Época: Arte Español Medieval
Inicio: Año 1 A. C.
Fin: Año 1 D.C.

Antecedente:
Influencia bizantina al norte del Duero

(C) Ramón Corzo Sánchez



Comentario

En esta localidad a orillas del Duero, en el límite de las provincias de Valladolid y Zamora, falleció el rey Chindasvinto y fue sepultado en un gran monumento dentro de la iglesia que él mismo había edificado y que tenía forma de cruz; así se recoge en la continuación de la crónica de San Isidoro y se mantenía aún en el siglo XVI, cuando la vio Ambrosio de Morales, que conoció sus arcos de herradura y sus columnas, así como la obra de la que se deshicieron para formar la iglesia actual. Allí se conserva un sarcófago liso de mármol blanco, como el de San Fructuoso de Montelios, en el que están los restos de un varón adulto y una mujer joven a los que se identifica con Chindasvinto y su nuera Reciberga. El sarcófago está a un lado de la capilla lateral derecha; la disposición de la iglesia es realmente singular, con torre sobre la puerta occidental, dos capillas laterales en el primer tramo y una nave muy larga sin más dependencias; el ancho de la fachada es de 24 metros y el de la nave 12, por lo que puede suponerse que la zona de los pies de la iglesia está trazada aún sobre un edificio de metrología visigoda.
Con los elementos arquitectónicos dispersos por la iglesia, casas vecinas e iglesias de pueblos cercanos, se forma un inventario de dieciséis capiteles, entre los que están los mayores y de mejor calidad de la serie bizantina leonesa, pero hay también basas, fustes, cimacios, una mesa de altar mozárabe labrada sobre un pedestal romano de granito, algunos modillones sin decorar y una mesa de altar visigoda, con el canal perimetral de limpieza.

Se hace difícil creer que unos monjes desconocidos, cuyo primer testimonio de comunidad cristiana es del siglo XII, en forma de priorato anejo a San Pedro de Montes, hubieran desarrollado un gran programa constructivo a comienzos del siglo X, manteniendo la veneración del sarcófago de Chindasvinto, al que se daba culto de santidad allí hasta el siglo XVI. Es desproporcionado que ellos trajeran un considerable número de piezas de mármol de excelente labra desde el Bierzo, cuando se limitaron a grabar la relación de reliquias de su altar en un pedestal reaprovechado; el altar visigodo y el sarcófago real se corresponden bien en material y calidad de labra con los magníficos capiteles que allí existen; el testimonio de Ambrosio de Morales, sobre la conservación de la iglesia cruciforme en el siglo XVI, es de gran valor, puesto que sería impensable que los monjes mozárabes fueran los constructores de un mausoleo real visigodo.

Los capiteles de San Román de Hornija son uniformes en material, técnica de labra y recursos de taller; puede pensarse que se fabricaron para un mismo edificio, por un solo taller y en poco tiempo; sin embargo, las riquísimas variedades de tratamiento de los mismos motivos, que hace a cada pieza una obra diferente, es otra característica del taller que permite precisar los prototipos y su evolución.

El modelo de capitel más cercano a los clásicos tiene una disposición regular de hojas y volutas, pero en el haz de las hojas lleva un tallo del que parten volutas y esta disposición se repite en las flores de ábaco, que son de gran tamaño; una pieza magnífica y con rasgos puramente visigodos es la columna que sirve de soporte al púlpito de la iglesia, con estrías torsas en el fuste, que rematan en una fila de hojas nervadas, y un capitel de dos filas de pencas lisas y caulículos gruesos rematados en volutas simétricas; en el porche de la antigua casa rectoral, frente a la iglesia, hay una serie de columnas reaprovechadas entre cuyos capiteles se encuentra uno de acanto espinoso, como los bizantinos del siglo VI, con ocho hojas en la fila inferior y cuatro en la superior que hacen al tiempo de volutas, cráteras y veneras en los planos de las caras y un ábaco clásico de contario entre filetes; otro capitel inmediato tiene tres pisos de hojas de acanto como los visigodos de Sevilla y Córdoba. Junto a ellos se encuentran otros más avanzados con recursos de fantasía para el tratamiento de las hojas, que se sustituyen por cañas trenzadas, palmetas y veneras.

Un capitel conservado en Toro tiene dos filas de acanto carnoso entre las que se disponen aves, como las de los roleos visigodos, que en otros capiteles están picando un racimo en la misma disposición que se observa en San Pedro de la Nave. Como piezas destacadas del conjunto y las de primera categoría entre todos los capiteles leoneses, están las dos aprovechadas de pila de agua bendita; la inferior tiene tres filas de hojas carnosas, con rizos en los tallos, mientras que la superior ofrece hojas rizadas y de envés picudo, entre las que brotan haces para soportar los caulículos; ambos capiteles tienen collarinos sogueados, y presentan los característicos polígonos rehundidos entre los ápices de las hojas, procedentes de Constantinopla, combinados con los rizos típicos del taller leonés.

Por la altura de estos capiteles, superior a cincuenta centímetros, puede suponerse que pertenecieron a un edificio realmente monumental y su exquisita calidad, formada sobre la base de unos conocimientos que sólo pueden venir de la Constantinopla de los siglos VI y VII, pero manejados por un artista libre y original, corresponde bien con la categoría que puede suponerse al mausoleo de Chindasvinto, quien pudo ser el promotor de esta escuela bizantina de tallistas en el Bierzo y el que contrató a su excelente maestro.