Comentario
En el año 490, partió de Cilicia una flota persa bajo las órdenes de Datis y Artafernes, con la intención de dirigirse, por el camino de las islas del Egeo, hacia Eretria y Atenas. Aquí parece definirse por primera vez, en la práctica, el proyecto de venganza por la colaboración prestada por ambas ciudades a la revuelta jónica. De hecho, lo que consiguieron fue el control de las Cícladas. En la isla de Delos, hacen un sacrificio a Apolo, al tiempo que, para Heródoto, se trata de la esclavización de los griegos. Resulta en cierto modo paradójico que tal esclavización vaya unida a esa ceremonia que recuerda la "vocatio" romana, sistema que sirve para propiciarse al dios de los enemigos. Ahora bien, al mismo tiempo, en esa expedición los persas inician una transformación en sus modos de relación social, donde la influencia griega no deja de estar presente, aunque el resultado de la guerra frustrara en cierta medida el proceso. De hecho, cada conquista traía consigo la sumisión de las poblaciones y la integración en el ejército, cada vez más heterogéneo.
Éste es el ejército que se dirige en las naves hacia Eubea, fuerte pero, al mismo tiempo, vulnerable, por su dependencia de las naves. La vía tracia se consideraba fracasada. El proyecto era el resultado mixto del imperio de formación terrestre ahora volcado a las acciones navales con apoyo de los fenicios y de los jonios. Sin embargo, se pretendía que su fuerte siguiera estando en la caballería, por lo que en la expedición iban unos transportes especiales dedicados al acarreo de las monturas. En Eretria los resultados les fueron positivos, destruyeron la ciudad y capturaron a los hombres. A continuación se dirigieron hacia el Ática.
Los atenienses estaban prácticamente solos. Las ciudades griegas que no habían mostrado su sumisión al persa tampoco reaccionaban en contra. Los espartanos estaban ocupados en las fiestas Carneas, cuyas jornadas principales coincidían con la luna llena y no podían abandonarlas para salir en expedición militar. La tendencia espartana a limitar su acción al territorio señalado por el istmo parece cada vez más consolidada, al margen del significado que pueda tener, internamente, la fuerte preponderancia del motivo ritual en una sociedad como la espartana. Sólo los de Platea enviaron un contingente, lo que quedó grabado en el espíritu de los atenienses, que manifestaban su agradecimiento en el plano jurídico y político tanto como en el de los honores religiosos. Los plateenses adquirirían un especial estatuto en relación con la ciudadanía y recibirían los honores propios de los ciudadanos muertos en el combate por la patria.
Parece que fue Hipias quien aconsejó el desembarco en Maratón, el lugar en que su padre recibió la adhesión de las poblaciones cuando marchó a Atenas para establecerse definitivamente como tirano. Las circunstancias eran sin duda diferentes, tanto las atenienses como las correspondientes a sus compañeros de desembarco, persas frente a atenienses, aunque en medio de éstos crecían motivos de discordia, paralelos a las vicisitudes políticas y sociales por las que pasa la ciudad durante estos años.
Ahora, el ejército persa, mayoritariamente formado por la caballería, se enfrenta al ejército hoplítico de los ciudadanos que defienden el territorio, posiblemente el mismo que les fue garantizado como posesión a través de las medidas del padre de Hipias. Son los campesinos los que llegan a tomar la defensa de la ciudad, los que pasarán a definirse como maratonómacos, el mayor timbre de gloria para un ejército y para una clase. Milcíades, el estratego que terminó imponiendo, por encima de las dudas de la mitad de sus colegas, la tesis del enfrentamiento en vez de la sumisión, terminó adquiriendo más prestigio y desempeñando un papel más importante que el arconte polemarco, Calímaco, que sirvió de árbitro, pero siguió las indicaciones del primero. Para éste, la batalla era el único modo de evitar la tiranía. Las vicisitudes concretas las cuenta Heródoto, cuya narración coincide con la representada en las pinturas que, según Pausanias, constituían el tema principal del Pórtico Pintado del ágora de Atenas. Estaban junto a las escenas de la guerra de Troya, con la que en cierto modo se identifica a Maratón, para equiparar a los hoplitas atenienses con los héroes de la epopeya homérica.
Cuando la derrota era clara para los persas, dice Heródoto que Hipias recibió una señal indicativa de que la ciudad estaba desguarnecida. El historiador de Halicarnaso no quiere creer que los emisores fueran los Alcmeónidas, pero sabe que muchos lo pensaban. Las tropas persas se dirigieron al puerto de Fálero rodeando el cabo Sunion, pero ya los atenienses estaban allí presentes. En Atenas, Maratón serviría como referencia de la ruptura definitiva con los persas, inicio del uso de la acusación de medismo como arma política de gran fuerza y de la elaboración del concepto de bárbaro como enemigo natural, digno de ser esclavizado porque los bárbaros mismos esclavizan y, además, todos son esclavos de un solo déspota, el rey.