Comentario
Como se ha dicho, la resistencia a ultranza de las tropas francesas y el empleo por el régimen de Vichy de su escuadra, anclada en la base de Tolón, hubieran podido amenazar gravemente el éxito de Torch. La postura del mariscal Pétain era terminante: "Se abrirá fuego sin distinción contra cualquier agresor que intente invadir Marruecos, Argelia o Túnez".
Para evitar esa probable resistencia francesa los cónsules norteamericanos en Marruecos y Argelia se encargaron de contactar con los elementos civiles enemigos del régimen de Vichy para que estuvieran dispuestos a apoyar una eventual operación de comandos. También trabajaron a los militares, situados en los puntos clave, distinguidos por su antinazismo y por sus escasas simpatías al régimen de Pétáin.
Sin embargo, esto no era suficiente, porque la mayoría de los altos mandos, atados a la disciplina y a la lealtad hacia el gobierno de Vichy, no había resuelto qué hacer en el caso de una invasión. Por eso se consideró imprescindible contar con un general de superior jerarquía a los mandos de Marruecos y Argelia y, a la vez, que tuviera el suficiente prestigio como para eliminar suspicacias e insubordinaciones.
Los aliados recurrieron a Giraud, que vivía en la clandestinidad tras su evasión de la fortaleza alemana de Koenigsberg. Henri Giraud, próximo ya a los 70 años, era el típico militar salido de Saint Cyr, estirado, pulcro, distinguido, pero carecía de la fogosidad y el carisma de un De Gaulle, por ejemplo. No era el hombre más apropiado para el proyecto, pero resultó ser el único candidato.
En la noche del 4 al 5 de noviembre, el submarino británico Seraph emergió en las proximidades de la costa francesa de Lavandou. La mar estaba picada y hacía mucho frío. Los observadores del Seraph escudriñaron la costa próxima con sus prismáticos y, al fin, divisaron las señales de una linterna. Botaron una balsa y poco después recibieron en el sumergible a tres hombres con ropas de paisano, conducidos hasta allí por miembros de la resistencia francesa. Eran el general Giraud, su hijo Bernard y el capitán Beaufre.
Treinta y seis horas después, lejos ya de las costas francesas, un hidroavión recogió a los tres hombres y les condujo a Gibraltar. La gran base británica estaba atestada de buques de transporte y de guerra. "¡Dios mío -pensó Giraud - cómo puede pasar desapercibido todo esto!"