Época: Bizancio
Inicio: Año 1300
Fin: Año 1450

Antecedente:
Rusia: la búsqueda de la diferencia

(C) Miguel Cortés Arrese



Comentario

Una obra, la Trinidad angélica de Rublev, expresa fehacientemente la madurez que había alcanzado este arte en el siglo XV, el siglo de oro ruso de la pintura de iconos.Siguiendo el texto del "Génesis" y la tradición iconográfica bizantina, la Trinidad era representada bajo la forma de tres ángeles recibidos en la mesa de Abraham en Mambré. Aquí, sin embargo, el pintor ha prescindido de la figura del Patriarca y de su esposa, Sara, reduciendo, en consecuencia, el símbolo a sus elementos esenciales.Los tres ángeles, sosteniendo un largo cetro entre sus manos, están sentados alrededor de una mesa baja sobre la que se sitúa una copa. Su cabeza pensativa está aureolada por un nimbo de oro. Sus ojos tienen una expresión misteriosa y sus grandes alas plegadas, hacen pensar en pájaros posados un instante sobre la tierra esperando remontar el vuelo.Los tres mensajeros se parecen como hermanos porque simbolizan un Dios único bajo una triple encarnación. Da la impresión de que los místicos visitantes no son criaturas de carne y hueso, sino seres del más allá, espíritus puros.El paisaje mismo está en consonancia con este misterio. La encina verde de Mambré, con el tronco bajo y nudoso, y el propio peñasco sobre la que se asienta, se orientan en el sentido de los ángeles. La composición elegida tampoco es casual, pues de acuerdo con la iconografía cristiana, el círculo es el símbolo del cielo, de la serenidad, del deseo de unidad.El color, por último, contribuye a lograr una integración de los elementos puestos en juego, alcanzando una feliz armonía entre las manchas y los espacios intermedios, entre las figuras del plano anterior -más densas- y los objetos lejanos -más aéreos-, entre éstos y el fondo, dando como resultado una plena sensación de unidad.Este icono destaca por la sencillez monumental de la composición y el trazo majestuoso de las túnicas, pero sobre todo por su delicadeza espiritual. Se trata de una extraordinaria obra maestra, reflejo de un arte idealizado y místico. Nada más etéreo que esta visión, verdadera pintura del alma, que reconcilia al hombre con el mundo, con su destino; provoca no sólo respeto, reverencia, adoración, sino también entusiasmo, fascinación y amor, hasta casi superar el profundo significado teológico, y amortigua el temor reverencial de Dios. En definitiva, permite a los fieles enlazar lo visible inmediato con lo conceptuado como invisible.