Comentario
El nagara o templo hindú del norte de India se concibe pues como un mandala, pero también como la morada del dios, como el monte Meru (el Olimpo de la mitología hindú), y tanto su proyecto como su construcción se ritualizan como si se tratara de un sacrificio, de una ofrenda; se parte siempre de un planteamiento espiritual y nunca estético o funcional.
Lógicamente, los nagara son la ejecución, la puesta en práctica, de los Vastu-Sastras, o manuales sagrados de arquitectura (los Silpa-Sastras lo son de iconografía). Los Sastras son interpretados respectivamente por el Sthapati (brahman-arquitecto) y por el Silpin (sacerdote-artista).
Según los Vastu-Sastras, los dos volúmenes arquitectónicos que definen un nagara son el Sikara y la Mandapa. El sikara o torre constituye la habitación del dios (garbha grya), es decir, nuestro sancta sanctorum, cuyo acceso sólo está permitido a los sacerdotes que cuidan de la imagen de culto. La cubierta del sikara es siempre la más elevada del templo, porque la idea de altura va unida a la de sacralidad, igual que en occidente. Sin embargo, la estancia permanece oscura, apenas iluminada por el fuego de las lamparillas y la escasa luz que atraviesa la angosta abertura de la puerta; porque la sacralidad se identifica también con la oscuridad.
El aspecto curvilíneo del sikara no traduce una cubierta abovedada, pues según postulan los Vastu-Sastras, las piedras deben dormir unas encima de otras; el hombre no debe quebrantar la función que desempeñan en la naturaleza, no debe alterar su reposo, ni someterlas a empujes ni tensiones artificiales. Así que todas las formas de cubiertas abovedadas en la arquitectura hindú se consiguen por pura y simple aproximación de hiladas, y por una esmerada labra escultórica.
El otro volumen protagonista es la mandapa, literalmente pabellón, que consiste en una sala hipóstila, destinada principalmente a la oración de los fieles, pero que también puede usarse para ofrendas y danzas destinadas al dios, o simplemente para reuniones espirituales. Suele ser de libre acceso, incluso para los no creyentes, y su uso menos sacro permite una mayor luminosidad y una decoración más profana; por esta misma razón su cubierta es menos elevada y no aparece tan trabajada escultóricamente, por lo que su aspecto general, troncopiramidal y adintelado, traduce mejor la técnica arquitectónica.
Aunque el nagara evolucione cronológica y regionalmente, haciéndose cada vez más complejo y colosal, siempre partirá de estos dos volúmenes; aunque aumente en altura o en número de estancias, nunca sobrepasará el siguiente modelo: sala del dios (sikara), antesala del dios (jaga-mohana), sala de los hombres (mandapa) y antesala de los hombres (ardha-mandapa). Por mucho que la exuberancia decorativa transforme los sillares en piezas escultóricas, el nagara se distinguirá siempre por su masa arquitectónica, aislada en el paisaje, produciendo una fuerte tensión contra el cielo.
Los Estilos Regionales establecen la tipología de los nagara. En la vasta planicie indogangética el análisis más claro es el regional pues, a pesar de la amplitud cronológica (cuatro siglos de pujanza arquitectónica), los nagara casi no evolucionan debido a su destino ritual. Sin embargo, la diferencia de cultos locales y la diversidad del factor geográfico determinan características propias,
Esta diversidad regional se irá mitigando a partir del siglo XI por las mutuas influencias estilísticas entre unos reinos y otros. Los contactos se incrementan hasta el punto de que en el siglo XIII se pueden unificar los nagara en un único estilo, pero siempre la utilización preferente del material local y las necesidades domésticas de estas moradas de los dioses, seguirán distinguiendo técnica y ritualmente los nagara.