Época: Expansión bizantina
Inicio: Año 1 A. C.
Fin: Año 1 D.C.

Antecedente:
La época de expansión bizantina

(C) Miguel Cortés Arrese



Comentario

Ligeramente distinto es el caso de Sicilia, vinculada desde antiguo al Oriente cristiano. Tras la conquista normanda de 1091, sus reyes favorecieron todas las artes, tratando de obtener de cada una lo mejor: su Capilla Palatina estaba construida de acuerdo con las reglas de la arquitectura latina; sus muros estaban tapizados de mosaicos bizantinos y su nave cubierta con una techumbre de estalactitas, con pinturas árabes. No hacían sino adaptarse a las costumbres de su país que había conocido las tres culturas; en cuanto a la parte bizantina, el interés se fundamentó, además, en razones de prestigio: los mosaicos y su arte, la indumentaria o las ceremonias de la corte de Palermo, estuvieron inspirados en modelos constantinopolitanos para responder al deseo de los reyes normandos de Sicilia de equipararse a sus rivales bizantinos. No es de extrañar, pues, que Roger II figurase en monedas y sellos a la manera del emperador de Bizancio. Este propósito le debió guiar a la hora de dirigirse al basileus, durante las negociaciones para conseguir una princesa como esposa de su hijo, y pedirle que le tratase como un igual, demanda que el emperador Manuel no pudo menos que estimar improcedente.
Los mosaicos de la catedral de Cefalú -1148/ 1170- hubieron de ser fijados sobre un edificio de planta basilical sin cúpula, por lo que fue necesario colocar la imagen del Pantocrátor en el ábside, mientras la Virgen, acompañada de cuatro arcángeles, ocupaba el cuerpo inferior y más abajo todavía los doce Apóstoles. Si se observa el conjunto, se aprecia la incapacidad del artista a la hora de adecuar los grupos de imágenes al nuevo marco arquitectónico; pero consideradas una a una, son creaciones excelentes de la época de los Comnenos, hechas por artistas procedentes de la capital que trajeron consigo sus cuadernos. Así ocurre en la enorme representación de Cristo, captado con una limpieza de dibujo que tiende al grafismo sin comprometer la unidad plástica de la visión. La ejecución es bella y su rostro está lleno de majestad, pero, sin embargo, carece de la espiritualidad y la fuerza de Dafni. Es un estilo menos clásico, que sería seguido de cerca por mosaístas que trabajaron unos cuarenta años más tarde en Monreale.

La Capilla Palatina de la residencia real de Palermo, obra también de Roger II, fundada en 1132 y consagrada en 1142, admirable mezcla de elementos heterogéneos, resultó ser una basílica con cúpula, apareciendo el Pantocrátor en la cúpula y en el ábside y debajo del ábside, donde ahora hay una Theotokos del siglo XVIII, colocaron una ventana, por lo que de nuevo los mosaístas tuvieron que alterar sus esquemas, además de introducir algunos temas a instancias del rey.

Las distintas etapas por las que atravesó la decoración del recinto, que se alargó hasta los años setenta, la intervención de maestros locales -con seguridad en los mosaicos de la nave- y las drásticas restauraciones sufridas, impiden establecer con precisión si la calidad del trabajo aquí realizado puede equipararse al de Cefalú. Los mejores de todos ellos corresponden a la cúpula y sus apoyos y son obra de un taller griego: la técnica es excelente, las gradaciones de tono y color son delicadas, los ropajes fluidos y las figuras elegantes; la famosa representación de San Juan Crisóstomo sirve para mostrar la refinada naturaleza de este trabajo: un asceta que el mosaísta bizantino ha representado en esta visión casi inmaterial del que fue gran teólogo y orador del siglo V. Se trata de una imagen muy diferente del retrato del santo del siglo IX que se conserva en Santa Sofía y que refleja muy bien la evolución que ha sufrido la pintura bizantina durante este tiempo.

Sólo la pequeña iglesia de la Martorana, consagrada en 1143 por el almirante Jorge de Antioquía a la Theotokos, produce la impresión de ser un santuario bizantino. Se ha intentado seguir la planta de iglesia centralizada con cúpula, aunque las proporciones son poco elegantes y columnas y capiteles son despojos de distintos tamaños, algunos arcos son apuntados y la bella torre es de diseño francés.

La decoración fue hecha a instancia de un oficial de la corte, no del monarca, y el carácter del mecenas parece reflejarse en los mosaicos, pues están dotados de una intimidad y una sencillez ausente en otros monumentos de la isla. Así ocurre en la Presentación en el Templo que participa también de un sentimiento más humano, común a buena parte de las obras del siglo XII. En la Natividad y en la Dormición, el drama es evocado con una ternura y una dignidad que alcanzará su expresión más cumplida en la segunda mitad de la centuria.

La concepción jerárquica del siglo X está, sin embargo, muy acentuada en dos paneles del nártex y que aluden, respectivamente, a la Coronación de Roger II y a La Dedicación de la Iglesia a la Virgen por Jorge de Antioquía. La Coronación sigue muy de cerca la iconografía al uso y que se formaliza, por ejemplo, en el marfil de Romanos; la figura del rey es casi tan grande como la de Cristo y a través de la Coronación asume el papel de vicerregente en la tierra. Pero en la escena de la Dedicación, el Gran Almirante aparece como un ser insignificante ante la figura divina de la Virgen. El artista quiso poner el acento, por un lado, en la importancia del monarca y, por otro, en la inmensidad del vacío que separaba la forma divina de la Virgen de la forma humana del Almirante, el mundo espiritual del material.

La dicotomía manifiesta entre la arquitectura preferentemente occidental y la decoración de esencia bizantina, lleva a pensar que los grandes señores sículo-normandos se guiaban por criterios de orden práctico. Siguieron construyendo sus fortalezas e iglesias de este modo porque pensaban -probablemente con razón- que aquéllas serían más fuertes y éstas más monumentales, espaciosas y mejor adaptadas a la liturgia occidental que sus equivalentes bizantinas, mientras que importaban de Constantinopla aquello en lo que consideraban eran superiores: esmaltes, puertas de bronce, mosaístas. La defensa de estos planteamientos haría de la catedral de Monreale, ideada por Guillermo II como mausoleo y con el propósito de emular a Roger II, el conjunto más atípicamente bizantino de toda Sicilia.

No sólo su tamaño -de eje longitudinal, con 102 metros de largo y 40 de ancho- es lo que sorprende (Beckwith). En una iglesia bizantina había una perfecta armonía de los paneles de mármol que cubrían los muros y los mosaicos que ocupaban las bóvedas. En Monreale, los paneles de mármol sólo alcanzan el nivel de las ventanas más bajas. En una iglesia bizantina, la decoración pone el acento en la función litúrgica y las principales fiestas de la Iglesia; no podía ocurrir como aquí, donde se han incorporado asuntos como la historia de San Pedro y San Pablo al objeto de desarrollar una tarea expresamente didáctica y con un tratamiento claramente narrativo.

Los mosaicos -hacia 1190- constituyen lo más relevante de la catedral. Después de Santa Sofía de Constantinopla, es el conjunto decorativo más grande que nos ha llegado. Se extiende sobre 6.430 metros cuadrados y sobrepasa en unos 2.000 a los de San Marcos de Venecia. Su estilo expresivo, menos elegante y bello que en los otros trabajos sicilianos -en algún caso se repiten escenas de la Capilla Palatina-, es coincidente con el de lugares tan apartados como San Jorge de Staraya Ladoga -1180- en el Norte de Rusia o Lagondera en Chipre -1192- y tiene su origen en Nerezi.