Época: Blitzkrieg
Inicio: Año 1934
Fin: Año 1939

Antecedente:
La crisis checa

(C) Andrés Ciudad y María Josefa Iglesias



Comentario

Consecuencia directa del éxito de Hitler es la formación del gran Reich de 80 millones de habitantes, la adquisición de zonas industriales esenciales para la producción metalúrgica y la dislocación del sistema francés de alianzas de retaguardia, a la vez que aumenta el prestigio de la Alemania nazi en la Europa danubiana y balcánica.
Asombra que este profundo cambio en la relación de fuerzas entre las grandes potencias europeas se realice mediante la simple amenaza de un acto de fuerza. ¿Por qué permitieron las grandes potencias la expansión alemana de 1938?

En el caso austriaco, el Gobierno de Viena piensa, y con razón, que no puede contar, para defenderse de las amenazas alemanas, ni con sus vecinos danubianos ni con las grandes potencias; la única potencia que demostró interés por evitar el Anschluss en 1934 -Italia-, ha cambiado su política en el curso de los dos últimos años con la perspectiva de un conflicto entre sus intereses y los franco-británicos en el Mediterráneo.

En el caso de los Sudetes, el Gobierno de Praga, en parte, se resigna a abandonar su resistencia a Alemania a consecuencia de la presión que en este sentido realizan Francia y Gran Bretaña.

La política francesa de estos años se muestra vacilante, sin iniciativa, obsesionada por asegurarse previamente el visto bueno y la promesa de ayuda del Gobierno británico; para que Francia hubiera podido desarrollar una política enérgica en favor de Austria y Checoslovaquia, hubiese tenido que contar con la colaboración de Bélgica, Polonia y Rumania, países por los que tendría que pasar el Ejército francés y el de su aliado soviético en el hipotético caso de que Francia decidiese la intervención militar.

En ningún momento, ninguno de estos tres países se mostrará dispuesto a permitir un paso de tropas que hubiese sido posible en el marco del Pacto de la Sociedad de Naciones. De esta manera, la tímida y vacilante política francesa se mantiene ajustada a la decisión del Gobierno británico de aplicar al expansionismo alemán su política de apaciguamiento.

La constatación, a posteriori, de los errores que encerró la política de apaciguamiento, llevó a los dirigentes políticos que se hicieron adultos en los años treinta a comportarse de una manera radicalmente opuesta cuando se enfrentaron a las crisis internacionales de los años cincuenta y sesenta, considerando que toda política de apaciguamiento era entreguista y conducía a la guerra; así, la experiencia de los años treinta creaba una categoría histórica que operará en la guerra fría.

Sin embargo, antes del fracaso de Munich, la política de apaciguamiento había sido otra cosa muy distinta que se puede valorar de una manera o de otra, pero que se debe entender en su contexto. El apaciguamiento no fue una política a la deriva, ni la ausencia de una política; como señala Robert O. Paxton, el apaciguamiento fue un esfuerzo calculado y enérgico de Chamberlain para localizar las raíces de las frustraciones alemanas y remover los puntos peligrosos, uno a uno, negociando, en vez de dejarlos sin control como en 1914. Antes de 1938, apaciguar era simplemente reducir fricciones y conflictos; en este sentido, la política de Chamberlain, política que Francia aceptó, era razonable. Sólo después de que esta política fracasase en su intento de evitar la guerra, apaciguar se convirtió en entregar.

La política de Chamberlain se apoyaba en un conjunto de ideas admitidas por muchos. En primer lugar, los supervivientes de la Primera Guerra Mundial estaban convencidos de que Europa no podría sobrevivir a otro baño de sangre similar al que ellos habían vivido.

En segundo lugar, numerosos sectores consideraban que el nazismo no era más que una consecuencia política del tratado de Versalles y que Hitler prefería una negociación pacífica para lograr el sueño de 1848 de unir a todos los alemanes bajo la misma bandera.

Finalmente, el apaciguamiento descansaba también en consideraciones de orden interno nacidas de lo que podríamos llamar el" síndrome de octubre": el convencimiento de que el "fenómeno guerra" va siempre unido con el de revolución y que Hitler era una buena barrera contra la expansión de la revolución social en la Europa central.

Inmediatamente después de concluir el tratado de Versalles, la opinión pública y el Gobierno de la Gran Bretaña empezaron a considerar que ese acuerdo no era bueno y que debía ser revisado.