Época: Bliztkrieg
Inicio: Año 1940
Fin: Año 1942

Antecedente:
Inglaterra resiste sola
Siguientes:
Golpe de mano en Escandinavia
Mers-el-Kebir
Aislar a Gran Bretaña
La ayuda norteamericana
La ayuda norteamericana

(C) Andrés Ciudad y María Josefa Iglesias



Comentario

Cuando en 1933 llegó Hitler al poder, una de sus medidas fue incrementar el poderío de su flota de guerra, saltándose las limitaciones que el Tratado de Versalles imponía a Alemania. Para ello se sacaron de las cajas blindadas los planos de nuevos buques que en secreto se habían seguido proyectando. Así, en ese mismo año, comenzaron a construirse en Finlandia 14 submarinos de 250 toneladas, que en 1935 formaron escuadrilla y se convirtieron en escuela de submarinistas. En ese mismo 1935, Berlín lograba que Londres, por medio de un tratado bilateral, permitiera la expansión de su flota hasta un 35 por ciento del tonelaje de la británica en cuanto a buques de superficie y en un 45 por ciento en lo que respecta a sumergibles.
Comenzó entonces en Alemania una enorme actividad para recuperar los años perdidos. En 1936 recibió la flota su tercer acorazado de bolsillo, se pusieron las quillas de 5 cruceros pesados, 16 destructores, 28 submarinos... Al mismo tiempo la Marina reclutaba alumnos para sus academias y marineros para sus buques, contando en 1936 con 40.000 hombres muy bien adiestrados.

Jefe de la Marina de guerra alemana era desde 1928 el almirante Erich Raeder, discreto simpatizante del nazismo pero alejado de intrigas del partido. Contó con la confianza de Hitler hasta que la guerra comenzó a ser claramente desfavorable para Alemania, pero en estos días de euforia constructora, el Führer y su jefe naval estuvieron bien sincronizados. Raeder nombró jefe del arma submarina a Karl Doenitz, un gran táctico que se convertiría con el tiempo en la pesadilla de Gran Bretaña.

Hasta la primavera de 1938, toda la organización de la Marina de guerra alemana se dirigió contra Francia. Raeder, con la promesa de Hitler de que Alemania nunca atacaría a Gran Bretaña y con la constante insinuación de la enemistad francesa, preparaba una flota capaz de asegurar a su país el suministro de 29 millones de toneladas de materias primas que legaban por mar y sin las cuales la economía e industria alemana hubieran sido estranguladas; a la vez, aprestaban los barcos adecuados para desarticular la navegación comercial francesa y las comunicaciones con sus colonias.

Pero en mayo de 1938, Hitler comunicó a su almirante que debía elaborar un nuevo plan para la Marina en él que entrase, también, la posibilidad de tener a Londres como enemigo.

Evidentemente, Raeder no podía hacerse muchas ilusiones. Si ya tenía graves dificultades para competir con Francia, a la sazón cuarta potencia naval de la tierra ¿qué podría hacer para medirse, simultáneamente, al país más poderoso de los mares? Contaba con seis años de plazo para realizar el milagro, pues Hitler le aseguró que no iría a la guerra antes de 1944 o 45.

Rápidamente elaboraron los alemanes el plan Z, dividido en dos etapas: la primera, hasta 1942, les proporcionaría una escuadra que podría incordiar severamente al comercio ultramarino británico, sensible a cualquier perturbación y muy vulnerable porque la metrópoli precisaba un promedio de 100.000 toneladas de alimentos y materias primas y exportaba no menos de 30.000 toneladas, lo que le obligaba a mantener en el mar más de dos mil buques continuamente. La segunda fase, hasta 1945, redondearía la escuadra alemana y la pondría en disposición de medirse a la británica.

El plan Z preveía la construcción de 6 formidables acorazados de 54.000 toneladas (8 piezas de 406 mm); 12 acorazados de 20.000 toneladas (8 cañones de 305 mm); 4 portaaviones de 20.000 toneladas y 34 nudos de velocidad, capaces de llevar 55 aviones; 38 cruceros de 5.000 a 8.000 toneladas de 35,5 nudos de velocidad y 16.000 millas de autonomía; 250 submarinos, 68 destructores, 90 torpederos y 300 buques menores. En suma una poderosa flota a la que debían sumarse las unidades ya en construcción o totalmente terminadas.

Como se ve, el almirantazgo alemán aún creía en los grandes cañones y daba escasa relevancia a los portaaviones. El plan Z nunca llegó a realizarse, pues la guera comenzó en 1939, pero esa gran flota tampoco hubiera podido medirse de igual a igual con los británicos, que a esas horas tenían en el mar -o esperaban su inmediata entrega- 12 portaaviones.

Con la declaración de guerra, Raeder hubo de suspender todo el proyecto. Sólo se siguió la construcción de los grandes barcos que estaba a punto de concluirse y se desguazó aquello que apenas había comenzado. Todo en favor del arma submarina, la única que podría causar graves perturbaciones en el comercio británico. Se proyectó la construcción de 29 submarinos mensuales, pero la escasez de materias primas redujo la fabricación a un promedio de 4 ejemplares en los diez meses que van desde el ataque alemán a Polonia a la invasión de Francia, los astilleros sólo entregaron 42 unidades.

La abismal diferencia entre las flotas llamadas a enfrentarse no requiere mayor comentarios, pero no es ocioso insistir en la calidad del material. Dejando al margen a Francia -por su efímera contribución naval a la contienda- y a Italia -por su localizada actuación tenemos a Gran Bretaña frente a Alemania, con una flota inmensamente más poderosa. Técnicamente, las diferencias eran menores. La artillería alemana resultó tan buena o mejor que la británica, sus buques fueron -en general- más rápidos y con mayor autonomía y sus submarinos, indudablemente superiores y servidos por la mejor escuela de submarinistas del mundo. En una cosa estaban muy por delante los británicos, en el radar, y en algo mejor los alemanes, los radiotelémetros de tiro.

No existe comparación entre ambos avances: los radiotelémetros servían cuando los buques podían verse entre sí y eran poco útiles en la oscuridad profunda o tras cortinas de nubes o humo... era un gran avance, sí, pero con enormes limitaciones y una no pequeña era su peso -de unas veinte toneladas- y volumen; su alcance, por otro lado, era escaso; no más de 40 kilómetros en el mar.

El radar, infinitamente más ligero, podía localizar blancos mucho más lejanos de forma más definida -de noche o de día- y seguirlos automáticamente. Ya en 1943, los cañones de algunos acorazados británicos y estadounidenses disparaban en la más completa oscuridad guiados por radar y lograron blancos perfectos a más de 10.000 metros.

En resumidas cuentas, los aliados no sólo tenían una gran superioridad en buques de guerra convencionales, sino también en portaaviones y hasta en los avances técnicos para manejarlos. La guerra en el mar estaría decisivamente regida por esta situación de principio.