemplo, tenemos testimonios relativos al tiempo que las amas de casa inglesas debían dedicar a hacer cola para conseguir los escasos productos existentes en el mercado, en régimen de racionamiento, entre 1946 y 1950. Como es sabido, las épocas de crisis económica o de escasez de productos en el mercado acarrean un incremento del trabajo doméstico destinado a suplir esos artículos.En España, la etapa que sigue a la guerra civil une a la dificultad de una posguerra en situación de aislamiento internacional, las características propias de un régimen autoritario, que deroga la legislación igualitaria desarrollada por la II República. El Fuero del Trabajo, de 1938, establecía que "El Estado... libertará a la mujer casada del taller y de la fábrica"; a partir de ahí, surgirá una legislación laboral discriminatoria en función del sexo. En los años cuarenta, la población campesina sigue siendo muy numerosa, ya que la política oficial trata de favorecer el retorno al campo tras la guerra; de ahí que muchas mujeres sigan dedicándose desde edad muy temprana al trabajo agrícola y ganadero, en la pequeña explotación familiar, o estacionalmente a jornal.Las dos décadas siguientes presentan un acentuado éxodo rural, que llevará a esas mujeres que no han tenido ocasión de instruirse hacia el servicio doméstico y otros trabajos eventuales y mal pagados en el mundo urbano: limpieza, talleres de confección, y también a la emigración hacia países de Europa occidental, como Francia y Alemania.En toda Europa occidental, en esos años aumenta notablemente el número de mujeres asalariadas, aunque con claras diferencias entre unos países y otros. La proporción de asalariadas es más alta en los países del Norte, pero las distancias se reducirán en los años sesenta por el rapidísimo aumento que dicha proporción experimenta en esos años en Italia, Grecia, España y Portugal. Una de las causas de ese auge generalizado es la reconversión de las que proceden de un trabajo independiente, en la agricultura o en el artesanado. Por ejemplo, en Francia, las asalariadas pasan de representar el 59 por 100 de la población femenina considerada activa en 1954 al 84,1 por 100 en 1975. Por otro lado, está aumentando el número de casadas y madres que trabajan fuera de casa, excepto en Holanda y Bélgica.La disminución de la fecundidad, a partir de los años sesenta, propiciada en buena parte por el uso de métodos anticonceptivos más fiables -como la píldora y el DIU- que los usados anteriormente, y de iniciativa femenina anticipada, que permiten a las mujeres planificar el número de embarazos que desean, o la época de su vida en que quieren tenerlos, es un factor que hay que tener presente al estudiar el acceso al mercado de trabajo que las mujeres llevan a cabo en esas décadas.Son años de importantes transformaciones en las viviendas (aumenta su número y su extensión), y en las condiciones en que se realiza el trabajo doméstico, debido a que se generaliza el agua corriente y la conexión a las redes de distribución de energía eléctrica y de gas, lo que elimina algunas de las tareas más pesadas y permite la mecanización de otras mediante el uso de electrodomésticos. También se difunde el uso de productos como conservas, platos semipreparados, etcétera, y pasan a adquirirse en el mercado artículos que antes se elaboraban en casa (ropa confeccionada y otros).La consecuencia es doble: al disminuir el volumen del trabajo doméstico, muchas mujeres ya no necesitan estar tanto tiempo en el hogar, y lo pueden dedicar al trabajo externo: al mismo tiempo, necesitan realizar ese trabajo para obtener los ingresos que puedan costear los equipamientos y bienes que sustituyen parcialmente al trabajo doméstico tradicional. Además, el aumento de la demanda dirigida a la industria de equipamiento hizo crecer en ella los puestos del trabajo, que a menudo fueron cubiertos por mano de obra femenina. Vemos así una serie de interrelaciones que conectan el proceso de producción que se realiza dentro y fuera del ámbito doméstico.Otros cambios que se están produciendo en esas décadas en las sociedades occidentales se refieren a la necesidad creciente de una mayor preparación en la mano de obra, como consecuencia del progreso tecnológico. Este hecho realza la importancia de la familia de origen, ya que esa preparación es algo que se debe acumular antes de la entrada en el mercado de trabajo, a diferencia de la situación en épocas anteriores, en que las necesidades de la mano de obra se centraban básicamente en la reposición de su fuerza muscular, que se asocia al papel del vínculo conyugal y de la familia de destino. Así pues, nos hallamos ante un aumento de las actividades relacionadas con la socialización de las nuevas generaciones y con aspectos de tipo cultural.Por otro lado, se van a desarrollar sistemas de protección social por parte de los Estados-providencia o del Welfare, que en cierta medida suponen el desenlace de debates y lucha de las décadas anteriores a la guerra. Los procesos de externalización y colectivización de actividades que antes atendían las mujeres desde el hogar doméstico, van a llevar al aumento de los empleos relacionados con la enseñanza y la salud, sectores en expansión, y esa será para muchas mujeres la forma de ingreso en el mercado de trabajo.Dentro de la gran variedad existente según los países, se puede hablar básicamente de tres modelos de Welfare States (Estados del bienestar): el estatista-corporativista alemán, el socialdemócrata sueco y el liberal estadounidense. En el caso alemán, la colectivización de los trabajos que antes se hacían en el hogar no ha sido muy intensa y se ha llevado a cabo fundamentalmente en el marco del Estado, pero en la medida en que ha aumentado el sector público, ha hecho crecer el empleo femenino; si de las alemanas occidentales que ejercían una actividad profesional en 1961, una de cada quince tenía un empleo público, en 1983 se trata de una de cada cinco.En los países escandinavos se ha producido una importante colectivización de esas actividades, llevada a cabo en una proporción mucho mayor que en otros países en el marco del Estado, que se hace cargo de escuelas, hospitales, guarderías, hogares para ancianos, etcétera. El resultado es que, al filo de los años noventa, más de la mitad de las suecas y casi la mitad de las noruegas que tienen un empleo trabajan para el sector público.En EE.UU., con un fuerte sector terciario, el proceso que aquí se describe se ha desarrollado sobre todo en el sector privado, produciendo también un considerable aumento de empleos femeninos. Hay que tener en cuenta la importancia de la expansión del sector terciario en su conjunto, no sólo de los empleos vinculados al tipo de servicios a los que se ha venido aludiendo aquí, sino también al enorme desarrollo de los trabajos de oficina, y a su alto grado de feminización, lo que también sucede en los países europeos.En efecto, desde el punto de vista del género se observa una fragmentación en la masa asalariada europea: predominio de los varones entre los obreros y entre quienes ocupan puestos dirigentes (cuadros superiores), frente a la masiva presencia de las mujeres en las oficinas. Las profesiones en que el reparto entre hombres y mujeres es más equilibrado son las de comerciantes, artesanos, técnicos y similares, profesiones docentes y liberales. Se hace necesaria, naturalmente, la referencia a los cambios en el panorama educativo femenino.El auge de las cifras de niñas escolarizadas en los distintos países europeos, especialmente entre 1970-75, ha permitido hablar de explosión escolar. En 1970, por ejemplo, en Noruega y en Francia, la proporción de quienes cursan estudios secundarios es tan alta entre las chicas como entre los chicos.En el paso de la enseñanza secundaria a la superior se observan mayores diferencias en el conjunto de los países de Occidente. Diferencias en cuanto a la proporción de universitarias, más baja que la de universitarios en esos años, y también en cuanto a la distribución entre las diferentes carreras. En 1964-65, en Holanda, país en que la escolarización femenina está generalizada, las mujeres representan la mitad que los varones en las cifras de estudiantes en la Universidad; en otros países, la proporción de universitarias es más alta, pero sigue quedando por detrás de la que muestran los varones. Las mujeres predominan en esos años en carreras de humanidades, lenguas, pedagogía, psicología, de acuerdo con unos roles de género que consideran estos estudios como apropiados para ellas, lo que contrasta con las elecciones realizadas por las primeras universitarias, en la segunda mitad del siglo XIX, que en muchos casos escogieron la medicina o las ciencias como vía de profesionalización.Vemos cómo las opciones más feminizadas son también, en líneas generales, opciones devaluadas en el mercado de trabajo, y cómo, el sistema escolar, teóricamente igualitario, desempeña su papel en la reproducción de las distinciones sociales entre las personas de uno y otro sexo.Un aspecto que merece ser destacado, en cualquier caso, es que la tasa de actividad profesional de las mujeres aumenta a medida que se eleva su nivel escolar, correlación que no existe en el caso de los hombres. La otra cara de la moneda es que la inserción de las mujeres en profesiones consideradas masculinas suele llevar consigo, especialmente en el sector privado, una penalización en el salario o en las posibilidades de promoción a puestos directivos, en comparación con las oportunidades de sus compañeros varones.En resumen, la presencia de las mujeres en el mercado de trabajo supone un nivel de independencia personal y frente al vínculo conyugal, antes desconocido. El precio pagado es la doble jornada, al seguir ocupándose mayoritariamente del trabajo doméstico, ante la escasa colaboración masculina.En España, el cambio de orientación en la política económica que se produce a finales de los años cincuenta va a tener sus consecuencias en la situación de las mujeres en el ámbito laboral. En efecto, la salida de la autarquía y el deseo de integrar la economía española en el marco de las economías capitalistas de Occidente, llevará a un cambio en la legislación, a través de la Ley de Derechos Políticos, Profesionales y Laborales de la mujer, en 1961. (Se puede recordar que en 1951 un Convenio de la Oficina Internacional del Trabajo, OIT, había establecido la igualdad de salario para la mano de obra masculina y femenina para trabajos de igual valor, y que así se establecía también en el Tratado de Roma, que creó la Comunidad Económica Europea o Mercado Común, en 1957). Sin querer reconocer un cambio de orientación, la ley, que se presenta como una adecuación a la realidad del momento, ensancha las posibilidades de las mujeres en el ámbito laboral, aunque sigue manteniendo ciertas excepciones.En el caso español, el incremento del número de mujeres que tienen un empleo en los años sesenta y setenta no responde tanto a la colectivización de tareas y servicios que antes se llevaban a cabo en el hogar, sino que se relaciona con la expansión económica de esos años, con el fenómeno del turismo y con las bajas cifras del punto de partida en relación con las características de la etapa anterior. El Welfare no se desarrolla en España en esas décadas.Todavía para los años ochenta, es patente la escasez de servicios colectivos, y hay estudios que muestran cómo el cuidado de enfermos e incapacitados sigue gravitando sobre el sistema doméstico, es decir, en la inmensa mayoría de los casos, sobre las amas de casa.