Época: II Guerra Mundial
Inicio: Año 1940
Fin: Año 1940

Antecedente:
La Gran Oleada

(C) Isabel Cervera



Comentario

La gran ofensiva del oeste comenzó antes de concluir la campaña noruega. Su primer episodio fue la ocupación de Holanda, Bélgica y Luxemburgo. El 10 de mayo de 1940, descendieron 4 batallones de paracaidistas y un regimiento aerotransportado y tomaron los puentes de Rotterdam, Dordrecht y Moerdijik. El segundo ataque tuvo por objetivo La Haya, donde tomaron tierra un batallón de paracaidistas y dos regimientos aerotransportados con la intención de capturar al Gobierno y los centros claves de la Administración, aunque fracasaron. Simultáneamente, 150 kilómetros al este, una división panzer penetró en el país y, en tres días, enlazó con los aerotransportados de Rotterdam. Dos días después capituló el Gobierno y la reina Guillermina huyó a Londres.
Bélgica debía ser invadida por el VI Ejército (von Reichenau), cuyo camino estaba cerrado por el canal Alberto, cruzado por dos puentes minados y protegido por el fuerte Eben Emael, considerado capaz de resistir cualquier ataque. Reichenau, que sólo contaba con 500 aerotransportados, lanzó 72 en planeadores sobre el techo del fuerte, que tomaron por sorpresa, así como los puentes. El mando aliado se convenció de que empezaba la invasión según sus previsiones y desplazó a Bélgica todas las reservas preparadas. El ataque a Bélgica era, sencillamente, una trampa.

La gran ofensiva la estaba preparando secretamente el grupo de ejércitos de von Rundstedt que, secretamente, avanzó 50 divisiones por Luxemburgo y Bélgica hasta alcanzar el norte de las Ardenas. En la madrugada del 13 de mayo, el 19 Cuerpo blindado (Guderian), que iba en vanguardia, se aventuró, cubierto por los árboles, en los caminos de leñadores de la impracticable meseta. La clave de la operación residía en la velocidad con que lograran pasar las Ardenas y cruzar el Mosa.

Vigilaban las Ardenas fuerzas ligeras de caballería francesa y el mando tardó en enviar una división de infantería que, al llegar, contribuyó al desorden en una zona desconocida. Si los franceses hubieran volado entonces los puentes del Mosa, los tanques de Guderian, al desembocar de las Ardenas, habrían quedado atrapados en una situación muy comprometida y expuestos a un peligroso ataque de flanco. Pero cuando Guderian llegó al río, los puentes estaban intactos y decidió cruzar la corriente sin esperar la llegada de la infantería que venía detrás; los Stuka atacaron las posiciones francesas, mientras los carros y artillería las cañoneaban desde la ribera opuesta, hasta que los alemanes cruzaron el Mosa en botes de goma y establecieron una pequeña cabeza de puente. La sorpresa y los bombardeos en picado desbandaron a los soldados franceses y, aunque el 14, sólo una división alemana había cruzado el río, nadie la atacó. La sorprendente situación extendió el caos entre los franceses y sólo la 1.ª División se mantuvo en su puesto. Escasa de gasolina, atacó a 3 divisiones panzer y le destruyó 100 carros, a cambio de perder todos los suyos. Entre tanto, llegó el grueso de fuerzas alemanas que, el 16, se lanzó hacia el oeste en cuatro direcciones.

Los alemanes de Bélgica habían sido contenidos por las tropas francesas, británicas y belgas y el mando intentó restablecer un nuevo frente francés más al sur. Para evitarlo, los alemanes penetraron en cuña y corrieron hacia la costa, en una maniobra espectacular que reveló las dotes de Guderian y Rommel. Este último, como general de la 7ª División panzer, marchaba en vanguardia y maniobraba según veía evolucionar la situación: sus carros, cubiertos por los Stukas, corrían en cabeza, sin combatir y sólo preocupados por avanzar; más tarde llegaba la infantería, que limpiaba los puntos imprescindibles mientras la artillería cubría los flancos. E1 15 de marzo, Rommel avanzó 20 kilómetros; el día 16, otros 40; el 17, debió retroceder en busca de sus tropas, que había dejado rezagadas mientras su carro se internaba en el despliegue francés.

A los ocho días de cruzar el Mosa, los alemanes llegaron al mar y la 21 División panzer tomó Abbeville. Las líneas de suministro aliadas en Bélgica habían quedado cortadas y las tropas británicas tenían una difícil retirada porque los puertos del canal estaban a punto de caer. El día 22 los panzer aislaron Boulogne; el 23, Calais; sus vanguardias tomaron Gravelinas, a 15 kilómetros de Dunkerque, y las tropas del general Reinhardt llegaron al Canal en la línea entre Aier y St. Omer. A los ingleses se les habían cerrado las salidas, sólo les quedaban Dunkerque y estaba a punto de caer. Entonces Hitler, nadie sabe porqué, ordenó que las panzer se detuvieran.

A pesar del desastre, la mayor parte de las tropas aliadas continuaba en su puesto y el Gobierno británico ordenó a las suyas romper el cerco para internarse hacia el sur de Francia. El 19, el presidente francés Reynaud sustituyó al comandante en jefe, general Gamelin, por el prestigioso y anciano general Weygand, que ordenó suspender las operaciones para hacerse cargo de la situación. Perdió tres días preciosos sin comprender que, en aquella guerra, la velocidad y el tiempo eran las armas decisivas. Cuando el contraataque británico fracasó en Arras, el Gobierno de Londres autorizó la retirada de sus tropas. Todavía resistía el Ejército belga, con la mayor parte del país ocupada por los alemanes, cuando el rey Leopoldo decidió rendirse, no huir a Londres en avión y soportar la situación que padeciera su pueblo. Su decisión y el hundimiento del frente belga comprometió, aún más, la retirada de los ingleses, cuyo Gobierno ya había movilizado todas las embarcaciones de la isla en previsión del repliegue.

Todos los mercantes mayores de mil toneladas, situados entre Harwich y Weymouth, quedaron a las órdenes del almirante Ramsay, comandante naval de Dover. Se esperaba salvar unos 45.000 soldados pero, el 28 por la noche, sólo 25.000 estaban preparados para embarcar en completo desorden y sin armamento. La Luftwaffe inició el bombardeo de la costa y los barcos, aumentando progresivamente sus ataques contra los hombres que esperaban en las playas, aunque muchas de las bombas fallaron, hundiéndose en la arena sin explotar. Buergues, cerca de Dunkerque, donde había quedado la mayor parte de la impedimenta británica, fue arrasado por cinco días de bombardeo. El mar, a pesar del apoyo de la RAF, se había convertido en un infierno y los aviones alemanes hundirían toda clase de embarcaciones. El tiempo era bueno pero la falta de barcazas para llegar desde la arena a los barcos, retrasaba la operación. A la llamada del Gobierno británico, toda clase de embarcaciones, medianas, pequeñas y minúsculas se dirigió a la costa francesa para rescatar a los soldados.

La retirada fue protegida por el I Ejército francés que resistió durante tres días; el general Lacroix contuvo el ataque de Guderian, Reinhardt y

Hoeppner; el general Jaussen aguantó en Bray-Dunes a costa de numerosas bajas; en Arras, como soldados de la Légion Etrangère resistieron los republicanos españoles recién llegados de Narvik. El 2 de junio embarcaron los últimos soldados; en nueve días se habían salvado 338.000, entre ellos 120.000 franceses. La Marina británica empleó 987 buques de todo tipo y la RAF derribó 179 aviones y perdió 29.